viernes, 24 de marzo de 2017

Orgullo mexicano



Don Ranulfo López le fabricaba las máscaras a mi padre; quienes hacen las tapas son grandes maestros, cuyas manos realizan piezas únicas






El pasado domingo 19 de marzo se celebró el Día del artesano y todos los mexicanos nos debemos sentir sumamente orgullosos de los nuestros porque son grandes maestros, cuyas manos realizan piezas únicas que son reconocidas en todo el mundo. 
Para admirar y adquirir sus creaciones basta con visitar los mercados de cualquier ciudad o pueblo de la República mexicana. Los que radicamos en la Ciudad de México  podemos ir al de la Ciudadela, Xochimilco, Coyoacán o disfrutar el Museo Nacional de Culturas Populares. 
Con enorme satisfacción les comparto que la mayoría de los productos, sobre todo las máscaras que vendemos en las tiendas oficiales del Hijo del Santo, están hechos por artesanos mexicanos.
Muchos de ustedes en alguna ocasión me han preguntado: ¿Quién le hacía las máscaras a El Santo? Hoy les cuento  que uno de estos grandes y excelentes maestros que trabajó para mi padre  fue  don Ranulfo López, zapatero de oficio.
Ranulfo vivía en uno de los apartamentos de una vecindad propiedad de mi padre, ubicada en las calles de San Antonio Tomatlán, en el número 84, en la colonia Morelos,  en la Ciudad de México. 
En el exterior había dos accesorias y en una de ellas don Ranulfo tenía su taller. Ahí  confeccionaba las emblemáticas máscaras de El Santo. También, el excelente artesano hacía las botas, mallas y calzoncillos grises de su querido amigo y cliente número uno: don Rudy,  como cariñosamente le llamaba a mi papá, quien no frecuentaba de cerca el lugar, pues la mayoría de la gente sabía que la vecindad era propiedad de él.
Por esa razón, don Ranulfo era quien regularmente iba a nuestro hogar a visitar a mi padre para tomarle las medidas y  entregarle sus equipos completos.
Recuerdo a Ranulfo como un simpático y amable viejecito, que llegaba con sus zapatos lustrosos y siempre muy bien vestido, con impecables camisas blancas y portando sus cristalinos anteojos con los cuales me veía entrecerrando los ojos.
 Mi padre fue de los primeros luchadores  en usar máscaras de tela y don Ranulfo les fabricó a los más importantes de la época, como el Médico Asesino, el Gladiador, Black Shadow, Blue Demon, el Enfermero, el Espectro y Mil Máscaras, entre muchos otros más.
Gracias a su excelente trabajo y formalidad se convirtió en competidor número uno de otro excelente artesano,  quien fue zapatero de profesión y nacido en León, Guanajuato:  don Antonio Martínez, uno de los primeros maestros en fabricar con piel de cabra una máscara profesional en 1933, en su taller ubicado por los rumbos de Santa María la Redonda. Actualmente los hijos de Ranulfo López y Antonio Martínez han continuado con esta bonita tradición de fabricar equipos y máscaras de lucha libre.
 Las máscaras de licra que vendemos en las tiendas son confeccionadas por el señor Gustavo Bucio y las que uso para mis presentaciones personales y las abiertas, para comer, me las fabrica otro excelente artesano que es Humberto Alcaraz, cuyo trabajo está muy bien cotizado en Japón.
 Más que talleres de confección, yo diría que son lugares mágicos en donde fluye la creatividad y gran oficio de esa gente talentosa. Además de los que ya les mencioné, están don Ranulfo López e hijos, Antonio y Víctor Martínez, la Furia, Mr. Rolling, Aarón Canales, y  Arturo Bucio, entre otros más, que dan vida y hacen realidad los sueños de todos los luchadores que deseaban interpretar ese personaje que tienen en su mente. 
A todos ellos, y en general a nuestros artesanos mexicanos, mi más grande reconocimiento por su excelente trabajo. “Lo hecho en México está bien hecho”.
Nos leemos la próxima semana  para que hablemos sin máscaras.

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