Después de más de seis décadas de épicas batallas y de
ser catártico para su público, el pancracio nacional se esfuerza
por sobrevivir.
En los primeros años de la década de 1960, un
patojo de más o menos 1.72 m y 140 libras acostumbraba solicitar permiso
a las autoridades de su internado, en la zona 5, para asistir a las
funciones de lucha libre los domingos en el Gimnasio Teodoro
Palacios Flores. Le fascinaba ver volar a sus ídolos, pero
más cuando el árbitro les levantaba las manos en señal de triunfo.
Una de esas tardes, Boby Rodenas lo
abordó para preguntarle porqué siempre llevaba entre los brazos
revistas de lucha libre mexicana. “Es que me gustan”, fue la escueta respuesta
que el muchacho le dio de manera tímida. Sin embargo, la conversación se
extendió al punto de que Boby le ofreció enseñarle el oficio. Dicho
y hecho, empezó a aprender.
“En la primera lección hasta grama tragué de la
revolcada que me dio”, cuenta el hoy veterano del ring que durante más de medio
siglo ha guardado su identidad bajo la máscara de Rayo Chapín.
Al finalizar la primera lección Rodenas le
dio dos recomendaciones: “Siga porque usted va a dar bola en esto,
y consiga un lugar donde entrenar”. No dudó en poner en
práctica los consejos y lo primero que hizo fue involucrar a un
amigo que tenía un garaje desocupado. Colocaron varios colchones y
comenzaron a practicar. A los cuatro meses debutó en
Mazatenango contra la Pantera Negra.
Cuando Rodenas le preguntó por el
sobrenombre que quería usar el pequeño dijo: —Algo así como rayo... rayo de
oro—. —¿Por qué no te pones Rayo Chapín—, le cuestionó
Rodenas. —Me suena feo, no me gusta, comentó el adolescente. Al
final lo convenció y aceptó. “Con ese nombre me di a conocer
y con el tiempo le di mucho valor”, resume el enmascarado azul.
Eran los años de gloria de los pancraciastas Arístides
Pérez, Conrado Klauster, Máscara Negra, el Asesino, el Inocente, el Chato Sosa,
Máscara Roja, Tarzán López y Rodenas, quien se
convirtió en el maestro del Rayo Chapín y creador de la
leyenda azul, que durante medio siglo encantó a sus fanáticos con
sus lanzamientos desde la tercera cuerda.
Sin proponérselo, el joven estudiante ingresó a un
mundo que comenzó a abrirse puertas en los últimos años de la década de
1940 en el cine Palace, y que en la actualidad pugna por no desaparecer
en la arena Guatemala-México, en Ciudad Real, zona 12, Villa Nueva. “Es la
mejor que aún queda en Centroamérica”, afirma el luchador
profesional.
Los primeros combates
Oswaldo Johnston, llamado el padre de la lucha
libre, cuenta que los primeros combates en el país en la década de 1940 los
organizó un empresario peruano, y se llevaron a cabo en el cine Palace de
la zona 1 capitalina. Debido a que este era un espectáculo nuevo en
Guatemala —en México surgió en 1934— el sudamericano trajo a un grupo del país
azteca.
En la década de 1950, el Gimnasio Teodoro
Palacios Flores se convirtió en el santuario de la liga
profesional, pues el empresario turco León Mizrahí, quien tenía un
almacén en la 5a. avenida y 16 calle, zona 1, se involucró en este
negocio y organizó las primeras peleas en las que participaron los que a
partir de 1960 enfrentaron a Rayo Chapín.
“Arístides Pérez y Máscara Negra eran las estrellas
y Chente Castellanos era un rudazo. No ha habido otro igual”,
evoca el Rayo Chapín.
Mizrahí no siempre estuvo solo, pues contó con
el apoyo de Sergio Álvarez, Guillermo Galán y Efraín Molina. Este
último tuvo el privilegio de alojar en su casa —cerca del IGA, en la zona
4— a las figuras del pancracio mexicano, entre ellos al Doctor
Satán, Huracán Ramírez, y el Santo, a quienes no les gustaba los
hoteles, cuenta Johnston.
Década de 1960
Después de su estreno, el Rayo Chapín comenzó a
enfrentarse a la crema y nata de esos años, que en su mayoría se formaron
en la década de 1950. “Al que más recuerdo es al Príncipe Apache, era un buen
rudo y le caía bien a la gente. También al Chato Sosa, el Asesino y
la Bestia de San Juan”, entre otros.
