La imagen es por sí misma una contradicción: el enmascarado de plata, aparece en una cama, inclinándose sobre una mujer. Él con el rostro cubierto, ella con los senos desnudos. Que en el imaginario popular uno de los héroes más emblemáticos del cine mexicano no se descubra el rostro ni siquiera en el momento de mayor intimidad, debería decirnos algo de nosotros mismos… hablamos de eso en el centenario del Santo.
Fue una máscara de cuero plateado con costuras burdas la primera que cubrió el rostro de Rodolfo Guzmán Huerta, el 26 de julio de 1942. El cuero lastimaba y lo hacía sudar a chorros, pero apenas comenzaba el calvario: «Tuve que sufrir mucho para mantener el misterio –declaró El Santo en su última entrevista, al diario unomásuno–. No sólo me enfrenté a verdaderas fieras del cuadrilátero para conservar mi identidad, tuve que enfrentar a mis seguidores, a los curiosos, a muchos reporteros que seguían mis pasos para descubrir quién era El Santo. Fue un verdadero problema».
Y si en vida libró arduos combates en el ring para resguardar la identidad del luchador, hoy esa máscara enfrenta otro tipo de luchas. Personaje polémico, El Hijo del Santo, heredero de la insignia del ídolo, protagoniza desde hace años batallas que ya no ocurren en los coliseos, sino dentro de despachos y tribunales. Además de haber seguido los pasos de su padre en el ring, fue él quien transformó la imagen pública del Santo –su nombre y su máscara– en una marca registrada que explota comercialmente de manera exclusiva en sus tiendas, al punto de oponerse a que su sobrino, Axel, use el nombre de El Nieto del Santo arriba del ring.
Pero heredar una máscara implica heredar los problemas de la misma, que prevalecen hasta el centenario del Santo. En marzo de 2012, por ejemplo, durante una de las audiencias de un juicio en el que demandaba a la empresa Promociones Antonio Peña dejar de vender la grabación de una de sus luchas, una de las abogadas interpuso ante el juez un recurso de revocación: pedía que El Hijo del Santo –quien asistió enmascarado a todo el litigio– se quitara la máscara para identificarlo plenamente. No fue la única vez que el luchador puso el grito en el cielo.
«Mi padre siempre fue muy cuidadoso en mostrar una imagen limpia», diría en 2011, cuando el Festival Internacional de Cine de Guadalajara anunció la restauración y proyección de El vampiro y el sexo, una cinta que coprodujo y estelarizó su padre al lado de voluptuosas vampiresas semidesnudas.
Si bien El Hijo del Santo logró impedir la proyección en un primer momento, se exhibió a los pocos meses en la Cineteca Nacional. Y aunque no regatea los desnudos femeninos, la cinta no muestra al Santo al lado de ninguna mujer desnuda. ¿De dónde había salido entonces aquella imagen del Santo besando a una joven en la intimidad de una cama?
Que el luchador protagonizara por lo menos otras dos películas eróticas era una sospecha desde hace décadas. Viviana García Besné –sobrina-nieta de Guillermo Calderón Stell, quien coprodujo al menos nueve películas del enmascarado–, asegura haber encontrado un segundo filme: Los leprosos y el sexo.Chilango acudió a su archivo para constatar la existencia de esta película, que hoy está en espera de ser restaurada.
Primera caída
Santo vs Jesús “El Murciélago” Velázquez
En un principio fue el luchador, y el luchador era de carne y hueso, aunque su rostro era plateado. Después fue el personaje de papel y tinta de las historietas. Luego el actor en el celuloide de las películas. Fue esa trinidad perfecta –luchador, personaje y actor– la que terminó de conformar al ídolo: El enmascarado de plata y por eso no podía pasar inadvertido el centenario del Santo.
Ícono incuestionable de la cultura pop mexicana, la máscara del luchador más célebre de los cuadriláteros ha aparecido en boletos del Metro, billetes de lotería, portadas de revistas y, el año pasado, Google le dedicó uno de sus tradicionales doodles. Sin embargo, bajo el peso de ese símbolo siempre estuvo un hombre: Rodolfo Guzmán Huerta, un hidalguense –nacido en Tulancingo, el 23 de septiembre de 1917– crecido en Tepito. Antes de quedar sepultado por el color plateado, Guzmán trabajó como obrero textil, carpintero y pintor de brocha gorda. Después combinó su entrenamiento de llaves y patadas voladoras, en el Casino de la Policía de la Ciudad de México, con clases de pintura.
