El Hijo de El Santo se despide de uno de los luchadores más carismáticos en la historia de nuestro país, miembro de una dinastía que provocó un enfrentamiento en el ring, pero una gran amistad afuera de los encordados
Haciendo un poco de historia profesional con El Hijo del Perro
Aguayo, les comento que esta rivalidad nació en el año de 1973, pero
con nuestros respectivos padres. El Santo, con más de 30 años de
exitosa carrera deportiva, se topó en el ring con un joven y aguerrido
luchador que buscaba la consagración absoluta y logró derrotar al
Enmascarado de Plata defendiendo el campeonato mundial de peso medio de
la NWA que entonces ostentaba.
Al verse derrotado, El Santo lanzó un temerario reto de máscara
contra cabellera al irreverente joven, quien nada tenía que perder
excepto su larga cabellera y sí tenía mucho que ganar si desenmascaraba
a El Santo.
Y fue así como un viernes 3 de octubre de 1975 se enfrentaron en
una sangrienta y titánica lucha, la cual yo presencié siendo un
adolescente. Afortunadamente, la experiencia de mi padre fue lo que lo
llevó al triunfo para poder conservar su máscara, dejando al zacatecano
sediento de venganza. Incluso de esta manera, a pesar de perder el
combate, El Perro Aguayo, logró permanecer en el estrellato.
Su último encuentro con El Santo en un ring fue el 12 de
septiembre de 1982 en la despedida de mi padre, con el Toreo de Cuatro
Caminos como escenario. Sin embargo Aguayo no quitó el dedo del renglón
y continuó con su sed de venganza, ya que cuando yo debuté como
luchador profesional me acechó y buscó por todos los medios un
enfrentamiento contra mí.
Éste se realizó en la ciudad de Reynosa, en un mano a mano donde
terminamos bañados en sangre. Ahora la rivalidad ya no era con mi padre,
era conmigo, me la había heredado y yo sufrí en carne propia los
embates de mi difícil rival; la historia se repitió, sólo que ahora la
experiencia era del can y yo era el joven que buscaba la consagración.
La última vez que enfrenté en un mano a mano a El Perro Aguayo fue
también en el Toreo de Cuatro Caminos y ahí quedó pendiente una lucha de
máscara contra cabellera.
Años después debutó su hijo y nuevamente la historia se repitió,
pero ahora era yo el de mayor experiencia, mientras que el joven
Perrito buscaba la consagración.
Con el tiempo, El Hijo del Perro Aguayo se convirtió en mi más
acérrimo rival y en todas las arenas y lugares en donde nos
encontrábamos nos destrozamos.
Nuestra última lucha en mano a mano fue en la ciudad de Jalapa,
Veracruz. Después tomamos diferentes caminos, motivo por el cual ya no
me enfrenté a él y dejamos pendiente entre nosotros esa tan esperada
lucha de máscara contra cabellera.
Hoy, Pedro Aguayo Ramírez ha pasado a mejor vida, dejando en la
historia de este deporte-espectáculo una huella imborrable y un lugar
que no será ocupado por nadie. De esa manera lamentablemente la
rivalidad Santo-Perro Aguayo llegó a su fin.
De la misma manera en la que yo veía desde las butacas aquellas
épicas luchas de mi padre contra el Perro, así también Pedrito, siendo
un niño, veía los enfrentamientos de su padre contra mí. Lo más curioso
era que el pequeño Pedrito no aceptaba que su papá me golpeara tanto y
hasta se lo reprochaba.
Cuando llegó el momento de hacer su Primera Comunión, Pedrito
—ante la sorpresa de toda su familia— eligió que su padrino fuera El
Hijo del Santo. Y don Pedro, con tal de complacer a su pequeño hijo, me
pidió que lo apadrinara. Esto lógicamente nos unió a don Pedro y a mí
más allá de ring, surgiendo una sincera amistad entre nosotros.
Querido ahijado:
Hoy que ya no estás físicamente entre nosotros, quiero que toda la
gente que te admiró como luchador profesional y digno continuador del
personaje que te heredó tu padre sepa que detrás de tus rudezas y
cinismo fuiste un excelente ser humano como hijo, como hermano, como
compañero y amigo.
Existen muchos testimonios que siempre estarán presentes en el
recuerdo de todos cuando se hable de ti. Tus amadas hermanas América y
Primavera te van a recordar como el hermano cariñoso y protector que
siempre fuiste para ellas. América, a pesar de ser mayor que tú,
extrañará al hermano maduro que toma decisiones y sabe resolver los
problemas de la familia. Primavera echará de menos tus regaños, tus
consejos y tu regreso de cada viaje cargado de regalos y dulces.
Tu mamá te recordará como el hijo amoroso y consentido a quien
siempre vio como ¡su bebé!, a pesar de que con el tiempo te fuiste
convirtiendo en un hombre responsable y trabajador, su único hijo varón
en quien encontró un enorme y valioso apoyo.
Te recordará como ese hombre ordenado, pulcro y perfumado que a
pesar de viajar y viajar, de ir y venir, retornaba a su hogar de origen
en busca de amor y cariño. Ella, tu madre, olerá tu habitación y buscará
en tus ropas, en tus sábanas y en tus objetos el olor a tu loción y de
tu esencia.
Y él, tu amado padre don Pedro Damián Aguayo, vivirá eternamente
agradecido con Dios y con la vida por haberlo premiado con un hijo como
tú, cariñoso y entregado a su familia y a su profesión tal y como él te
lo enseñó.
Te recordará como ese niño que con el paso de los años se
convirtió en hombrecito, al que vio crecer, jugar y entrenar artes
marciales, lucha olímpica, lucha libre y que guió paso a paso en sus
entrenamientos profesionales.
Te recordará como a ese hijo a quien admiró al máximo y más que a
nadie en este mundo y de quien se sentía sumamente orgulloso por cada
logro obtenido.
Los luchadores te recordaremos como un buen compañero, amable y
dispuesto a ayudar a cualquiera siempre. Te recordaremos como un gran
profesional que jamás defraudó a su público y que en cada lucha se
brindó al cien por ciento dejando en el ring, literalmente, sangre,
sudor, lágrimas y hasta la vida.
Todos te vamos a recordar con tu eterna sonrisa, querido “gua gua”, como siempre te dije de cariño, además de ahijado.
Nos leemos la próxima semana para que hablemos sin máscaras.
EL HIJO DEL SANTO
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