miércoles, 30 de septiembre de 2015

‘André El Gigante: Vida y leyenda’ de Box Brown









Vida y leyenda de André, el gigante amable de La princesa prometida. Box Brown se adentra en la compleja y problemática figura de una leyenda de la lucha profesional estadounidense

André Roussimoff era un tipo normal al que le había caído en suerte una extraordinaria jugada. En su momento álgido llegó a pesar 272 kilos y medir 2 metros y 28 centímetros. 

Nacido en Francia de inmigrantes búlgaro y polaca, su tamaño lo convirtió en una celebridad internacional, pero fue su tenacidad y su humanidad sin complicaciones lo que le hizo grande: hoy en día aún sigue siendo conocido como el amable gigante de la película La princesa prometida y el incansable atleta que dominó la industria de la lucha profesional estadounidense durante una década.

Dibujando a partir de antiguas grabaciones sobre la vida de André, así como de las abundantes anécdotas de sus colegas de Hollywood y del mundo de la lucha profesional (incluidos Hulk Hogan, Billy Crystal, Robin Wright y Mandy Patinkin), Box Brown recrea en André el gigante. 

Vida y leyenda la primera biografía esencial del legendario intérprete y luchador.

Muchos denostan la lucha libre americana —el pressing catch, como lo llamábamos aquí porque así lo llamaban en la televisión— porque no es verdad, porque está amañada y los golpes no son reales. El argumento cae por su propio peso en cuanto entendemos que el wrestling no es tanto un deporte como un espectáculo. Una narrativa que se ha desarrollado durante décadas en forma de saga, con personajes que se enfrentan, se alian, cambian de bando, se traicionan, son derrotados o triunfan. Con sus héroes y villanos —«técnicos» y «rudos» en el argot del medio—, la lucha libre es lo más parecido que tenemos en el mundo real a los cómics de superhéroes.

En André el gigante: vida y leyenda el artista americano Box Brown parte de esta idea desde el mismo prólogo para centrar su atención en lo que le interesa, y compara el wrestling con los espectáculos de magia, donde también media un pacto con el espectador: de la misma forma en la que un ilusionista jamás reconocerá que lo que hace no es verdadera magia, un luchador nunca dirá en público que los combates son pura pirotecnia. Lo más interesante de este cómic es por tanto el contraste entre ese simulacro público y la vida privada del protagonista, lo que sucedía fuera de las cámaras, que sólo era más real que el espectáculo para él mismo. Para la sociedad, lo real era el show.

Brown no podía haber escogido un personaje más adecuado: André el gigante es, efectivamente, una leyenda. Su cuerpo extraordinario lo convirtió en alguien que casi tenía verdaderos poderes, pero además llevó una vida marcada por el nihilismo propio del que sabía desde muy joven que iba a morir. Fue una persona bastante hermética y reservada, que dejó que la leyenda fuera más real que su vida, quién sabe si consciente o inconscientemente.

La personalidad de André está muy bien reflejada en las páginas de esta biografía. Habla poco, y no accedemos a sus pensamientos ni reflexiones más que a través de sus entrevistas o los testimonios de aquellos que lo conocieron un poco. Da la sensación de que no tuvo verdaderos amigos, sino compañeros de profesión con los que correrse juergas constantes. No exagero si digo que en la mitad de las páginas de libro André aparece bebiendo. Sin embargo no hay demasiado drama. Brown, acertadamente, no se deja llevar por la lágrima fácil, no sólo porque su estilo de dibujo, tan cercano al cartoon, lo desaconseje, sino porque en realidad admira a André y piensa que vivió una buena vida.

En ese show must go on constante, entre bambalinas, André sufría cada vez más por su acromegalia. Incluso llegaba a subir al ring con la espalda paralizada por el dolor, sin que, por supuesto, el público se enterara de nada. Box Brown no oculta la mayor sombra de la vida de André: su relación con su hija y la madre de ésta, pero la aborda desde lo público, sobre todo, en el momento en el que a través de la televisión se difunden las declaraciones de la niña.

Otro punto a destacar, creo, es la forma en la que se muestran los combates. No hay demasiados narrados completos, pero son suficientes. Los cartuchos de texto sirven de anotaciones a lo que muestran las imágenes, de manera que podemos saber lo que pasaba y lo que realmente estaba pasando: sin los textos, el combate sería totalmente real; con ellos, el simulacro se hace evidente. 

El culmen es el combate entre Hulk Hogan y André el gigante, que sólo puede leerse en clave de épica: André se sacrifica heroicamente, en el crepúsculo de su carrera —y de su vida— y se convierte, a los ojos de la afición, en un villano, un «rudo», para que Hogan se convierta en la nueva estrella y asiente definitivamente el wrestling como espectáculo multimillonario. André el gigante consigue que arranque una nueva era de la lucha libre que él ya no disfrutará, porque es parte del pasado. Pero no hay tristeza en esto, ni para él mismo ni para los lectores del libro.
André el gigante int
André el gigante: vida y leyenda me ha dejado sensaciones encontradas. En términos generales tengo que decir que me ha gustado. 

Brown es un dibujante fantástico, y el trabajo es serio y bien documentado. Se nota su amor por la lucha y por el personaje. Sin embargo, por otro lado también me ha dejado cierta insatisfacción, me ha sabido a poco. Pienso que el tema y el protagonista permitían mayor profundidad, y no sé si mayor densidad narrativa —que no quiere decir, necesariamente, más explicaciones textuales—. Es posible dibujar una biografía sin esa densidad, lanzándose en brazos de lo gráfico para experimentar no tanto una sucesión de hechos como sensaciones y sentimientos —me viene a la cabeza, sin pensarlo demasiado, Arsène Schrauwen—, pero la manera relativamente convencional que escoge Brown para esta historia parece dirigirnos a un tratamiento más expositivo, más documental. Tal vez así habríamos podido observar con más detenimiento el mundo de la lucha libre por dentro, con todas sus sombras, pero en esto pienso que el prólogo y las notas finales lo suplen sin lastrar la narración central, que pone el foco en André.

Como contraprestación, la lectura es ligera y divertida, y el dibujo de Brown puede recrearse en los espacios y en los detalles, en pequeñas anécdotas que son muy significativas. Al personaje lo conocemos más por sus acciones que por sus (escasos) pensamientos públicos, y eso siempre es un acierto. Es un estupendo tebeo, pero dado el evidente talento de Box Brown —uno de los artistas más prometedores de su generación—, me quedo con la sensación de que podría haber sido mejor aún. No pasa nada; tiene tiempo por delante para llegar a donde quiera.

André el Gigante

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