Mil Máscaras y El Perro Aguayo me enseñaron muchas cosas de lucha y también de la vida, cuando fuimos compañeros de viajes
Cuando no nos llevaban en su auto Tomás, Horacio y Rafa (nuestros fieles aficionados y mejores amigos), rentábamos uno, y por lo regular yo era el conductor asignado en los viajes por carretera de Monterrey a Saltillo, a Reynosa, Matamoros, Nuevo Laredo y en ocasiones también hasta Torreón.
Lo disfrutaba bastante a pesar del cansancio, porque en lugar de dormir escuchaba las anécdotas de mis dos queridos compañeros de gira: Mil Máscaras y Pedro Aguayo.
Eran dos grandes luchadores que poseían toda la experiencia en la lucha libre y en la vida; escucharlos significaba adquirir valiosas lecciones para mí y un verdadero placer. En muchas de sus múltiples charlas siempre aparecía El Santo, a quien ambos querían y respetaban.
Otras ocasiones las pláticas se salían de control al tocar temas que terminaban en discusión, ya que ambos defendían sus puntos de vista y se enardecían cuando se desmentían el uno al otro.
¡Yo me mantenía al margen y los escuchaba! Pero si veía que la cosas se ponían tensas, buscaba alguna gasolinera o restaurante y los interrumpía diciéndoles que tenía ganas que ir al baño, les preguntaba si querían comer algo o tomar un café.
Entonces El Mil y don Pedro dejaban de discutir y se distraían al bajar del auto. Después de 10 ó 15 minutos se enfriaban las cosas, subíamos al auto y se olvidaban de la discusión, lo cual me causaba un gran alivio, pues sentía un profundo respeto y cariño por los dos y no me gustaba verlos discutir.
SE ACOPLARON. El primer promotor que vio que este trío (Mil Máscaras, Perro Aguayo y El Hijo del Santo) era una fórmula exitosa, tanto en taquilla como en rendimiento y en aceptación de los aficionados, fue Carlos Elizondo.
Se trataba de un hombre con bastante visión en la lucha libre, que tenía a su cargo la entonces conocida “División del Norte”, fundada por el gran luchador René Copetes Guajardo.
Éramos sus cartas fuertes, pues en cada plaza en donde nos presentábamos nuestras contiendas resultaban un rotundo éxito en taquilla y en espectáculo.
Teníamos diferentes rivales, según la ciudad en que luchábamos.
Por ejemplo, si luchábamos en Reynosa, nuestros rivales eran Yuma, Nacho Zapata y el Halcón de Oro. Mientras que en Nuevo Laredo podíamos enfrentar a Sangre Chicana, José Torres y Silver King.
Pero sin duda alguna, el trío más poderoso y al que por lo general enfrentábamos, era el que estaba conformado por Gran Markus, Fishman y Espanto Jr.
Con ellos dábamos unos encuentros inolvidables, dado a que la gente veía de todo.
Fue tal nuestro éxito como trío en la División del Norte, que tiempo después Benjamín Mora nos llevó a Tijuana, Mexicali, Ensenada, Los Ángeles, Ciudad Juárez y en alguna ocasión nos presentamos como una tripleta en el Toreo de Cuatro Caminos.
Desde estas líneas les mando un saludo a los dos. Les agradezco profundamente su compañía en todos esos viajes; sus consejos y, sobre todo, lo mucho que me enseñaron referente a la lucha libre y la vida misma, quizá sin ni siquiera imaginarlo ellos.
Nos leemos la próxima semana, para que hablemos sin máscaras.
El Hijo del Santo
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