lunes, 16 de marzo de 2015

HURACÁN RAMÍREZ, EL MITO QUE LLEGÓ PARA QUEDARSE

Mario Panyagua

Un agradecimiento especial a mi padre, Mario Paniagua, que me brindó la mayoría de datos.


Como la llegada a la luna marca Hollywood o La guerra de los mundos de Wells transmitida por la radio, así llegó este personaje al mundo; en concreto, al mundo del cine primero, y al de los cuadriláteros después.

En 1952, en las abarrotadas salas de cine de todo México se estrenó la película Huracán Ramírez, interpretado (sin máscara) por el actor David Silva; el gladiador que realizó las escenas luchísticas fue el “Tarzán español”, Eduardo Bonada. El filme fue planeado por Joselito Rodríguez, mismo que fungió de director.
 
Y el mito llegó para quedarse. Corrían los mejores años del pancracio nacional y este cine de luchadores y gánsteres a la mexicana tuvo gran aceptación entre el público. Pero la ficción no bastó; pronto, fueron los aficionados los que (no pidieron sino) exigieron en las arenas al entonces ícono mediático y uno de los pioneros de éste tipo de género. Fue el mismo Eduardo Bonada el encargado de representar profesionalmente en el ring al Huracán, pero tiempo después, tras vencer en un combate Máscara vs. Máscara a Black Killer, ante un público que no podía creerlo, él mismo se desencapuchó. Bonada no quiso quedarse con la identidad del luchador, además quería luchar sin máscara.

Por ese año (1952) se filmó la primera película de lucha libre cuyo título fue La bestia magnífica, con Wolf Rubinski y Crox Alvarado. Un día se comunicó conmigo Joselito Rodríguez y me comentó que iba a hacer una película de luchadores, y que la historia giraría en torno a un gladiador de nombre “Huracán López”, pero como ya existía Tarzán López, le sugerí “Huracán Ramírez”. Él aceptó y me di a la tarea de diseñar la máscara. Las escenas luchísticas las hicimos Enrique Llanes, Rolando Vera y yo, como un luchador volador, eso fue lo que hice en la película. Pero como yo sin la máscara era ya un luchador conocido, un día en el Auditorio Municipal de Ciudad Juárez me despojé de ella, y ahí quedó Huracán Ramírez.

Eduardo Bonada. (Entrevista realizada por Javier Muñoz, revista Box y Lucha).

Ante tal acontecimiento vendría a ocupar Marco Antonio García Ramírez (quien posteriormente sería Carta Brava) la vestimenta de Huracán; éste triunfó a través de todo el norte de la República mexicana y Centroamérica, y con su técnica científica de lucha logró consolidarse como un digno sucesor de la leyenda azul y rojo (ya que de la primera máscara las grecas eran color granate). Por aquellos años, Fernando Oses también se puso el traje; también Rogelio de la Paz lo usó en 1955.

Pero recordemos que Huracán Ramírez es, desde su gestación, una marca forjada por Joselito Rodríguez. La historia no nos lega la verdad de los acontecimientos sucedidos, es más bien un ramo de probables versiones: no existe certeza de si fue la Comisión de Box y Lucha la que exigió la existencia de un solo luchador con tal nombre y traje, no sabemos si la familia Rodríguez se molestó porque no generaban regalías los “falsos” Huracanes, ignoramos si fue por un noble intento de proteger la integridad del personaje, si querían que heredara un marcado estilo que dejo bacante Bonada, si aceptar la anecdótica verdad que brindó Rhual Rodríguez (nieto) de que fue producto de la casualidad, ya que Juan Rodríguez le dijo a Joselito, su padre, que Marco Antonio García Ramírez (que venía luchando como H. R. desde hacía dos años) quería al personaje formalmente, y que por esos días otro García, Daniel García Arteaga, le llamó a Joselito para igual poder adoptar la identidad del gladiador, y éste, creyendo por lo García que era Marco Antonio, le concedió la incógnita, o si finalmente admitir la versión aceptada por la mayoría en la que Joselito junto a su hijo Juan convocaron a un casting de luchadores para ver quien sería el heredero oficial, tanto en la pantalla como en los encordados, del mítico gladiador.

