sábado, 2 de abril de 2016

La novia del Santo






La arena estaba de bote en bote... 

'La novia del Santo' salta desde la cuerda más alta, derrumba a su contrincante, le tuerce un brazo, la azota contra la lona. ¡Y uno, dooos, treeees!. El réferi le alza la mano. Es Irma González, la gladiadora que pisó por primera vez un ring cuando las luchas entre mujeres estaban aún prohibidas. Fue campeona mundial y ahora, a sus 75 años, se dedica a entrenar a las futuras promesas del cuadrilátero.
"¡Mátala! ¡Dale en su madre!", le grita el público a La novia del Santo, que está parada sobre la tercera cuerda del ring, usa un leotardo azul y una máscara plateada, tal como la de El Santo, la máxima leyenda de la lucha libre mexicana. La gladiadora enmascarada agita los brazos con las palmas hacia arriba, pidiendo al público que diga más, que grite más fuerte. De pronto salta desde la cuerda más alta y agarra de la muñeca a su contrincante, Chabela Romero, le aplica una llave que la obliga a girar y la azota con fuerza contra la lona. Se acerca a su oponente, una mujer morena y fornida que continúa tendida en el piso, brinca y cae sobre su tórax de un sentón, le sujeta con furia los brazos y le grita al réferi: "¡Cuéntele!" 

El árbitro apenas y llega a pronunciar el número dos cuando un hombre en las gradas suelta eufórico: "¡Con huevos, Irma!". La gladiadora gira rápidamente la cabeza: la reconocieron y eso es peligroso. Ella juró a su futuro esposo que dejaría los encordados y por eso se esconde tras la máscara para luchar tan sólo siete meses más, hasta que llegue el día de su boda. 

La novia del Santo pierde la concentración y su rival hace un movimiento rápido con la cadera que las obliga a intercambiar posiciones. La enmascarada está ahora boca abajo, soportando los 70 kilos de peso de su oponente y forcejea para soltarse. De pronto, La novia del Santo se impulsa hacia arriba con la fuerza de las piernas y avienta a su oponente lejos, corre hacia ella, la agarra de la cintura, la levanta por el aire y la arroja a unos tres metros. Chabela rueda sobre la lona y justo antes de caer del ring se detiene, se incorpora y tambaleándose camina hacia su rival y le tiende la mano en señal de paz. El público continúa exclamando "¡Dale! ¡Mátala!", así que Irma sigue el consejo de sus admiradores y le aplica a la morena una última llave que la deja tendida. El réferi cuenta hasta tres. "¡Uno... dos... tres!", corta en seco. 

La escena trascendió en el tiempo y ahora forma parte de la videoteca de algunos fanáticos empedernidos de la lucha libre mexicana. 

Una década más adelante, estas gladiadoras, que eran ya rivales consumadas, protagonizaron uno de los encuentros femeniles más feroces de su época. La portada de la revista El Halcón, especializada en lucha libre, lo muestra con crudeza: Irma González está sangrando profusamente de la frente y en su mano derecha sostiene una rasuradora con la que pela a Chabela Romero, que forcejea sentada en la lona. La legendaria luchadora, a quien La novia del Santo recuerda como "mi adorada enemiga", apostó la cabellera y la perdió. 

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Es 1984 y El Santo ha congregado a más de diez mil personas entre políticos, artistas, deportistas y admiradores. Rodolfo Guzmán Huerta está recostado en un féretro en Mausoleos del Ángel, uno de los principales panteones de la Ciudad de México. Lleva puesta su máscara y así será enterrado. 

En los pasillos se escucha que nunca habrá otro igual, que él ya sabía que iba a morir y por eso había mostrado parte de su rostro en el noticiero Contrapunto, conducido por Jabobo Zabludowsky. Algunos decían que era un auténtico superhéroe, que era de verdad un santo. Porque El enmascarado de plata creó un mito que muchos santos reconocidos por el Vaticano quisieran tener. Fue luchador durante cuatro décadas en las cuales su personaje trascendió el ring y se transformó en un símbolo de justicia para el hombre común. Los 52 largometrajes que protagonizó lo convirtieron en una leyenda del cine de culto. 

El Santo también aparecía en un cómic semanal que ahora es objeto de colección. Los muñecos con su figura se vendían en mercados y jugueterías, y el póster con su rostro decoró las paredes de varias generaciones de aficionados.

El luchador hacía honor a su mote. Se cuenta que un hombre humilde se le acercó para pedirle que lo apoyara económicamente para costear el tratamiento médico de su esposa. El Santo le propuso que pelearía en su pueblo para recaudar fondos. Terminado el combate y reunido el dinero necesario, el gladiador pidió como paga tan solo una torta y un refresco. Ese Santo hacía milagros. 

