viernes, 9 de octubre de 2015

Los reencuentros







Como todos los fines de semana aquí les comparto la columna del Hijo del Santo, y le doy las gracias a mi buena amiga la Dra. Janeth Peñafiel, por enviarnos las imágenes de dicha columna...


Fue una gran emoción volver a estar en un vestidor con mis amigos y rivales de profesión

Volver a ver a mi querido compañero Octagón en un vestidor, estar en la misma esquina con el Príncipe Maya, Canek.  Toparme de frente con Fuerza Guerrera, enfrentar al más joven de la dinastía de los Casas, compartir un ring con Bobby Lee  (último luchador que desenmascaró mi padre,  El Santo), fue  algo verdaderamente inolvidable.

Todo esto y más sucedió el pasado lunes 5 de octubre en el Domo de la Feria  de León. Este lugar marcó mi regreso a los cuadriláteros mexicanos y la lucha  en la que subí fue como si fuera mi debut profesional, como aquel 18 de octubre de 1982: lleno de nerviosismo,  emoción y sobre todo con la pasión y deseos de complacer al público que abarrotó el lugar.

Llegué a esta lucha del reencuentro con alegría y  ansiedad,  pues no sólo volví a convivir con mis compañeros luchadores, sino que también lo hice con mi público.

Sólo me resta decir repetidas veces:  ¡Gracias, gracias, gracias! Gracias a Dios, gracias a la vida, a mi hermosa mujer, a mis hijos, a mis amigos por ayudarme a realizar este histórico evento que marcó mi regreso a la lucha libre y que además tal vez no regrese a León en muchos años más o nunca.

Gracias a mis compañeros luchadores, técnicos y rudos,  por su entrega y profesionalismo arriba del ring en esta función. Gracias a los medios de comunicación, gracias al licenciado Germán Zubirán, querido amigo y compañero de la Universidad Iberoamericana,  quien hoy es director del Grupo Radio Fórmula Bajío y a quien no veía desde hace más de 15 años.

En resumen puedo decirles, queridos lectores,  que fue una grata experiencia vivir este momento. Me trajo recuerdos de aquella década de los años 90, cuando un viejo conocido de nombre Maravilla Elegante, joven preliminarista que luchaba en las arenas de don Raúl Reyes,  había cambiado de personaje con el apoyo de Antonio Peña y lograba consolidarse como un futuro ídolo de este deporte  como el rey de los ocho ángulos: Octagón.

También fue toda una experiencia estar en la misma esquina que  Canek, hombre que junto con la pareja formada por el Perro Aguayo y Fishman me dio  la alternativa en el desaparecido Toreo de Cuatro Caminos. Igual de gratificante  fue tener  frente a mí a Heavy Metal, a quien conocí cuando aún se hacía llamar el Canelo Casas, hermano menor de mi eterno rival José "El Negro" Casas.

Pero indiscutiblemente,  lo mejor de todo fue el momento en el que  mi fiel público me recibió bajo un mar de luces. La gente alumbró  el interior del Domo de la Feria con sus celulares, que  reflejaban sus sombras con las  flamas encendidas para darme la bienvenida al deporte de mi más fuerte pasión:  ¡la lucha libre!

En el preciso instante  cuando nuestro anunciador oficial, Armando Gaytán, el “Mucha Crema”, pronunció  mi nombre y el grito de “Santo, Santo, Santo” retumbó  en el lugar, yo aparecí lleno de felicidad, irradiando la luz que en esos momento me inyectaba mi padre  al pedirle con absoluta fe que se unificara dentro de mí.

La lucha fue de lo mejor;  llaves y contrallaves, rivalidades entre Fuerza Guerrera y Octagón, Dr. Wagner Jr. y Canek, Heavy Metal y yo. Rudezas, técnica, lances, y todos los ingredientes que se requieren para que el público salga —de una función luchística—  satisfecho, contento, divertido y con inmensas ganas de regresar a vernos.

¡Misión cumplida! No los defraudé, no medí el peligro y vieron a un Hijo del Santo entero y lleno de ganas de complacer a su público.

Sé que no debo  avisar,  pero como dicen por ahí: “Hasta que el cuerpo aguante” y ojalá ustedes sigan acompañándome en lo que también es  mi gira de despedida, luchísticamente hablando.

Nos vemos en Puebla el próximo 17 de octubre  para festejar mis 33 años de luchador profesional.

Nos leemos la próxima semana para que hablemos sin máscaras.

El Hijo del Santo 

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