sábado, 13 de septiembre de 2014

La última batalla sobre el ring




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En un día como hoy, el Enmascarado de Plata dejó los cuadriláteros después de ganar la admiración de millones de personas y convertirse en toda una leyenda

Un día como hoy, 12 de septiembre pero de 1982, fue la última vez que El Santo, El Enmascarado de Plata, subió a un ring a luchar profesionalmente. Fue hace 32 años y fue un domingo de fiesta para la lucha libre mexicana; con un escenario abarrotado por aproximadamente 20 mil aficionados que despidieron al más grande ídolo y representante de la lucha libre mexicana. 
 
Recuerdo que ese día, muy temprano, mi padre ya se encontraba en el recinto luchístico en compañía de su mejor y más grande compañero en el cuadrilatero, don Salvador Gory Guerrero, quien llego un día antes  de El Paso, Texas, para acompañar en su último combate a su querido y fiel amigo.  
 
También estaban presentes el legendario Huracán Ramírez y El Solitario, quienes formarían equipo con  la Pareja Atómica. 
 
Antes de la función, un gran número de periodistas y reporteros buscaban obtener las declaraciones del Enmascarado de Plata, quien en cada una de sus entrevistas confesaba sentirse sumamente nervioso, casi igual o quizá más, que cuando debutó como luchador profesional allá por el año de 1934 bajo el nombre de Rudy Guzmán, enfrentando al Francesito Eddie Palau. 
 
Con su inconfundible y singular voz hablaba pausado y lleno de nostalgia de sus inicios como luchador profesional y de cómo, en esos momentos, sentía cómo le temblaban las piernas a causa del  nerviosismo de subir al ring por última vez, igual que aquella ocasión en la que se presentó por primera vez ante el público en la ya desaparecida Arena Anáhuac.
 
También recordó aquel inolvidable domingo 26 de julio de 1942, cuando luchó por vez primera como El Santo y eligió para su debut la burda máscara de piel fabricada por él mismo y el color plata, inspirado en el personaje de la novela El hombre de la máscara de hierro. 
 
Con sus ojos llenos de lágrimas a causa de la tristeza de decir adiós, agradeció a todos los promotores que le dieron la oportunidad de presentarse en las diferentes arenas de México y del mundo. Agradeció también el cariño y el apoyo que su fiel público le brindó durante esos 40 años. Para mi padre fue una de las tardes más felices, pero a la vez, más tristes de su carrera deportiva porque sabía que sería la última vez que subiría a un ring a luchar, después de haberse entregado en cuerpo y alma por tantos años a este bello deporte.
 
Llegó al fin el momento esperado por todos los ahí presentes y bajo las notas musicales del mariachi entonando “El Rey”, apareció entre la multitud El Santo con su radiante luz plateada, abriéndose paso lentamente entre los miles ahí presentes. En el satín de su brillante máscara se marcaban sus pómulos y en sus labios aparecía una enorme sonrisa de satisfacción al ver que en el coso taurino no cabía un alfiler; sin embargo, no podía ocultar la gran tristeza que reflejaban sus ojos. 
 
Subió al ring y fueron apareciendo cada uno de sus amigos, Carlitos Suárez, Ismael Ramírez, mis hermanos, mis primos y otros familiares. No podían faltar sus compañeros de profesión Dorrel Dixon, Enrique Llanes, Bobby Bonales, Jaén Safon, Dientes Hernández, Adolfo Bonales, Pepe Mendieta y muchos otros pilares de nuestra lucha libre.                
 
Bajo las notas de la nostálgica canción de “Las Golondrinas”, mi padre tomó el micrófono y se dirigió al público para decirles con voz entrecortada: “¡Adiós y gracias por todo su cariño!” , mientras recibía una serie de reconocimientos de diferentes organizaciones y el grito de ¡Santo!, ¡Santo!, ¡Santo! retumbaba una y otra vez, todo esto entre las interrupciones de los rudos, que le propinaban todo tipo de golpes y hacían sus clásicas marrullerías; el cuarteto rival conformado por El Signo, El Texano y El Negro Navarro, encabezados por  El Perro Aguayo. Y así, dio inicio el sangriento combate, el cual perdieron los rudos en tres caídas por descalificación. ¡El Santo se va con mucha tristeza, pero nos deja muchas alegrías!
 
 El Hijo del Santo

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