Y ese mismo Santo, el gran Santo, fue consejero, confidente y admirador de Irma González, pero nunca fueron pareja. La novia del Santo nació como una rebelde estrategia creada por la luchadora para no abandonar el ring. Resulta que su futuro esposo le había pedido que dejara las arenas, por eso ella se acercó a El enmascarado de plata y le pidió permiso para usar su nombre y su máscara, pues era conocida en el cuadrilátero por su nombre real. El nuevo personaje resultó ser un éxito en las taquillas y un triunfo más para Irma González, que como ella misma afirma, siempre ha hecho lo que ha querido.

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A las seis de la mañana en punto se levanta la señora Irma González, tiende su cama, barre la casa, saca la basura y desayuna. A las siete y media toma un espejo hexagonal de madera y un peine de dientes anchos, cepilla su cabellera rizada color rojo caoba y se retoca el maquillaje; ella es una mujer coqueta, que a sus 75 años no pierde el estilo desafiante y elegante al vestir, tal como cuando era conocida como La novia del Santo. 

Irma sufre desde hace siete años de un intenso dolor en las rodillas, la única solución, dicen los médicos, es operarla. Pero si trabajó por 50 años en un medio donde los cuerpos perfectos son idolatrados y no se realizó cirugía estética alguna, ahora no permitirá que se le acerque un bisturí.
Por eso, para la única esteta que ha logrado cubrir cinco décadas de lucha libre, viajar de su hogar al gimnasio es toda una odisea: baja lentamente tres pisos para llegar a la calle, camina con parsimonia hasta la avenida y toma un pesero que recorre Nezahualcóyotl, un barrio popular al suroeste de la Ciudad de México que está asentado en el antiguo Lago de Texcoco, donde se gestó Tenochtitlán. Después de media hora, la luchadora llega al Bull’s Gym y sube cuatro pisos a través de una escalera estrecha de paredes descarapeladas, entra a los vestidores y tras unos minutos sale ataviada de un leotardo de cuerpo completo elaborado con terciopelo negro. El atuendo la hace lucir más alta, apenas y se nota su metro y medio de estatura. Cuando Irma entra al salón se impone el silencio, ella se acerca al ring y se pinta los labios de rojo. Después dice con autoridad: "Luchadores al ring. La clase está por comenzar". 

La veintena de alumnos no duda en subir al ring. Desde antes de su llegada ya están esperándola, se nota que saben que recibir lecciones de una campeona mundial es un privilegio. Sobre el ring, es claro que la luchadora está al mando. Con autoridad les exige a sus alumnos que salten de la tercera cuerda con ganas y sin miedo, les indica qué ejercicios hacer, cómo formarán parejas para practicar. Y con esa misma autoridad los regaña, los corrige, los aconseja. La novia del Santo sabe de lo que habla.
Irma González, quien es conocida por desafiar desde los 13 años la prohibición de los combates entre mujeres, llegó a ser Campeona Mundial de Lucha Libre, cantante, compositora, actriz, madre y maestra de las futuras promesas del mundo de los costalazos. Ahora se dedica en exclusiva a los dos últimos oficios. 

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Irma González fue gladiadora primero por accidente y luego por convicción. Cuando tenía trece años una amiga, que era luchadora, la invitó a reemplazar en una función a una compañera que había faltado. "Yo le dije que no, que esas usaban unas bolotas en las manos. Mi amiga se carcajeó y me dijo que esto era lucha libre, no box y me aseguró que yo no iba a hacer nada, solo pararme en el ring, agarrarme de la cuerda y esperar… pero se madrearon a mi amiga y luego a mí. Al final me pagaron 125 pesos, una buena lana, así que regresé a los ocho días y de ahí ya no paré", narra la gladiadora. 

Carlos Monsiváis, en su libro Los rituales de caos, describe a las luchas como "el espectáculo del exceso… una genuina comedia humana, donde los matices de la pasión (disimulo, crueldad refinada, fariseísmo, la sensación de no deber nada a nadie) hallan el signo que los aloja, los expresa y los conduce al triunfo... arenas miserables, olores que no pueden ser obra de una sola generación, sillerío que informa de los bajos ingresos de la concurrencia, fatiga de los actores e intérpretes... los ídolos suelen ser sexagenarios o hasta septuagenarios". 

Ese misticismo fascinó desde temprano a Irma, que dejó el negocio familiar por otro en el cual fue reconocida como campeona del mundo. La luchadora creció junto a ocho hermanos en un circo propiedad de su padre, en el cual desde los seis años fue trapecista, contorsionista y amaestradora de perros. Gracias a esas habilidades, cuando empezó a entrenar en la arena de Tepito, el emblemático barrio bravo de la Ciudad de México, pronto ganó admiradores y también fue víctima de envidias. Cuando regresaba al vestidor encontraba sus zapatos clavados al piso, su ropa desaparecida o la bolsa llena de cucarachas. 