Daniel García Arteaga fue el sucesor, y no sólo llevaría de vuelta al Huracán al cine, sino que comenzaría a escribir una nueva historia, la de “el príncipe de seda”. Ese mismo año, para hacerlo oficial, el 27 de agosto de 1956 la Comisión de Box y Lucha le otorgó el apelativo y la licencia del personaje.

Daniel nació en 1926 en el corazón del “barrio bravo” de Tepito, en Alfarería 53. A finales de la década de los cuarenta, tres de sus hermanos ya eran luchadores profesionales: Rudy García, Arturo (la Pantera Roja) y Guillermo (el Demonio Rojo), y no pocas veces trataron de disuadir a Daniel para que éste no tomara como profesión la lucha, por su bajo peso y sus estudios, argumentaban, incluyendo a los padres; curiosamente este es el mismo motivo bajo el cual el personaje de la película mantiene en secreto su identidad mientras finge estudiar (a la par que canta en un cabaret y lucha como H. R.). Ante la campaña familiar para desalentarlo de las llaves y los lances, Daniel tomó la decisión de pisar el ring con los guantes puestos, y algunos cronistas aseguran que llegó a ganar los “guantes de oro” en la Arena Coliseo.

Corría 1953, se estrenaba Esperando a Godot de Becket, en París; el ser humano conquista la cima del Everest; sobrevino la inundación del Mar del Norte; entre Estados Unidos y Rusia detonan quince bombas atómicas, nomás “de prueba”; en México, ¡por fin!, se permite el voto femenino; y en medio de todo esto, Daniel García llegaba, sin guantes sino con una máscara, bajo el tutelaje de Chico Veloz, enmascarado como el Buitre Blanco.

Siempre fui muy rápido y ágil; mi estilo gustó y me hicieron una oferta para irme de gira a Colombia. A mi regreso me presenté con el promotor de la arena Coliseo para ver si me programaba.
–Soy el Buitre Blanco, hermano de los García—. El empresario se me quedó viendo. —¿Tú eres el Buitre Blanco? Pero mira qué cara tienes, ¿esa nariz…? ¿Qué número ocupas con tus hermanos?
—El quinto— respondí.
—Ya está, entonces serás Chico García. Sí, así te vas a llamar— me dijo.
—¿Y mi máscara?— pregunté.
—Qué máscara ni que nada— respondió.

Daniel García (reportaje realizado por Daniel Aldana Arana, La Jornada, 04/06/2004).
Su carrera como Chico García duró poco. Para cuando llegó a vestir al Huracán, ya había desarrollado una fundamental experiencia. Lo único que cambió al traje fueron los motivos rojos de la máscara por el color blanco.
Entre 1956 y 1961, la leyenda del esteta blanquiazul dentro de los cuadriláteros se consolidó, y acabó ganándose el respeto de los gladiadores que ponían en duda su calidad con la creación de la hurracarrana.
Yo fui el creador de la hurracarrana, dice mientras muestra una foto en la que se encuentra montado sobre un oponente, quien yace de espaldas. Nadie pudo escaparse jamás de esta llave. Yo la inventé. Cuando la aplicas nadie puede evitar quedar de espaldas y le pueden contar ¡uno, dos y tres! Seguro ganas. René “Copetes” Guajardo me retó y me dijo que él sí podía quitarse esa llave. En una lucha se la apliqué y por más esfuerzos que hizo no pudo zafarse.”

Daniel García (reportaje realizado por Daniel Aldana Arana, La Jornada, 04/06/2004).

Su estilo de lucha era virtuoso, un luchador aéreo en toda la extensión de la palabra, y un gran escapista de candados y llaves. Era agresivo, rápido, dominaba muy bien las cuerdas, las patadas voladoras y los topes invertidos; sus patadas siempre iban a la altura del cuello o a la frente, buscando una oportunidad para poder con los pies trenzar al enemigo y hacerlo caer aturdido y maltrecho. Podía alcanzar en un salto, con su cuerpo suspendido en el aire completamente horizontal los dos metros, ¡y caer de pie!; lo mismo que de un brinco se paraba sobre la tercera cuerda para rematar con topes o tijeras, nos relató alguna vez Blue Demon al respecto a unos cuantos levantapesas que le atosigábamos de preguntas, hace casi quince años en su gimnasio de avenida Cuitláhuac, en Azcapotzalco. Pero el estilo táctico no es lo mismo que el técnico, y Daniel, iniciado en los puños, lo mismo podía soltar un upper a la mandíbula a espaldas del réferi o picar de frente los ojos del contrincante para tomar ventaja; el ¡pícale los ojos, Huracán!, fue muy popular por entonces.

