sábado, 5 de septiembre de 2015

¡Nadie me quita la máscara! dijo “el Santo”





Hoy gracias a mi buen amigo y colaborador Juan José Hernández Cruz, les presentamos este interesante artículo publicado por la Alerta No.588 de Octubre  09 de 1976, toda una joya de colección, también agradezco la narración que me envió mi amiga Esperanza Lutin para dar una pequeña explicación de cómo sucedieron estos hechos entre El Santo y José G. Cruz, esperando sea del agrado de todos ustedes…

Continuando con el conocido editor José G. Cruz y Santo, comentaremos lo siguiente: después del gran éxito que tuvo la historieta a lo largo de casi 26 años, la sociedad de estos personajes tocó a su fin. 

Sucedió que en el año de 1974, surgió un disgusto entre ellos, problema que desembocó en una demanda. El conflicto surgió a raíz de que José G. Cruz citó al Santo para tomar una serie de fotografías para la revista, solo que en esos momentos el Santo, dados sus múltiples compromisos tanto en presentaciones personales como por las películas, no disponía del tiempo suficiente para asistir a la sesión fotográfica. 

A José G. Cruz se le hizo fácil suplantar al personaje principal por un modelo que físicamente en nada se parecía al Santo y que nada tenía que ver con la lucha libre; tal vez los aficionados a éste deporte y los seguidores de la revista del Santo se acuerden de esto. 

Santo se molestó muchísimo por la salida fácil que el editor había encontrado y por el hecho de que en la revista aparecía un falso Santo y el personaje asesorado por un abogado acudió a clausurar la editorial de José G. Cruz, cosa que propició que éste denunciara al Santo argumentando que el Santo de su historieta nada tenía que ver con el luchador llamado El Santo. 

En plan de venganza, el editor publicó al Santo sin máscara, y así fue como la gente se vino a enterar de que tras la enigmática máscara plateada del legendario luchador El Santo, se escondía el rostro de Rodolfo Guzmán Huerta… 

Y así, en el año de 1974 terminó una gran amistad, que se iniciara en 1952 entre Santo, el ídolo de las multitudes y el editor José G. Cruz.

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