El
luchador El Hijo del Santo se veía tranquilo, como en casa, el martes pasado en
el Senado. Hombre ya hecho en el activismo, además acostumbrado a los
reflectores por razones propias a su ejercicio profesional, técnico él en esas
lides, el heredero de la máscara más famosa de la lucha libre caminaba junto a
un rudo de rudos de la política, el priista Emilio Gamboa, quien ya era una
figura pública cuando Rodolfo Guzmán Huerta, el enmascarado de plata original,
repartía patadas voladoras entre gladiadores, monstruos, vampiros,
extraterrestres y cosas peores.
La
escena, con motivo de la presentación de una demanda de leyes para proteger a
atletas que practican deportes de contacto, como el pancracio y el boxeo,
después de la muerte del Hijo del Perro Aguayo, despierta la inquietud sobre la
irrupción de personajes ajenos a la política en tan fangosa arena. Quizá usted
recuerde a aquella empresaria, ex presidenta de la Canacintra, Yeidckol
Polevnsky, a quien los rudos se comieron viva cuando osó entrar a las grandes
ligas de una actividad que le era extraña, más aún, de la mano de Andrés Manuel
López Obrador. Hasta sus actas de nacimiento y desventuras familiares
infantiles le hurgaron a la pobre mujer.
Hoy
abundan extraños en el ring político. Con la bandera de independientes,
pero ligada su candidatura a algún partido, hay quienes hasta salen de un
aparente retiro en sus respectivos oficios, como la actriz Elizabeth Aguilar,
aquella beldad que protagonizó el filme Mariana, Mariana (Alberto Isaac,
1987), basado en la novela Las batallas en el desierto (José Emilio
Pacheco), hoy aspirante a una diputación federal por Movimiento Ciudadano,
cuyas cartas credenciales son un reinado de belleza, 35 años de carrera
artística y su paso por la Facultad de Filosofía de la UNAM.
De
ninguna manera quiere decir que la política solo deba dar espacio a los
profesionales, porque después de todo, ¿cuántos egresados de la carrera de
ciencias políticas y administración pública hay, digamos, en San Lázaro? Una
minoría. De hecho, abundan quienes no tienen estudios de educación superior.
Pero para entrar a ese ring hay que tener algo más que habilidad para
lanzar patadas voladoras, porque los rudos están al acecho y, como sabe el
aficionado a la lucha libre, a la partidocracia y al ejercicio del poder, nunca
juegan limpio.
Cortesía: http://www.milenio.com y Alfredo C. Villeda
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