Aproximadamente en 1964, vino a Caracas y
Barquisimeto, Momia Azteca. Una máscara de yeso duro con unos irregulares pelos
colgantes. Todo el cuerpo “embalsamado” a punta de sucias gasas amarillentas
con trazas sanguinolentas. Lo subían al ring, metido en un ataúd. Obviamente
era presentado como mexicano; no obstante a alguien se le ocurrió decir que en
verdad era colombiano. Haya sido de la querida nación mexicana (como lo sugería
el nombre) o haya sido de la igualmente querida nación colombiana, demostró La
Momia ser un gran luchador. Recuerdo que desarrolló, a pleno aguacero, una
feroz lucha con Tigre Libanés en el local del Cine Principal de Barquisimeto.
Todos
quienes de alguna manera estábamos relacionados con los productores de ese
evento, y asistimos a éste, nos quedamos estupefactos al ver cómo un combate
concebido conforme a los convenimientos disciplinarios propios de la empresa
luchística y los gladiadores mismos, devino al final en una lucha “de verdad, verdad”.
Nunca supe si se trataba de viejas rencillas entre uno y otro peleador, pero
puedo decir hoy por hoy que la trifulca entre éstos fue bárbara. Puedo decir en
estos días en los cuales el siglo XXI apunta a la mitad de su tiempo, que en
esa violenta noche barquisimetana de 1964, la lucha libre se transfiguró en una
suerte de “artes marciales mixtas”, Ultimate Fighting, Bellator en fin.
Tal como estaba concebida la cosa, le levantaron la mano
al árabe; de seguido el latino dice: “Yo no he perdido esta pelea” y en un solo
acto, se le fue encima a punta de una andanada bestial de golpes de puño y
patadas. El Tigre reaccionó también con inusitada violencia. Caía una pertinaz
lluvia sobre ellos y todos los allí presentes… La policía tuvo que intervenir.
Fue terrible… ¡terrible!
Información que presento gracias a mi amigo el Dr. Alexander
Moreno, la cual publicó en su libro BARQUISIMETO EN PRIMERA PERSONA (Crónica y Fotos
de las 6 décadas Iniciales del S. XX), de reciente publicación.
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