jueves, 5 de febrero de 2015

Enmascarado de Plata

“Nadie hay detrás del enmascarado. Todos y ninguno a la vez.” Santo, el enmascarado de plata.
El 23 de septiembre de 1917 en Tulancingo, Hidalgo, nació Rodolfo Guzmán Huerta. Fue un hombre común; 1.69 metros de estatura, 80 kilos de peso, piernas delgadas, mirada miope y calvicie incipiente, le apodaban “Rudy” o “El Profe”, porque siempre traía un libro bajo el brazo.

Rodolfo murió el 5 de febrero de 1984, a las 21:30 horas, en el Hospital Mosel de la Ciudad de México, a la par nacía a la inmortalidad ‘El Santo’, el enmascarado de plata, el más grande héroe que la cultura popular mexicana ha legado hasta el día de hoy.

Cuenta la historia que al terminar su acto de escapismo al lado del mago Yeo, ‘El Santo’ se retiró a su camerino del Teatro Blanquita sintiéndose mal. Momentos después, una ambulancia lo trasladaba con urgencia al hospital, donde murió de un infarto al miocardio.

Devoto de la Virgen de Guadalupe, fanático del beisbol, alguna vez alumno de artes en la Academia de San Carlos, Rodolfo Guzmán Huerta se impuso a sus condiciones físicas adversas para un deporte como la lucha libre y encarnó a ‘El Santo’, el luchador que nació en la Arena México el 26 de julio de 1942 y se retiró el 12 de septiembre de 1982, en el Toreo de Cuatro Caminos. En ese lapso fue el primer mexicano en ganar un campeonato mundial de lucha libre, obtuvo 30 máscaras y 20 cabelleras, y “se cree que tuvo más batallas y más títulos que cualquier otro luchador de la época” (según escribió Raúl Criollo en Santo contra el olvido).

Tras iniciar como rudo, ‘El Santo’ pasó al bando técnico. Cuando se convirtió en héroe de historieta y de películas tomó cabal conciencia del ejemplo que significaba para sus seguidores, sobre todo para los niños, tanto sobre el cuadrilátero como debajo de él. En una entrevista que publicó el semanario Proceso, en 1979, sintetizó la responsabilidad que recaía sobre el héroe popular al declarar: “El instinto de conservación vence nuestros propios sentimientos, y los dolores que creemos imperecederos se van absorbiendo poco a poco en el tiempo, hasta no dejar en el alma más que un dulce recuerdo y con éste un infinito deseo de portarse bien, de ser buenos para que aquellos ojos que desde la eternidad nos miran, no lloren por nosotros y para que alguna vez nuestro comportamiento nos conduzca al sitio que ansiosamente nos aguarda”.

Este 5 de febrero, el grito de “Santo, Santo, Santo,” volverá al cementerio Mausoleos del Ángel y al barrio de Peralvillo, donde se encuentra la estatua del ídolo. La afición fiel volverá para otorgarle ese grito que le dio en vida y que hoy, como entonces,  es la mayor ofrenda.

Cortesía:  El Debate y Marisa Pineda

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