domingo, 3 de mayo de 2015

El ídolo que no luchaba en el ring



Cuando era pequeño, El Hijo del Santo admiró a un enmascarado que no era su padre...

Estimados amigos:  Esta felicitación no sólo es para los niños,  es también para todos ustedes,  porque todos llevamos en el alma a nuestro niño interior, que está formado por  las vivencias y las diferentes etapas de los primeros años de nuestra infancia. 
 
Por esta razón hoy quiero que recordemos sólo los momentos felices de nuestra niñez, ésos que nos marcaron para siempre, así como nuestros juguetes y juegos preferidos. 
 
Entre mis  juguetes favoritos estaba un Batimóvil de pedales, un balón de futbol, unos guantes de box y mis muñequitos de plástico de El Santo.
 
Seguramente ustedes, al igual que yo, crecieron admirando a algún personaje de la televisión, de las historietas o del deporte.
 Yo tuve cuatro ídolos que marcaron mi vida: el primero de ellos fue El Santo, el segundo  Batman, el tercero Enrique Borja y el cuarto José Ángel Mantequilla Nápoles. Obviamente quería estar cerca de ellos y  conocerlos en persona. Lo logré, la vida fue generosa conmigo.  ¡Tengo fotografías con los cuatro!
 
A los tres  años de edad me tomé mi primera foto con El Santo, aplicándole una llave de a caballo,  pero lo curioso es que aún no sabía quién era él.
 Con el tiempo descubrí que este mágico personaje de las historietas, de las películas y de la lucha libre, El Santo, era  mi papá, así que mi admiración por él se multiplicó. Entonces pensaba:  “¡Cuando sea grande voy a ser luchador profesional!”.
 
A Batman lo veía en aquella serie exhibida en la televisión, en 1968 con Adam West (Batman)  y Burt Ward (Robin), y no me perdía ningún capítulo, ni tampoco ningún ejemplar de sus cómics. Era tal mi idolatría por este personaje que los Reyes Magos me trajeron un Batimóvil de pedales que disfruté al máximo.
 
Después  tuve la oportunidad de conocerlos en persona y créanme que parecía un niño chiquito al sentir la emoción de estar cerca de ellos. Así obtuve mi tan anhelada fotografía,  hace apenas cinco  años. 
 
En la década de los  setenta surgió una historieta titulada Las aventuras de Borjita y semana a semana  compraba la mía, también la coleccioné y fue entonces que descubrí que Borjita era real, así que mi admiración por Enrique Borja fue mayor. En ese momento me hice aficionado al futbol y me convertí en un fiel americanista, hasta hoy. 
 
Más tarde  tuve la suerte de conocerlo en persona y agradecerle lo mucho que influyó en mí su ejemplo y transparente carrera deportiva. 
 
Del  Mantequilla Nápoles, recuerdo que mi  padre veía el box y me sentaba con él a mirar las peleas de este carismático boxeador. Me llamaba la atención su peculiar manera de hablar. Cuando yo tenía 12 años  lo conocí en persona y no sólo eso, tuve la suerte de filmar una película con ambos.
 ¿Se imaginan lo afortunado que me sentí cuando los hice enfrentarse a los dos? Era parte del drama. 
 
Algo que se quedó muy grabado en mí fue que en la filmación, en los momentos de descanso, este tremendo cubano me enseñaba a boxear. Se colocaba frente a mí,  hacía que yo le  tirara golpes y entonces él se defendía. Después de luchar contra El Santo y boxear contra Mantequilla Nápoles, ¿qué más le podía pedir a la vida en esa maravillosa etapa de mi niñez? 
 
Ya siendo adulto,  este niño interior del que les hablo cumplió el sueño de conocer a Enrique Borja y años después subirme al Batimóvil y obtener mi fotografía con Batman. 
 
Y como dijo Paulo Coelho: “Un niño siempre puede enseñar tres cosas a un adulto: a ponerse contento sin motivo, a estar siempre ocupado con algo y a saber exigir con todas sus fuerzas aquello que desea”. 
 
No quiero dejar de mencionar a mi compañero Rudy Reyna, compañero luchador exótico de esos que difícilmente ya se verán y que falleció el pasado lunes a causa de cáncer y una diabetes avanzada. Descanse en paz. Próximamente le dedicaremos una nota  en este espacio. 
 
Nos leemos la próxima semana para que hablemos sin máscaras.

 EL HIJO DEL SANTO

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