El oficio que destrozó las rodillas de Irma y le dejó de recuerdo una cicatriz de ocho centímetros en la frente, también la volvió protagonista de momentos históricos. El 25 de mayo de 1980, en el Toreo de Cuatro Caminos, a las afueras del Distrito Federal, Irma González derrotó a la estadounidense Vicky Williams, para coronarse como campeona mundial de lucha libre de la Universal Wrestling Association. El 21 de septiembre de 1986, participó en la primera confrontación entre mujeres que se realizó de forma legal en la capital del país. 

Desde los años 50 se había impuesto la prohibición de la práctica de la lucha libre femenil y la participación de damas en las funciones de las arenas de la capital del país. Por ello, en arenas del norte del país y zonas vecinas a la capital del país se gestó la generación de estetas a la que pertenece La novia del Santo. Chabela Romero, Estela Romero, La Briosa, Pantera sureña, La india siux (madre), Chela Salazar, La Bruja, y las extranjeras Vicky Williams, Joyce Grable y Lola González también formaron parte de esa célebre camada de luchadoras. 

Por si fuera poco, Irma obtuvo también el campeonato internacional de lucha libre de parejas, haciendo mancuerna con su hija Irma Aguilar. Madre e hija formaron por 30 años una de las mejores duplas de la lucha libre mexicana y, a pesar de haber presenciado cómo era golpeada su única hija, Irma González recuerda esos años como los más felices en el pancracio. 

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Irma guarda con celo un video que prueba que fue cantante, debe ser de finales de los ochenta o principios de los noventa. En el escenario está parada una joven que luce sonriente y nerviosa. Porta un atuendo de mariachi color blanco, una falda larga y recta y un sombrero grande que piensa llevar a Japón para obsequiarlo después de su próxima pelea. Junto a ella está un hombre maduro, ataviado de un traje sastre café, que acerca un micrófono antiguo a sus labios y dice: "Ese fue el mariachi de Silvestre Vargas Junior, y con este marco musical traemos la presencia de la primera figura de esta noche. Ella es la Campeona Mundial de Lucha Libre y ahora invade el difícil terreno de la música folklórica, ¡con ustedes, Irma González"! 

Ella respira profundo, sonríe nuevamente, saluda al público y empieza a cantar Si nos dejan, una canción ranchera compuesta por José Alfredo Jiménez.
Si nos dejan Nos vamos a querer toda la vida Si nos dejan Nos vamos a vivir a un mundo nuevo Yo creo podemos ver El nuevo amanecer De un nuevo día Yo pienso que tu y yo Podemos ser felices todavía”

Yo hice casi todo lo que quise, fui cirquera, luchadora, actriz, cantante y compositora", dice con orgullo la septuagenaria maestra de lucha libre, a quien es posible observar en sus mejores momentos en películas como Las luchadoras contra el médico asesino, Las luchadoras contra las momias y Los hermanos del viento. Le gusta presumir que es la autora de El mandilón, una canción que fue inspirada en su primer esposo, ese que le prohibió seguir luchando. Y dice así: 

Tenía que ser, ya se rajó el mandi mandi mandi mandilón y me dejó el corazón en mil pedazos y llorando decepción Yo que pensé que un pantalón bien fajado no podía ser de un rajón le queda bien pero mejor que use falditas con moñitos y listón. 

Siete meses después de que nació La novia del santo, Irma González contrajo matrimonio. Tres meses más tarde, su esposo huyó, dejándola embarazada. Ahora era una madre soltera que necesitaba dinero para mantener a su hija, así que 15 días después del parto ya estaba de vuelta en el ring. 

Hoy, Irma González tiene una hija, dos nietos, tres bisnietos y 75 años. Su hija vive en Cuernavaca, así que Irme divide el tiempo entre su familia y su pasión deportiva. En su casa cuelgan pósters que recuerdan las glorias del pasado: Irma y su hija en traje de luchadora, Irma con sombrero de charro en Japón, Irma posando sola, un tocadiscos para que escuche las canciones que compuso. Cada hora suena un coqueto reloj con pajaritos azules. 

—Oye abue, ¿de veras fuiste luchadora? —le pregunta uno de los más jóvenes de su estirpe.
La maestra de lucha libre responde afirmativamente y le muestra unos videos que dejan al nieto atónito al observar a su abuela cargar por los aires a mujeres más altas que ella y lanzarlas con fuerza contra la lona. Así que el pequeño se anima a preguntarle: 

—Abuelita, ¿de verdad fuiste La novia de el Santo? Irma suelta una carcajada.

Cortesía de: www.domingoeluniversal.mx Por: Leticia Gasca Serrano, Fotos: Federico Gama

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