Había seguido el ejemplo de sus dos hermanos mayores, quienes murieron uno en el ring y el otro, en entrenamiento. Aún era un niño cuando aprendió las artes de la lucha grecorromana y olímpica. Intentó ganarse un lugar en la lucha libre, primero bajo el nombre de Rudy Guzmán, después como El Hombre Rojo. Pese a que luchaba hasta tres veces al día en arenas de toda la ciudad y del país, no tuvo éxito.
Para finales de los años 30 ya había participado en cientos de combates que, aunque no le ganaron el favor del público, le permitieron perfeccionar su perfil como luchador rudo. Comenzó a presentarse como el Murciélago II en honor al famoso Jesús «El Murciélago» Velázquez, a quien no le gustó nada la semejanza y amenazó con demandarlo.
Con el nacimiento de Santo, El enmascarado de plata, a partir del 26 de julio de 1942, no hubo manera de dar marcha atrás. Algo sucedió en aquel momento. En un principio, el enmascarado se empeñaba en pertenecer al bando de los rudos: le gustaba el contraste de su nombre con sus trampas y golpes bajos. Pero el público, que al principio le festejaba sus malas artes, poco a poco fue exigiéndole técnica, decencia, virtud. Tal como décadas después lo haría su hijo, cuando se confirmara la existencia de las películas secretas que había filmado.
Y en medio de esa dualidad es que ahora llegamos al centenario del Santo,
Segunda caída
El editor que desenmascaró al Santo
Antes de las películas, fueron las historietas. El Santo, como héroe justiciero, apareció primero en el papel, gracias a la imaginación del dibujante y editor José G. Cruz. Fue él quien lo representó como un paladín del bien que defendía a los desamparados. La arena de luchas, el cuadrilátero, era ahora la ciudad entera: un Distrito Federal ficticio en el que sucedían todo tipo de aventuras en color sepia… para el centenario del Santo el DF ya no existe, ahora el nombre oficial es Ciudad de México.
La necesidad de crear tres historias a la semana llevó a Cruz a saquear cualquier libro que tuviera en frente. Así, el universo del Santo se pobló no sólo de gladiadores y criminales, sino también de fantasmas, vampiros y todo un ejército de monstruos salidos como de la Divina comedia o del Cantar de los nibelungos.
«Tú no te has dado cuenta de que el nombre soy yo, tú eres… ¡un mono con una máscara», espetó José G. Cruz, iracundo, cuando se enteró de que el Santo había decidido, en un rapto de furia, llevarse sus ya populares historietas a otra casa editorial.
De acuerdo con la especialista en cultura popular Anne Rubenstein, en su mejor momento la publicación Santo, El enmascarado de plata, llegó a alcanzar un tiraje de 900 mil ejemplares por cada uno de los tres números que se editaban semanalmente. Para ello, desde 1953, el Santo acudía cada semana a sesiones fotográficas en las que se interpretaba a sí mismo. Las fotos eran mezcladas con dibujos estilizados para lograr los característicos montajes de la fotonovela.
Pero, debido a sus múltiples compromisos de trabajo, un día de 1977 el Santo simplemente no llegó a la sesión fotográfica. Cruz decidió sustituirlo por un actor más joven y con mejor condición física: el fisicoculturista Héctor Pliego, Mr. México 1969. Eso provocó la ira del enmascarado.
La trifulca llegó a tribunales: el Santo acusó a Cruz de abuso de confianza y exigió un porcentaje mayor de regalías. Por su parte, el dibujante reclamó el reconocimiento como el creador de un personaje al que había dotado de una personalidad que el luchador no tenía antes: le exigía la mitad de los ingresos generados por sus películas.
Por si fuera poco, durante el juicio el luchador descubrió que Cruz había registrado a su favor la imagen del Santo –su nombre y su máscara–. Por eso pudo seguir publicando la revista con un nuevo Santoataviado de manera distinta al original: la máscara mostraba una «S» enmarcada con un círculo negro en la frente y el personaje lucía un cinturón con un cuchillo.
Cuando el Santo logró que cerraran durante algunos días la editorial de José G. Cruz y que incluso lo encarcelaran por 48 horas, la venganza fue casi fatal: Cruz le filtró al periodista deportivo Antonio Ortiz Izquierdo –quien escribía para la revista sensacionalista Vedetes y deportes– una foto del Santo sin máscara, además de su nombre real.
