“Nadie hay detrás del enmascarado. Todos y ninguno a la vez.” Santo, el enmascarado de plata.
El 23 de septiembre de 1917 en Tulancingo, Hidalgo, nació Rodolfo Guzmán
Huerta. Fue un hombre común; 1.69 metros de estatura, 80 kilos de peso,
piernas delgadas, mirada miope y calvicie incipiente, le apodaban
“Rudy” o “El Profe”, porque siempre traía un libro bajo el brazo.
Rodolfo murió el 5 de febrero de 1984, a las 21:30 horas, en el Hospital
Mosel de la Ciudad de México, a la par nacía a la inmortalidad ‘El
Santo’, el enmascarado de plata, el más grande héroe que la cultura
popular mexicana ha legado hasta el día de hoy.
Cuenta la historia que al terminar su acto de escapismo al lado del mago
Yeo, ‘El Santo’ se retiró a su camerino del Teatro Blanquita
sintiéndose mal. Momentos después, una ambulancia lo trasladaba con
urgencia al hospital, donde murió de un infarto al miocardio.
Devoto de la Virgen de Guadalupe, fanático del beisbol, alguna vez
alumno de artes en la Academia de San Carlos, Rodolfo Guzmán Huerta se
impuso a sus condiciones físicas adversas para un deporte como la lucha
libre y encarnó a ‘El Santo’, el luchador que nació en la Arena México
el 26 de julio de 1942 y se retiró el 12 de septiembre de 1982, en el
Toreo de Cuatro Caminos. En ese lapso fue el primer mexicano en ganar un
campeonato mundial de lucha libre, obtuvo 30 máscaras y 20 cabelleras, y
“se cree que tuvo más batallas y más títulos que cualquier otro
luchador de la época” (según escribió Raúl Criollo en Santo contra el
olvido).
Tras iniciar como rudo, ‘El Santo’ pasó al bando
técnico. Cuando se convirtió en héroe de historieta y de películas tomó
cabal conciencia del ejemplo que significaba para sus seguidores, sobre
todo para los niños, tanto sobre el cuadrilátero como debajo de él. En
una entrevista que publicó el semanario Proceso, en 1979, sintetizó la
responsabilidad que recaía sobre el héroe popular al declarar: “El
instinto de conservación vence nuestros propios sentimientos, y los
dolores que creemos imperecederos se van absorbiendo poco a poco en el
tiempo, hasta no dejar en el alma más que un dulce recuerdo y con éste
un infinito deseo de portarse bien, de ser buenos para que aquellos ojos
que desde la eternidad nos miran, no lloren por nosotros y para que
alguna vez nuestro comportamiento nos conduzca al sitio que ansiosamente
nos aguarda”.
Este 5 de febrero, el grito de “Santo, Santo, Santo,” volverá al
cementerio Mausoleos del Ángel y al barrio de Peralvillo, donde se
encuentra la estatua del ídolo. La afición fiel volverá para otorgarle
ese grito que le dio en vida y que hoy, como entonces, es la mayor
ofrenda.
Cortesía:
El Debate
y
Marisa Pineda
No hay comentarios:
Publicar un comentario