“Cuando comencé había unos 20 novatos,
entonces los luchadores viejos empezaron a
quejarse porque eran muchos y así el trabajo se reducía. Entonces
Mizrahí organizó una reunión y pidió que expresáramos lo que
sentíamos. Los veteranos aseguraron que por los novatos
no participaban todos. Entonces, el Fantasma —Ramiro Iriarte— dijo:
‘Entre la patojada están las futuras estrellas, por lo que no
podemos sacarlos del ambiente. Así se solucionó el problema”.
Uno de los primeros en enfrentarse al
enmascarado azul fue el Cirujano —Juan González—, quien asegura haberle
dado una tunda en 1962, como bienvenida. Otros destacados
fueron: el Judío Dreyffus, Hugo el Maldito, el
Escorpión, el Cuervo, la Fiera, Leonel Rivas, el Plebeyo y el
Caballero de San Juan, un mexicano misterioso que guardó
celosamente su identidad y “lo poco que se supo fue que vivía en
Huehuetenango”, cuenta el Rayo Chapín.
Champion Du Monde
La mejor época de la lucha libre llegó en la primera
mitad de 1970. Fueron los años de gloria de José Azzari —el tigre de
Chiantla—, el Cirujano, Jorge Mendoza, Leonel Rivas, Édgar Echeverría,
los Corsarios, la Fiera, el Alacrán, Landrú, Máscara Roja, el Lacandón, el Lobo
Valdez, la Araña, Luis Azzari y el Hippie, entre otros. Enfrentaron a mexicanos
célebres como el Santo, Blue Demon, Huracán Ramírez, Tinieblas y
Mil máscaras. Hasta películas se filmaron en el país y los protagonistas
fueron los aztecas.
Evocando esos buenos momentos, el Rayo
Chapín asegura que el éxito se debió a que se trajeron a los
mejores de México, Estados Unidos y América del Sur. A la lista agrega a
los extranjeros Rolando Vera, campeón mundial de peso medio, Gory
Casanova y Black Shadow y “otros de gran trayectoria
internacional”.
Las funciones se llevaban a cabo los viernes a partir
de las 21 horas y los domingos a las 16 horas, en el Gimnasio Teodoro
Palacios Flores. El recinto era abarrotado por más de cinco mil aficionados
en cada presentación, por lo que Azzari, quien fue el empresario
promotor, desarrolló algunas carteleras en el estadio Mateo
Flores.
“La lucha metía más gente al estadio que el
futbol. Las funciones se efectuaban
en el gimnasio los domingos por la tarde y se
llenaba. Los partidos de futbol se desarrollaban
en el estadio por la mañana y asistía poca gente. Pasaron el futbol
a la tarde y lo mismo, nosotros jalábamos más público”,
afirma el Rayo Chapín.
Una de las presentaciones memorables se ofreció
el 28 de enero de 1973, cuando Azzari se enfrentó al canadiense Bull
Gregory para disputar el título de Champion Du Monde —Campeón
del mundo—, ante 25 mil personas que vitorearon al Tigre de
Chiantla. Algo parecido sucedió, en cuanto a asistencia, cuando se enfrentó
en varias batallas al mexicano Rizado Ruiz.
Brillaron también el Arriero de San Juan,
Pluma Negra y Pluma Roja, el Campesino y los extranjeros Ray Mendoza,
Doctor Wagner, Gran Mamut, Massambula, Coloso Colossetti, TNT, Dorrel
Dixon, Indio Pinto y el Vikingo.
De esta época fueron memorables las batallas
entre Azzari y el Cirujano, quienes eran proyectados como enemigos acérrimos.
Regularmente, ganaba Azzari, pero el público sufría cuando perdía por las
marrullerías del Tigre de Chiantla.
Esa enemistad llegó a su mayor punto de
ebullición en enero de 1976 cuando se enfrentaron máscara contra
cabellera.
El Cirujano perdió y debió quitarse la máscara. El
antifaz cubrió por casi 15 años el rostro de Juan Ubaldo González Morales
(1936), un empleado de la Dirección General de Correos, y luego de la empresa
Guatemalteca de Telecomunicaciones, por cuyos servicios ganaba unos Q100
al mes, mientras que en la lucha libre ganaba esa misma cantidad un fin
de semana, según cuenta.
A las carteleras llegaba tanta gente que a los
pancraciastas también les iba muy bien en lo económico. Tanto así que como
compensación por haber perdido la máscara el Cirujano recibió Q8
mil. “Con esa cantidad compré una casa que fue afectada por el terremoto de ese
mismo año, y ahí construí mi casa, en la zona 5”, cuenta.
