viernes, 6 de noviembre de 2015

El Hijo del Santo: Inolvidable batalla






Hace 21 años sentí que perdía mi máscara con Eddy Guerrero y Love Machine

Como todos los viernes le doy las gracias a mi amiga la Dra. Janeth Peñafiel, por enviarnos la columna de "Hablemos sin Máscaras" con el Hijo del Santo, nuestro común amigo.

Hace 21 años, un 6 de noviembre pero de 1994, viví una de las luchas más difíciles e inolvidables de mi carrera profesional. 
 
Desde temprana hora el nerviosismo me hizo despertar y ya no pude conciliar el sueño. Bajé al gimnasio para entrenar y estar preparado para el compromiso de esa noche. Recuerdo que estaba hospedado en un hotel en la avenida Figueroa, en el centro de Los Ángeles, California, y después de desayunar salí a caminar por las transitadas calles para distraerme un poco. 
 
Las horas pasaban lentamente y al fin llegó el momento. Salí de mi habitación, con mi maleta en la mano, pidiéndole a Dios que me cuidara y que todo saliera bien para nosotros. 
 
Sí, éramos dos los que expondríamos las máscaras esa noche. Octagón y El Hijo del Santo nos enfrentábamos a dos difíciles rivales: Eddie Guerrero y Love Machine, quienes exponían sus cabelleras. 
 
Al llegar al Sports Arena sentí una enorme emoción al ver largas filas de aficionados que iban llenando poco a poco el enorme local. 
 
Cuando inició la función y al verme nervioso, mis compañeros me daban muchos ánimos; uno de ellos fue don Pedro Aguayo, quien me decía que me concentrara en la lucha y diera lo mejor de mí. Al fin me vi sobre el cuadrilátero junto con Octagón, llevando como sécond a Blue Panther, quien también me daba ánimos y me decía que escuchara el entusiasmo del público que coreaba el grito de “¡México, México, México!”. 
 
La contienda dio inicio de manera limpia, con lucha a ras de lona. Tener frente a mí a Eddie Guerrero siempre fue un reto, pues era un luchador fuerte y con excelente técnica. En ese momento se escuchó: “¡Santo, Santo, Santo!”. 
 
Después, Octagón enfrentó a Artur Barr y los rudos lograron dominarnos; Machine me subió en sus hombros y Eddie, desde la tercera cuerda, me atrapó con unas tijeras que lograron hacerme caer a la lona y escuchar las tres palmadas de El Tirantes.
Acto seguido un súplex de la tercera a Octagón y la plancha de Artur Barr dieron fin a la primera caída que ganaron ellos. 
 
Al inicio de la segunda caída ellos siguieron dominando hasta que logramos darles la vuelta y salimos sobre los rudos con topes dobles; la gente estaba enloquecida por nuestra reacción cuando de pronto todo quedó en silencio. Eddie Guerrero me aplicó un castigo desde la tercera cuerda, subió Artur Barr y entre los dos me pusieron espaldas planas. Sentí un frío intenso al tomar conciencia de que estaba perdiendo en dos caídas al hilo. 
 
La única manera de salvar nuestras máscaras estaba en manos de mi compañero, que tendría que realizar un acto casi imposible y derrotar a dos rivales ¡y lo hizo! Primero se llevó con huracarrana a Eddie y después con su clásica jarocha venció a Machine. Subí al ring y lo abracé con lágrimas en los ojos, pues el salvó mi tapa en esta caída en que logró el empate. 
¿Se pueden imaginar cómo estaba el lugar? La gente al borde de las butacas, nosotros con la adrenalina al máximo y así llegó, aún más intensa, la tercera caída. Los dominábamos y después ellos a nosotros, la gente enloquecida y de pronto, un ilegal martinete —que supuestamente no vio El Tirantes— dejó fuera a Octagón, quien se fue en camilla. Me quedé solo y con la responsabilidad de salvar la máscara de Octagón y la mía; así que no podía fallar. 
 
Entonces logré eliminar a Love Machine quedándome solo ante Eddie Guerrero. Esta caída ha sido quizá la más angustiosa y eterna de mi carrera, tuve que soportar llaves de rendición, súplex y castigos de todo tipo ante un rival confiado que, constantemente, levantaba los brazos en señal de triunfo. 
 
De pronto, Guerrero me coloca una doble Nelson e intenta llevarme de súplex hacia atrás, pero tal vez mi mayor experiencia me hizo reaccionar y me le escurrí llevándomelo con las piernas entre sus brazos para ponerlo de espaldas planas, sujetándolo con todas mis fuerzas mientras el grito de “¡Saaanto, Saaanto, Saaanto!” penetraba en mis oídos. Vi a El Tirantes brincar dando fin a la lucha. Literalmente llorando observé cómo me levantó la mano en señal de triunfo.
 
Gracias queridos y admirados rivales, Eddie Guerrero y Love Machine, por brindar ante nosotros esta inolvidable y estoica batalla, que sin duda es una de las mejores de la historia de la lucha libre mundial.
 
Nos leemos la próxima semana para que hablemos sin máscaras.
 
El Hijo del Santo

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