Queridos amigos de El Gráfico: Compartiré con ustedes algo personal. No es que yo sea una persona antisocial; sin embargo, poco hablo de mi vida privada y la manera en la que me divierto y disfruto a mis amigos.
El miércoles 23 tuve el gusto visitar a la familia Arroyo en su restaurant, en la ya tradicional comida de la amistad, que celebran desde hace más de 50 años. Y tuve la suerte de encontrarme a grandes amigos, incluso de la infancia.
Sergio Reynoso fue mi compañero en la Universidad Iberoamericana; Silvia Pasquel trabajó en Santo en la Atlántida, yo era aún muy niño y ella una jovencita. Hoy recordamos cómo durante el rodaje siempre me trataba de sacar información de si mi papá dormía y se bañaba enmascarado. Dicen que me tenían bien entrenado porque nunca le dije nada.
Vi a mi querida amiga Claudia San Emeterio, responsable de la organización de estos grandes eventos, actividad que realiza de manera estupenda. Encontré a muchos amigos muy queridos; imposible mencionarlos a todos.
Sin embargo, hay a alguien que no puedo dejar de mencionar y que lloré cuando lo abracé: don Guillermo Ochoa. Tenía años tratando de encontrarlo y no lo había logrado.
Ese hombre me vio nacer como luchador. Mi padre me presentó en su programa matutino Hoy mismo y él siempre con respeto me apoyó. Confió en mí sin cuestionar mi capacidad o lo que podría llegar a ser profesionalmente cuando era objeto de duras críticas.
Era tal el cariño que le tenía mi padre por su inigualable carisma que ahí se quitó la máscara por primera vez, sólo que por respeto Ochoa nunca congeló la imagen resguardando su identidad. Fue muy emocionante reencontrarme con este gran ser humano.
Estos encuentros son los que logra la comida de la amistad de los Arroyo. ¡Gracias!
Nos leemos la próxima semana para que hablemos sin máscaras.
El Hijo del Santo
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