La película había servido al luchador de publicidad, su fama era enorme en Guatemala, Honduras, Cuba, Panamá, Costa Rica, Puerto Rico, Colombia, Venezuela, Haití, República Dominicana y Bolivia; en éste último país llegó a ser considerado un verdadero héroe, más importante que El Santo y (el entonces tan lejano) Superman.

Cierta tarde se encontraba tomando café en un restaurante ubicado en el centro de Bogotá cuando el boxeador colombiano Carlo Spinelli, el “Tigre francés”, le increpó y aprovechó para, ante los comensales atónitos por la escena, retarlo a un combate, Huracán como luchador y él con los guantes. La contienda se hizo oficial y se pactó a quince minutos, Spinelli debía vencer por nocaut y Huracán por sumisión o conteo de espaldas planas. El colombiano ignoraba que el enmascarado se había iniciado como púgil (oriundo de la cuna de las cumbres del boxeo mexicano, Tepito). Tras doce minutos de batirse cara a cara, Huracán logró dominarlo y lo subyugó con una estaca india. El “príncipe de seda” proclamó así el predominio de la lucha libre sobre el boxeo por aquellos ayeres.
1962 vino a ser el año en que se rodó y estrenó la segunda película del personaje, El misterio de Huracán Ramírez. El éxito en taquilla fue rotundo, su fama creció aún más, y esta misma lo catapultó a Estados Unidos y Japón, país oriental en el que llegó a ser tratado como un héroe mundial del deporte.

Pero ese mismo año quedó impreso un hecho que sería sepultado contra viento y marea, el 17 de marzo la revista Arena de Box y Lucha publicó un reportaje llamado “La nota roja”, reportaje que antes ya había sido publicado por La Prensa, relataba que un luchador que conducía en estado de ebriedad había atropellado a tres peatones, el hombre tras el volante respondía al nombre de Daniel García Arteaga (una de las ventajas de poseer una doble identidad). Sus problemas de alcoholismo se acrecentaron, pero su eficacia dentro del ring permaneció intacta por varios años más, hasta que comenzó a faltar a funciones programadas, incluso varias veces llegó a luchar en estado de ebriedad (entonces sus lances eran más arrojados).

Durante su carrera enfrentó a los mejores rudos: El Médico Asesino, Ray Mendoza, Dorrel Dixon, Rene Guajardo, El Solitario, Murciélago Velázquez, Karloff Lagarde, El Enfermero e inclusive El Santo (ya que éste luchó como rudo durante veinte años, desde 1942 hasta que en 1962 se cambió al bando técnico); a partir del 63 comenzarían a formar pareja hasta el retiro del “plateado” en 1982. También serían grandes amigos fuera del ring. Dos anécdotas famosas sobreviven, la primera es que tras un combate en relevos australianos (3 vs. 3) Santo, Huracán y El Solitario vs. Negro Navarro, Signo y Texano, “el enmascarado de plata” a mitad de la función sufrió un ataque al corazón, H. R. se lo llevó cargando a toda prisa a los vestidores y logró reanimarlo, salvándole la vida; la segunda es que durante una gira en Veracruz, en plena temporada de carnaval, la empresa no se encargó de reservarles hotel; encontraron una habitación disponible en un hotel de paso (quizá la única disponible en todo el puerto), iban sin capuchas, y bromeando a la recepcionista haciéndose pasar por una pareja gay, fueron rechazados por ésta; tuvieron que dormir en un parque.

Su palmarés iba en ascenso, obtuvo importantes máscaras en luchas de apuestas, las más cotizadas son las de El Enfermero, El Espanto III, Tarántula (Guatemala), Halcón Dorado, Espectro III, La Sombra, Moloch, Oro y Hermanos Muerte I y II (que ganó junto al Rayo de Jalisco); algunas cabellera son las de el Carnicero Grimaldo, el Greco y Espectro I. En 1965 ganó cuatro campeonatos: Campeonato Mundial Welter vs. Karloff Lagarde (Cuernavaca), Campeonato Nacional Welter vs. Rizado Ruiz (Puebla), Campeonato Nacional Welter de Colombia vs. The Mummy (Bogotá), Campeonato Medio del Norte vs. Chino Chow (Ciudad Juárez).

