El 20 de marzo de 2015, en Tijuana falleció El Perrito Aguayo, hijo de un gran amigo, Don Pedro Aguayo
Amor a toda prueba
Parece que fue ayer. El viernes 20 de marzo de 2015 se esparcía como
reguero de pólvora la noticia de la muerte de Pedro Aguayo Ramírez,
mejor conocido como Perro Aguayo Jr. o El Hijo del Perro Aguayo.
Lo
primero que vino a mí fue una gran tristeza y lo segundo fue pensar en
sus padres. Dicen que no hay peor dolor que la muerte de un hijo, pues
lo natural es que los hijos sepultemos a los padres.
Pensé en mi
papá y muchas cosas se vinieron de golpe a mi cabeza. En la lucha libre
es verdad que tenemos grandes rivalidades, también es verdad que hay
treguas en las que por temporadas terminamos compartiendo la misma
esquina con el que antes fue nuestro peor enemigo, profesionalmente
hablando.
Y es el caso de El Santo con Pedro Aguayo Damián, quien
debutó en 1970, 28 años después de que lo hizo El Enmascarado de Plata.
Como sucede en otros deportes, los jóvenes con talento y que lo
demuestran logran estar al tú por tú con los grandes. Y llegó el día en
que a este joven luchador se le dio la oportunidad de alternar entre
ellos y, por supuesto, con el más grande de todos los tiempos: El Santo.
El 3 de octubre de 1975, con todo el vigor que lo caracterizaba y
la fuerza de un joven de 29 años de edad, se enfrentó máscara contra
cabellera ante un luchador de 58; mi padre sabía que tenía mucho que
perder.
Para El Can de Nochistlán, como también se le conocía,
podría ser el salto definitivo al estrellato y era una oportunidad que
no iba a dejar pasar.
Le había costado mucho sacrificio llegar a
ese momento después de haber nacido en el seno de una familia humilde,
haber trabajado como panadero y pasar por muchos esfuerzos y sin
sabores, tal como lo vivió muchos años atrás mi padre, quien laboró en
una fábrica de medias como costurero.
Cabe destacar que el nombre
de El Perro le fue puesto en forma despectiva por el polémico y duro
catador de talentos, el ex luchador Ray Plata.
Ante los gritos de
“¡Santo, Santo, Santo, Santo!”, pero también de “¡Perro, Perro, Perro,
Perro!”, finalmente llegó el día en que por primera vez perdió su
preciada cabellera a manos de El Santo.
Parece que fue ayer cuando me encontraba sentado entre los más de 16 mil aficionados que abarrotaron la Arena México.
Después pasaron los años, debuté y El Perro Aguayo fue una de las
tantas rivalidades que me heredó mi padre; luego él, por el cariño de la
gente que se lo pedía, terminó en la esquina de los técnicos y vivimos
muchas cosas juntos en las largas giras que hacíamos por la República
mexicana, en Estados Unidos y Japón. Al final terminamos siendo
compadres, ya que me pidió que fuera padrino de primera comunión de su
único cachorrito. La rivalidad arriba del ring siempre existió.
El 20 marzo del año pasado fue el último día que lo vi, cuando supe de la muerte de Pedrito.
Al no encontrar un vuelo a Guadalajara, ni por un momento lo dudé y me
fui por carretera para acompañar a mi rival, compañero y amigo.
Nos leemos la próxima semana para que hablemos sin máscaras.
El Hijo del Santo
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