El éxito permitió a Azzari ganar una gran
fortuna, pero en 1977 se desligó de la lucha y se
dedicó a viajar y hasta se compró un yate. “Malgastó todo lo
que había hecho”, relatan quienes lo conocieron.
mucha difusión
En el boom de este espectáculo tuvo mucha
incidencia la difusión que se le dio en 1970. Se transmitía en uno
de los canales de la televisión abierta los sábados de 18 a 19
horas, y estaba dirigido a los niños, pero absorvió a los
adultos, afirma el locutor Enrique Bremermann, conocido como la Voz
de la lucha libre, y quien transmitía las emociones de esos combates.
“La primera demostración la hicieron Azzari y
Jorge Mendoza, y el ring lo elaboró un herrero que también era luchador. El
rating del programa llegó a 80 por ciento”, recuerda el cronista deportivo.
Al éxito contribuyó la publicación de la Revista
Lucha, que primero fue dirigida por Bremermann y luego por Carlos García
Urrea. El medio contaba con el apoyo de la editora El Gráfico, pues su
propietario —Jorge Carpio Nicolle—, era concuño de Azzari. “La revista se
hacía de los excedentes de papel del diario ”, afirma Bremermann.
La llamada época dorada comenzó su
descenso en 1977, cuando Azzari dejó la empresa en manos de Luis
Echeverría y este, según cuentan los entrevistados, transformó el espectáculo
en algo muy circense, por ejemplo simular la boda de Madame Xandú
con otro pancraciasta.
El locutor deportivo cuenta que a raíz de este
hecho comenzaron a surgir arenas chicas en la periferia de la ciudad en
sitios como la Florida, San José, el Arenal, La Brigada y el No Camp, a
donde migró una parte de los paladines, y otros se quedaron en la empresa de
Echeverría, quien actuaba como He Man.
El caballito de batalla
A pesar de que la mayoría de los que comenzaron
con el Rayo Chapín en 1960 ya se habían retirado, en 1980 el enmascarado
azul libró sus mejores combates. “Fui el caballito de batalla en el
Teodoro Palacios Flores y, como siempre, querían acabar
conmigo y quitarme la máscara. Durante mis 50 años
desenmascaré a más de 60 luchadores” afirma el Rayo.
En 1985, la empresa Ring 2000, de Echeverría,
arrendó el cine Moderno, zona 5, donde la estrella fue el
Hombre Araña —hermano de Echeverría—, pero después de siete años la
cerraron. En el 2005 la empresa reabrió y operó en el Teodoro
Palacios Flores, pero el intento fracasó. En diciembre de ese mismo
año la duela de ese centro deportivo se estremeció por última vez al caer
los gladiadores.
El elenco estuvo formado por He Man, el Hombre
Araña, Madame Xandú, la Hija de Madame Xandú, Monsieur
Landrú, la Colorina, Jorge Mendoza, el Avispón
Verde, El Torbellino, La Dama de las Camelias, Saeta Roja y
El Atómico, entre otros.
Durante esa misma época también operó la empresa de
Jorge Reyes Alonso, quien promovió como su estrella a Astro de Oro —Francisco
Lee, campeón internacional de lucha olímpica y dirigente deportivo—.
“A partir del 2000 comenzaron a programar lucha
en cualquier parqueo y aunque quieran meterle seriedad,
el público no acepta lo que quieren proyectar. La única que ofrece
un buen espectáculo es la Guatemala-México”, dice el Rayo Chapín.
Aunque la lucha libre solo es un espectáculo
debe ser de calidad, para lo cual los actores deben llenar algunas
características profesionales. “Un 70 por ciento es habilidad
atlética, un 20 habilidad histriónica y un 10 habilidad circense”,
explica Bremermann.
Quien no cumple con esas cualidades, lo más probable
es que no lo tomen en cuenta para los combates estrellas y sufra muchas
lesiones; sin embargo, los experimentados no se escapan a las
fracturas en la nariz, los hombros y las piernas, así como heridas cortantes en
la frente y lesiones en las cervicales.
Todo esto lo vivió el Rayo Chapín, pero
luego de medio siglo decidió retirarse. “Después de cinco décadas de
luchar todas las semana me costó aceptar, pero reflexioné: Tengo una
trayectoria que quizás otros no tengan en el país, y ¿si por orgullo
sigo y un rival me lesiona para el resto de mi vida? Entonces dije:
¡Hasta aquí nada más!”.
Pero ¿quién es en la vida real el Rayo Chapín?
posiblemente nunca se sepa porque, según cuenta, solicitó a su
familia que no lo divulguen cuando muera. Lo único que se conocerá es que
falleció un hombre que se dedicó muchos años a vender levadura. ¡Me llevaré el
secreto a mi tumba!”, afirma.
Cortesía: http://www.prensalibre.com/
y Francisco Mauricio Martínez
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