Ese mismo año salió a la venta la historieta o fotonovela: Huracán Ramírez el invencible; iniciativa del propio Daniel García y de Juan Rodríguez Mass, publicación semanal que se imprimiría durante quince años ininterrumpidos. También, se rodó y estrenó la tercera película de la saga: El hijo de Huracán Ramírez, y el público comenzó a notar (pese a que las salas seguían llenas) que la historia del justiciero azul y blanco dentro de la pantalla grande estaba caducando; el tema estaba más que gastado (y David Silva no era Pedro Infante), los problemas romántico-familiares que sufría el nada carismático personaje, que al mismo tiempo se enfrentaba en el cuadrilátero a sus colegas de profesión y después combatía a los ensombrerados jefes de la mafia que cargaban siempre un revolver bajo la gabardina para empuñarlo al final de la película y que tenían a su disposición una corte de gorilas también luchadores para hacer el mal, habían dejado de ser interesantes en una época que, el mejor en el cine y uno de los mejores en los encordados, El Santo, ya enfrentaba momias, marcianos, zombies, hombres lobo, científicos locos, demonios, brujas y sensuales mujeres vampiro, todo esto montando un auto deportivo y disponiendo de una tecnología apenas imaginable aquellos años.

Las películas que siguieron de H. R. fueron de mal en peor, no así la carrera del luchador. En 1968, ante el fervor de los Juegos Olímpicos y en un clima de represión estudiantil que ya olía a matanza, una fotografía circuló en los periódicos: “Huracán Ramírez mide fuerzas con un elefante”; esto enloqueció a los fanáticos que dieron la historia gráfica por cierta. “El príncipe de seda” se colgó así, completamente gratis, una nueva medalla en su historial mítico.

Aún recuerdo aquel ojo rojo que me miraba con desconfianza y empezó a soplar enojada. Nos tomaron la foto y me hice a un lado porque la elefanta comenzó a moverse muy enojada, agitando su trompa. ¿Qué le sucede?, pregunté. Nunca había visto a un enmascarado, me respondieron.

Daniel García (reportaje realizado por Daniel Aldana Arana, La Jornada, 04/06/2004).

La lucha siguió y los años pasaron. Daniel ingresó en diciembre del 76 a Alcohólicos Anónimos. Para entonces ya no poseía la misma agilidad ni la misma fuerza y sus presentaciones se fueron haciendo cada vez más esporádicas. Problemas con su audición y su columna vertebral (principalmente) lo fueron orillando al retiro. Además, en el segundo lustro de los setenta comenzó a tener problemas legales con la familia Rodríguez, cuando éste demandó los derechos del personaje; la versión de la familia García es que jamás existió tal demanda, y aseguran que los problemas comenzaron cuando Daniel le reclamó a Juan Rodríguez Mass (heredero de los derechos del personaje) su parte de las regalías de la historieta, en la cual había invertido en un principio para que se realizara la publicación no sólo dinero, sino que también había posado en todos los retratos para el fotomontaje durante los primeros cinco años. Cuentan las malas lenguas que el empresario se negó a pagar, y finalmente, como un santo lleno de misericordia (y a petición de su padre) prestó el personaje del Huracán a Daniel exclusivamente para ser utilizado en los encordados, quedando así a resguardo de la familia Rodríguez todo tipo de explotación de imagen del mismo. Al retirarse Daniel, el personaje en su totalidad volvería a manos de los productores cineastas.

Aun así continuó luchando por casi quince años más. En los ochenta, su físico había mermado y sus lesiones de columna le impidieron en sus últimos encuentros tomar vuelo; Huracán ya no podía despegar de la lona ni a un metro veinte de altura. Había participado en la lucha de despedida de su gran amigo Santo, había igual ayudado a cargarlo en su féretro rumbo al cementerio, y él seguía dando tumbos en la lona; había llegado la hora del retiro.


