El Hijo de El Santo recuerda a su madre, quien un día como hoy contrajó matrimonio con su papá
Cuando tengan esta columna en sus manos yo estaré en La Habana,
Cuba. Voy a consultar a dos excelentes médicos que me recomendaron y
también a visitar el templo de San Lázaro, a quien le hice una promesa
si mi lesión lograba sanar.
Hoy no les voy a hablar como El Hijo del Santo, más bien lo haré
como el hijo de María de los Ángeles, una maravillosa mujer que fue mi
madre y a quien perdí lamentablemente hace 34 años, cuando cursaba el
primer semestre de Ciencias de la Comunicación, en la Universidad
Iberoamericana.
Aquel 10 de junio de 1981 ha sido quizá el día más triste de mi
vida. Mi mamá y mi papá contrajeron matrimonio un 8 de mayo. Ella era la
luz de nuestro hogar, fue una mujer que dedicó la vida a su familia y
lamentablemente cuando murió... todo cambió.
Mi mamá fue la causa del 50 por ciento del éxito de mi padre;
siempre lo apoyó en todo y gracias a ella mi papá tuvo la libertad de
viajar sin ningún reproche, de compartir el escenario con bellas mujeres
sin sentirse celado.
En mi madre tuvo siempre a una fiel compañera, sobre todo a una
esposa dedicada cien por ciento a su hogar y a sus hijos. Mi madre fue
una madre muy al estilo de las mujeres de antes.
La recuerdo siempre muy guapa, alegre y activa. Tomado de la mano
me llevaba al mercado en donde todos los días hacía su mandado; su
sencillez, ternura y generosidad se reflejaba en su rostro.
Toda la gente la quería y respetaba y siempre tenía un comentario
positivo para cualquiera. Cuando tocaban el timbre de mi casa, muchas
veces era para pedir un vaso de agua o un pan y ella siempre, sin
excepción, se tomaba el tiempo para preparar en un plato tres o cuatro
tacos o dos tortas y así acabar con el hambre y la sed de aquellas
personas que lo solicitaban.
Ella siempre tenía una moneda para ayudar a todos los que le
pedían una limosna, ya sea en una iglesia, en la calle o el mercado. Mi
mamá fue una mujer muy bella por dentro y por fuera. Fue ella quien me
enseñó a admirar y respetar a mi padre; ella me inculcó muchos valores
morales como el respeto, la generosidad, la lealtad, la amistad, la
humildad y la gratitud.
Hoy quiero brindar por ella y por todas las madres que dedican la
vida entera a su familia; a las que esperan con amor y ternura a su
primer bebé; a las que han cambiado su vida y su destino por cuidar y
proteger a sus hijos recién nacidos; a todas aquellas que madrugan para
mandar a sus pequeños a la escuela, a pesar de sus desvelos.
Brindo un homenaje a todas aquellas madres solteras que trabajan
con esmero, que tienen que dejar en una guardería a sus hijos
sacrificando el tiempo junto a ellos para poder sostener un hogar.
A todas las mujeres que han quedado viudas y por el amor a los
hijos o a sus nietos siguen adelante; a las que toman la decisión de
tener a un hijo en la cárcel o a las que tienen un hijo preso lejos de
ellas.
Especialmente quiero brindar un homenaje a todas las madres que han
tenido la desgracia de perder a un hijo o hija y la única manera que
tienen de poder estar cerca de ellos o ellas es en su sepulcro o en su
corazón, por no haber encontrado nunca sus cuerpos.
Le doy gracias a Dios por haberme dado una madre que me enseñó a
amar la vida y que hoy es un ángel que me acompaña día tras día y en
todo momento.
Gracias mamá por jugar, viajar y llorar junto a mí; por cuidarme,
abrazarme y acariciarme. Gracias por sonreírme siempre y darme tus
consejos, pero sobre todo por amarme tanto.
Muchos de ustedes, tal vez igual que yo, sólo guardan el bello
recuerdo de su mamá porque ya la han perdido, pero quienes aún tengan
la bendición de conservarla, disfrútenla al máximo, no sólo el 10 de
mayo sino todos los días.
No puedo dejar de felicitar a mi amada esposa y compañera que me ha
dado dos hijos que son mi alegría y fortaleza. ¡Feliz Día de las
Madres!
Nos leemos la próxima semana para que hablemos sin máscaras.
EL HIJO DEL SANTO
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