martes, 12 de mayo de 2015

Los luchadores viven a la espera de la última derrota


El funeral de "El Hijo del Perro Aguayo" en Jalisco. Foto: Tomada de Twitter
El funeral de "El Hijo del Perro Aguayo" en Jalisco.
Foto: Tomada de Twitter
 
Son luchadores, pero una lesión puede doblegarlos para siempre. Su vida es pelear, pero deben callarse ante los empresarios que los mangonean. Combaten sobre el ring, pero las mayores batallas las tienen perdidas: no gozan de derechos laborales, ninguna autoridad les hace esquina, carecen de servicios médicos, no poseen programas de retiro y los promotores los tunden. Así, la muerte del Hijo del Perro Aguayo se revela como la consecuencia ineludible de un deporte-espectáculo plagado de abusos, mezquindades e improvisación.

MÉXICO, D.F. (Proceso).- El fallecimiento del Hijo del Perro Aguayo, el sábado 21 en Tijuana, mostró el mayor riesgo que enfrentan los luchadores mexicanos –la muerte–, pero también evidenció la realidad cotidiana que padecen: lesiones, enfermedades, secuelas de por vida, abandono, explotación y miseria.

Los luchadores no tienen “derechos laborales”. Reciben pagos a capricho de los promotores, no son empleados de nadie, carecen de seguridad social y prestaciones, no pueden ahorrar para su retiro ni saben de pensiones o jubilaciones. La relación “patronal” dura, si acaso, tres caídas; los contratos se hacen con saliva y su cumplimiento depende de la buena voluntad de los empresarios.

Ray Mendoza Jr. trabajó en los cuadriláteros durante 36 años. Hijo del afamado luchador del mismo nombre, pertenece a la Dinastía Imperial, una familia de enmascarados conocidos como Los Villanos, que comenzaron en los rings cuando la lucha libre era cuerpo a cuerpo y a ras de lona, lejos de los lances y acrobacias actuales.

El peleador, antes conocido como Villano V, se despidió de los encordados antes de que lo bajaran en silla de ruedas, como ha ocurrido, dice, con muchos de sus colegas –sobre todo poco conocidos–, que quedaron a merced de la caridad de los empresarios o de sus compañeros.

“El luchador está desprotegido. Lo digo para que mis compañeros tomen conciencia. Hay que exigirles a los promotores porque, cuando terminamos lastimados, el dinero que hayamos ganado no alcanza para cubrir terapias físicas, cirugías, atención médica. Por eso muchas veces acabamos en el abandono total. Cuando un promotor ve que ya estás muy lesionado, sobre todo las empresas grandes (como la AAA o el Consejo Mundial de Lucha Libre, CMLL), te hacen a un lado y te dicen que ya no sirves. Es muy triste porque, después de haberles llenado el bolsillo, te tiran como si fueras un utensilio”, denuncia…

Fragmento del reportaje que se publica en la edición 2004 de la revista Proceso, ya en circulación.
  Cortesía: http://www.proceso.com.mx

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