Estimados amigos de El Gráfico, escribir para ustedes siempre es un verdadero placer y lo es más cuando son ustedes quienes sugieren el tema, como el caso de nuestro amigo Rafa Vargas, quien me pidió que esta semana escribiera sobre la derrota más dolorosa de El Santo.
Así, aprovechando que hoy es viernes y lo que les voy a platicar sucedió un viernes, además de que este próximo domingo es 2 de abril, les contaré dos historias que coinciden y se entrelazan.
Cierta ocasión le pregunté a mi padre ¿cuál había sido su derrota más dolorosa en el ring y cómo la recordaba? Y esto fue lo que me contestó:
“Recuerdo perfectamente aquel viernes 2 de abril de 1943 cuando la arena Coliseo, ubicada en el número 77 de la calle de Perú, abría sus puertas por primera vez y una avalancha humana abarrotaba el coso de concreto y acero con capacidad para más de cinco mil aficionados para ver frente a frente a El Santo contra Tarzán López, disputando el campeonato mundial de peso medio.
Don Salvador Lutteroth había llevado esa noche a Monseñor Martínez, el Arzobispo de México, a que bendijera el local y la empresa mexicana nos había elegido a Tarzán y a mí para cubrir el evento estelar.
“La responsabilidad era enorme, pero consideraban que yo tenía méritos suficientes. Ya que en ese momento ostentaba los campeonatos nacionales welter y medio. Era el primer luchador en la historia en poseer dos coronas a la vez y mi ambición me llevaba a intentar alcanzar la tercera y esa noche la iba a disputar a quien orgullosamente la ceñía.
“Sonó el silbato que anunciaba la primera caída y me arrojé sobre mi contrincante con el fin de eliminarlo en forma rápida pero todos mis esfuerzos se estrellaron ante un muro inamovible que era mi rival quien, gracias a su serenidad, capacidad, consistencia y mayor experiencia, logró derrotarme bajo la presión de una durísima llave y me tragué en mi esquina el despecho de mi derrota.
“Con la misma furia que me daban mis 26 años de edad, salí en la segunda caída. Mis mejores armas eran empleadas y aunque sabía bien que le lastimaban, él no decrecía su orgullo y éste lo hacía superarse. Como si fuera poco, la multitud que llenaba el lugar estaba en contra mía y, a pesar de que luchaba limpio debido a las reglas del combate, mi estilo rudo me había granjeado muchas antipatías y los gritos de burla y de desdén me perseguían.
“¡Ni quiero recordarlo! Perdí también la segunda caída y nunca como aquella vez sufrí tanto en mi amor propio. Es por eso que considero que esa noche frente a Tarzán López, ha sido la más dura que he tenido sobre el ring.
“Experiencia triste pero indispensable, me precipité y éstas son las lecciones que deja una amarga derrota”, me confesó.
Recuerden que muchas veces perdiendo, ganamos: El Santo.
Nos leemos la próxima semana, para que hablemos sin máscaras.
El Hijo del Santo