domingo, 5 de abril de 2015
LUCHA SIN TREGUA
El Hijo de El Santo fue sorprendido y decidió arriesgar su identidad ante un reto inesperado
Retomando los temas agradables y que son mi pasión, como las historias de la lucha libre, continuaré con lo que quedó pendiente. Después de una inesperada y sorpresiva lucha, de la que pensaba que sólo sería un mano a mano y que nadie más intervendría, contra un Diluvio que resultó ser un luchador rudo a quien dominé con todo y su atropellado estilo, conseguí derrotarlo.
Quizás era mucho más inexperto que yo y sinceramente pienso que le pesó de gran manera enfrentar el nombre de El Santo, no tanto a su hijo. Creo que él se estaba enfrentando más a la imagen que tenía frente a sí. Finalmente logré ganar y obtuve mi máscara número 5 y ésta era la defensa número 9 de mis luchas de apuesta.
Salimos de la arena y Carlitos Suárez se veía satisfecho y no tardó en felicitarme. Me dijo que no cabía duda de que había aprendido mucho de mi padre al sacar la casta y obtener un triunfo más en mi carrera.
—¡Ésta fue una prueba que te puso la vida muchacho! Ahora es momento de concentrarte completamente para tu nuevo compromiso”, me comentó Carlitos.
—¡Así será!—, le respondí.
Ahora tenía que defender mi máscara contra el Cosmonauta, quien semanas antes me había derrotado en dos caídas al hilo a pesar de llevar a mi lado a los experimentados Halcón 78 y Falcón, pero también él iba muy bien acompañado de los marrulleros Kahos y Rambo.
El Cosmonauta sorprendió a todos, incluso a sus consagrados acompañantes, al no desentonar en la lucha y aprovechó esa gran oportunidad que Raúl Reyes le había dado para estar en una estelar.
Fue un relevo australiano que puso de cabeza al público que llenó la Arena Apatlaco en una segunda caída que fue de locura. Sangrado y con la máscara rota, acepté aquella noche su reto por las tapas; ya no había vuelta atrás.
Llegó el día y ese sábado 30 de marzo de 1985 se anunciaba (justo hace 30 años): “¡Explosivo desafío de máscara vs máscara! Sin empate, sin indulto...”
Una vez más en el interior de mi vestidor los nervios parecían traicionarme, pero siempre el apoyo y las palabras de aliento de mis compañeros eran sumamente importantes. Ahí estaban dándome consejos y ánimos los Villanos I, II y III, quienes iban en la semifinal.
Subí al ring, y ante un lleno espectacular, el Cosmonauta no esperó a que el réferi diera la señal para empezar a atacarme. Crecido y confiado al estar muy bien asesorado por Rambo, Kahos y Zandokan, mi rival se fue sin piedad sobre mí después de la paliza que me había dado semanas atrás y continuó con su calvario hasta que me rindió con una quebradora sobre sus hombros.
Me fui a mi esquina adolorido y golpeado, pero tenía que dejar que se confiara más y se cansara para sorprenderlo y empatar la lucha. Y así fue. Mi arrollador rival se engolosinó y le respondí con la misma moneda: mis golpes, rodillazos y topes fueron suficientes para colocarle una flecha, llave que aprendí de mi gran rival y amigo, Blue Panther.
0mainLa tercera caída fue un toma y daca, pues ambos nos defendíamos e intentábamos rendirnos con diferentes llaves como la tapatía, el cangrejo, la campana, la cerrajera.
Así también se hicieron presentes los toques de espaldas, ranas, puentes olímpicos, suplex. Hasta que logré colocarle un contundente tope hacia afuera del ring que lo golpeó en pleno rostro y lo dejó noqueado.
Aún así regresó al cuadrilátero antes de los 20 segundos y entonces las armas de mi padre dieron resultado: primero el clásico tope al estómago desde la tercera cuerda y después una de a caballo que hicieron de nuevo el milagro.
Levanté feliz los brazos en señal de victoria y después de unos minutos el Cosmonauta cumplió su palabra: se despojó de su brillante máscara roja y apareció un joven de nombre Marcos Ayala.
“Ningún rival es fácil, pero tampoco son invencibles”
Nos leemos la próxima semana para que hablemos sin máscaras.
EL HIJO DEL SANTO
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