La derrota pudo ser fulminante. Pero pocos creyeron que ese señor con frente amplia, casi calvo y con pinta de profesor, fuera en realidad el héroe al que todos admiraban. Hacía muchos años que Rodolfo Guzmán Huerta había dejado de existir… en el centenario del Santo, pocos recuerdan que ése era su nombre real.
Tercera caída, hacia el centenario del Santo
El Hijo del Santo vs las películas XXX
Latas y más latas con películas en distintos formatos, distribuidas en decenas de estantes. Estamos en Tepoztlán, Morelos, y aquí están guardadas las copias en 35 mm de El vampiro y el sexo, la primera cinta erótica del Santo de la que se tuvo noticia, con subtítulos en inglés, francés y huellas de haber sido proyectadas.
La consagración del Santo como héroe-todo-salvador de México sucedió en el cine. Pese a los pocos efectos especiales de la época, no tuvo problemas en vencer a decenas de villanos espaciales y monstruos de ultratumba. Su nombre era divino, pero sus triunfos radicaban en su destreza física: los seres de otro mundo eran vencidos con llaves y golpes terrenales.
Para los años 60, las películas de luchadores estaban entre las más taquilleras y El Santo estaba a la cabeza. Los productores peleaban por tenerlo en sus rodajes, por lo que el luchador casi siempre estaba en cartelera. Más de medio centenar de películas lo llevaron como protagonista: ningún superhéroe en la historia ha tenido una vida fílmica tan larga… y en el centenario del Santo, ningún otro personaje mexicano ha igualado esa marca.
El lote de películas producidas por Guillermo Calderón Stell se cuece aparte. En ellas, el Santo no fue sólo protagonista sino también coproductor. Esto le otorgó, por contrato, poder de decisión sobre los proyectos fílmicos que, según le prometió Calderón, lo «llevarían al cielo».
Viviana García Besné permitió la consulta de los filmes y documentos del archivo Permanencia Voluntaria, que resguarda el material de su familia, dedicada a la industria cinematográfica desde el siglo pasado. Después de ver el documental Perdida –en el que García Besné habló por primera vez del tema– y El vampiro y el sexo, la versión erótica de Santo en el tesoro de Drácula, la pregunta era obligada: ¿existe una trilogía erótica, como muchos aseguran?, ¿fueron películas hechas a espaldas del Santo?
La anécdota es conocida: el Santo y Calderón acordaron las películas en su calidad de socios, como una especie de experimento. Mediante un «pacto verbal de caballeros», determinaron que las cintas no se exhibirían en México mientras El enmascarado de plata viviera. Todo indica que el productor Guillermo Calderón Stell cumplió con su palabra, pues hasta hace poco aún se dudaba de su existencia… quizá muchos aún desconocían este dato en el centenario del Santo.
El archivo de Permanencia Voluntaria resguarda cientos de carpetas. Ahí están recibos de honorarios del Santo, contratos que amparan su asociación como productor, reportes de regalías, actas relacionadas con su sucesión testamentaria, carteles y fotografías, documentos que al contar su propia historia confirman la existencia de una trilogía de versiones dobles para un público adulto, cuya realización –no hay duda– fue autorizada por el luchador.
Pregunto a Viviana sobre aquella imagen fascinante y contradictoria al mismo tiempo, la del Santo inclinado sobre una mujer desnuda en una cama. Ella replica que el origen de ese fotograma es desconocido y niega, tajante, que provenga de alguna de las películas coproducidas por Calderón.
Pero Viviana tiene una buena noticia. Por lo menos existe una película más: Los leprosos y el sexo, una versión erótica de Santo vs los jinetes del terror, cuyas latas se encuentran resguardadas en una bóveda en Estados Unidos, en espera de fondos para su restauración. La versión original, una mezcla de western con película de horror, narra la historia de una pandilla de leprosos que se fuga del hospital para asolar a los habitantes de la comarca. El rapto de la novia del comisario podría dar pie, sin ningún tropiezo argumental, a las escenas de la versión para adultos, tal como se ilustra en el cartel promocional.
Llegado el primero centenario del Santo, esto sigue siendo un misterio.
Cortesía:http://www.chilango.com/ y Patricia Vega
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