El Hijo del Santo recuerda al Enmascarado de Plata al cumplirse un año más de su partida
Es
increíble cómo pasan los años. El sólo hecho de recordar las tres
inolvidables despedidas de los cuadriláteros de mi padre y cuando porté
orgullosamente su máscara y lo acompañé en esos eventos. Cuando viajé
con él por diferentes estados de nuestro país para realizar mi debut en
aquellas ciudades y aquel viernes 3 de febrero, cuando lo visité por
última vez para despedirnos, ya que yo lucharía el siguiente domingo 5
de febrero en Acapulco, mismo día en que lamentablemente él falleció.
¡Son momentos que me parecen tan cercanos! Como si el tiempo no hubiera pasado con la prisa con que nos tiene acostumbrados.
Mi
padre fue un hombre que no le tenía miedo a la muerte. No quería llegar
a viejo, pues decía que la gente lo señalaría en las calles diciendo:
“¡Mira, ese viejecito era El Santo!”. Su orgullo por estar en excelente
forma física a los 67 años lo mantenía en pie; sin embargo, la muerte de
mi madre lo devastó y entonces aquellas líneas que escribió en 1955 no
le ayudaron en nada para mitigar su dolor.
SIN
RESIGNACIÓN. Mi padre decía que la muerte era un proceso natural del
ser humano y escribió el siguiente texto, que hoy comparto con ustedes:
“La
vida depara momentos de amargura tales que no se comprende cómo el ser
humano puede soportarlos sin que le trastorne la razón que le anima. Me
refiero a la pérdida de los seres queridos. El hombre es tan ilógico,
tan irrazonable que no se resigna a que se vayan los seres que ama, a
pesar de que sabe que es destino inevitable el perder la vida y que en
realidad esto no es una desgracia, sino simplemente la consecución de un
hecho natural.
TREMENDOS
GOLPES. “Nos aferramos tan profunda y egoístamente a los nexos de este
mundo que cuando un golpe de los que acabo de citar nos hiere, clamamos
contra el cielo mismo y vemos tan sólo un rayo de Dios en contra de
nosotros, como si estuviéramos predestinados a vivir eternamente, como
si no mañana mismo tendremos que dejar el mísero caparazón que envuelve
nuestra alma.
“A
pesar de ello, decía antes, ese egoísmo que se torna inaguantable, que
nos hace apretar los puños y que tortura tan cruelmente nuestro
espíritu, ese dolor que hace llorar gotas de sangre al corazón, no nos
abandonará, al fin mortales, durante el transcurso de nuestra efímera
existencia”.
Hoy, a 31 años de tu partida, te sigo extrañando y en mis momentos difíciles necesito escuchar tus sabios consejos.
Afortunadamente
me reconforta leer tus entrevistas, escuchar tu voz y ver tu imponente
imagen en cientos de fotografías. Gracias, papá, por confiar en mí y por
enseñarme el camino sin pisar a nadie.
Nos leemos la próxima semana, para que hablemos sin máscaras.
Escríbeme a:
fElHijo del Santo
El Hijo del Santo
No hay comentarios:
Publicar un comentario