El Santo, mis valedores, el Enmascarado de Plata, en el retablillo anual. Va aquí, para todos ustedes, el memorial con el que año con año me arrimo a la advocación de ese Santo de la santería popular que parió y crio la imaginería de la conciencia popular y que permanece vivo en la memoria colectiva por gracia y milagro de esas vetustas películas de villanos y malandrines, vampiros y una cohorte rozagante de Teres Velázquez y Reginas Torné en ropitas menores que la de plasma exhuma esta tarde y mañana también. Porque vivo está enmascarado, redivivo en la conciencia colectiva a contracorriente del tiempo que todo lo borra. (Un 5 de febrero de 1917 nació nuestra actual Carta Magna. ¿En algo ha beneficiado a la fanaticada de El Santo?)
El Enmascarado de Plata. Ocurrió hace ya 33 años, pero en tratándose del Santo tutelar de esa arena llamada México 33 años nada son. Santo Señor de los menesterosos.
Fue un 5 de febrero de 1984. Otro día el paisanaje amanecía huérfano porque de repente se le fue el Santo al cielo; un Santo de verdad, no como los santitos ocasionales que nos improvisa El Vaticano. Wojtyla, pongamos por caso.
El Santo: qué tiempos aquellos. Nosotros, los de El Santo, ya no somos los mismos. Yo, al recuerdo del símbolo popular, este 5 de febrero entoné mi endecha anual, y celebré el oficio de tinieblas porque se nos fue El Santo al cielo.
Y lo que es el poder de los símbolos. Éste ya inscrito en la mitología popular y conservado en el formol de la imaginería de las masas permanece vivo en la memoria colectiva por gracia y milagro de las vetustas películas de naftalina. Vivo está, redivivo a contracorriente del tiempo que, aliado fiel del Alzheimer, todo lo borra. El Santo, el Enmascarado de plata. A propósito:
Fue un 5 de febrero cuando el paisanaje amanecería huérfano porque se le fue El Santo al cielo. El Santo de su devoción. A mí de repente se me llenan de remembranzas mente y pupilas en derredor de la vera efigie de uno de los que muy pocos, tal vez ni él mismo, identificaban como un tal Rodolfo Guzmán Huerta, pero que todos conocíamos, quizá hasta él mismo, como el Enmascarado de plata. Qué tiempos. Nosotros, los de El Santo, ya no somos los mismos, que no es lo mismo El Santo que mil Kónanes después. En este nuevo aniversario de la fecha infausta en que se nos fue El Santo al cielo entono la endecha:
Santo, Santo, Santo, señor de los cuadriláteros. Santo Enmascarado de plata, te rogamos, óyenos. Sanchopancesco quijote de máscara y capa cirquera, ahí donde ahora tomas resuello tras de caer vencido en la rigurosa lucha a una sola caída y sin límite de tiempo, escucha a estos tus devotos, los que acá nos quedamos. Esto te lo digo porque eres Santo tutelar de la fanaticada de todas las arenas arrabaleras donde se creyó –se cree– en ti y en ti se confía como nunca en ninguno de esos luchadores rudos, villanos del golpe bajo, la trampa y el costalazo, que dejan memoria ingrata en esa arena que se nombra México. Te lo digo por lo que en mi gente eres de ánima y estilo, de amalgama e identidad, contraseña y memoria colectiva. Porque percibo que mueres al modo del Nanahuatzin del panteón náhuatl, requemado en la hornaza para revivir Quinto Sol. El Santo.
Cortesía: http://ntrzacatecas.com/ y Tomás Mojarro
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