Mientras más se acercaba a la congregación de Alcohólicos Anónimos más se alejaba de los escenarios, y a principios de 1987, después de una lucha en el Auditorio de Tijuana, se destapó públicamente; creyó que así serviría de ejemplo a seguir a los beodos que no podían parar de empinar el codo. El 5 de febrero de 1988, a sus sesenta y dos años, se despidió públicamente en el Toreo de Cuatro Caminos; después de dar las gracias al público, a Dios y los propios, se despidió para siempre del ring y (está vez definitivamente) de la máscara azul y blanco, mostrando a todos su rostro.
Me destapé en una arena de Tijuana. Cuando me subí al ring me gritaban que no lo hiciera, que me quedara con la máscara que nadie pudo jamás quitarme. Pero ya me había comprometido y el espectáculo estaba anunciado, así que me la quité y ya sin ella lo primero que vi fue a una niña llorando desesperada porque Huracán había dejado de existir.

Daniel García (reportaje realizado por Daniel Aldana Arana, La Jornada, 04/06/2004).

Era verdad que había dejado de existir; la memorable leyenda de Huracán Ramírez con él terminaba. Vinieron otros, Huracán Jr. (perdió la máscara en julio de 1990 ante Black Shadow Jr.), Huracán Ramírez II (perdió la máscara ante Octagón en diciembre del 90) después se haría llamar el Huracán Sevilla, Ciclón Ramírez (fue desenmascarado en julio del 93 por Felino), El Hijo de Huracán Ramírez (lo destapó Super Muñeco en octubre del 99), El Nuevo Huracán Ramírez Jr. (perdió la máscara con El Hijo del Santo el miércoles 2 de febrero del 2000 en el Palenque de la Feria de Celaya Guanajuato; tan sólo un día después, 3 de febrero del 2000, tuvo el descaro de enmascararse y volver a apostar la tapa ante Blue Panter, por supuesto perdió y dio el rostro al público de la Arena Isabel de Cuernavaca), Huracán Ramírez Jr. (desenmascarado por La Parka en junio de 2001). Actualmente luchan dos Huracanes “oficiales”, El Huracán Ramírez Jr. y El Hijo de Huracán Ramírez (que no han sido desenmascarados, pero que tampoco acaban de dar el ancho), y se tiene cuenta de siete H. R. más, “apócrifos”. Y así, como en el lejano 1955 en que luchaban en diferentes partes de la república hasta tres Huracanes Ramírez a la vez, el mismo día y casi a la misma hora, hoy también volvemos a vivir lo mismo, sólo que los clones cada vez vienen con menos calidad.

Daniel García Arteaga murió el 1 de noviembre de 2006, víctima de un infarto. Había vívido ocho décadas completas entregadas en cuerpo y alma al deporte que dio significado a su vida, la lucha libre. Unos años antes, tentado por el demonio del merolico seco, hizo lamentables declaraciones en revistas y programas de farándula, como que Blue Demon había muerto por alcohólico y cocainómano, al igual que Wolf Ruvinskis; también llegó a decir que él fue mejor que El Santo en los cuadriláteros.

El 2 de noviembre, justo el día de muertos, fue enterrado Daniel García, y con él, sepultaban también la leyenda de uno de los máximos representantes del pancracio y del imaginario popular de los años cincuenta, sesenta y setenta de la sociedad mexicana, el héroe blanquiazul de la época dorada del deporte del catch. Lo sepultaron con la máscara puesta, y nadie podía creer que ese sujeto era él mismo que siendo adolescente, justo en la época en que sus hermanos y su madre lo desalentaban para que no tomara por profesión la lucha libre, asistió a un circo para ver a un hombre enfrentándose con un oso.

Fui a ver el espectáculo, el luchador no era tan grande, apenas de unos 90 kilos, pero el oso era impresionante, enorme. Lo llevaban con bozal y guantes para cubrirle las garras. Cuando comenzó el combate, el oso trataba de atraparlo y abrazarlo, pero el luchador lo esquivaba con rapidez. Hasta que logró pasar a la espalda del animal y derribarlo. Entonces que se le echa encima y cuenta ¡uno, dos, tres! Y que le gana. Yo estaba sorprendido por lo que acababa de ver. Y me dije: si ese hombre ha luchado y ha podido vencer un oso, por qué yo no puedo ser luchador.

Daniel García (reportaje realizado por Daniel Aldana Arana, La Jornada, 04/06/2004).

Cortesía:  http://www.metropolificcion.com

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