“La fe de SANTO en la VIRGEN MORENA, lo hace salir
triunfante de los más grandes peligros”. Pasta del número 404 del lunes 25 de
junio de 1955.
Pocos fieles seguidores de la historieta, cuando el deceso de “El Santo”, recordaron al forjador del mito, al artífice de una popularidad que se manifestó durante el sepelio en que millares de personas se arremolinaron en torno al féretro del celebérimo señor del pancracio cuya máscara llenó las fantasías de millares de niños durante más de 30 años, a partir de la aparición del primer número de la revista atómica “Santo, El Enmascarado de Plata”, en septiembre de 1952.
De no haber mediado la intervención de José Guadalupe Cruz Díaz (Teocaltiche, Jalisco, 1917// Los Angeles, Callifornia, 22-11-1989), quien a través de la revista mencionada lo proyectó a otra dimensión de su popularidad, “Santo” hubiera quedado en un modesto sitio de la memoria colectiva de los aficionados. Pero no fue así.
Entre un grupo de argumentistas, de los cuales el más destacado fue el propio Cruz, se retomó la leyenda de uno de los célebres personajes de las tiras cómicas norteamericanas, conocido como “El Fantasma”, y se aprovechó la popularidad de un luchador nacional para consumar el más grande y quizá último de los mitos mexicanos en estas actividades.
Un poco de historia
Hacia 1936, (época de oro del historietismo anglosajón del primer tercio del siglo XX), Lee Falk (Leon Harrison Gross usaba este seudónimo en su tira diaria de El Fantasma), ilustrada inicialmente por Wilson Mac Coy (1902—1961) crea o inventa a un sujeto misterioso, fuerte, lleno de un gran sentido justiciero quien resuelve todos los problemas de blancos y de negros en Africa y en algunas regiones del orbe. De ahí precisamente se agarró José G. Cruz para lanzar su historieta (un plagio disfrazado con otro personaje vivo, enmascarado, éste un luchador famoso en su época) con resultados de tal manera exitosos que de semanario en poco tiempo pasó a bisemanario, hasta llegar a la nada despreciable suma de tres capítulos por semana. Aunque a Lee Falk lo leían diariamente, según investigadores en diarios norteamericanos, unos 100 millones de seguidores de las aventuras de El Fantasma, en distintos países e idiomas del mundo.
La serialización de los argumento, a cual más “jalada de los cabellos”, lejos de producir el rechazo, llevó a “Santo” a protagonizar aventuras contra los seres más inverosímiles, muchas de origen cinematográfico que llevaron a Boris Karloff, Bela Lugosi y Lon Chaney hijo, como estelares: Drácula, el Hombre Lobo, la Momia (de Guanajuato), el Nahual, el hijo del Muerto, Dorian Gray, Momo el infernal muñeco de Madera, los Nibelungos, contra enigmáticos y enmascarados luchadores (aprovechando que desenmascaró a Black Shadow en 1952) en una mezcla rudimentaria de cultura universal, por la cual se introdujo a niños, jóvenes y aun adultos en el cosmos de cultura arrebatada.
Pero el éxito de “Santo” no fue su versatilidad, sino idea genial, comercialmente hablando, de inmiscuir en su lucha contra el mal físico y metafísico de la cual ese personaje difícilmente hubiera salido triunfante sin su ayuda. La referencia es clara y directa hacia el amor de los amores de muchísimos mexicanos, de la cual no se habla mal impunemente: La Virgen de Guadalupe.
Con ese “madrinazgo”, “Santo” fue al infierno --¡y volvió!—como un Dante contemporáneo; en esos años era notable la tendencia a materializar las fantasías de los mexicanos en la historieta, y en el fotomontaje, primera en su género en México y en disputa cronológica con similares de Italia en la posguerra. Además, , José G. Cruz tenía un amplio catálogo de “Apariciones”, “A batacazo limpio”, “Muñequita”, “La pandilla”. Regalaba sus lectores estampas religiosas, suscripciones, máscaras, etc.
Cada acción, con un vocabulario respetuoso de aproximación a la espiritualidad religiosa exacerbada, tenía un respaldo divino. Cualquier aventura –sobre todo contra engendros del demonio—merecía unos recuadros con diálogos en los que el Señor Cura, el Fraile o el Sacerdote tenían injerencia principal, sobre todo para resolver con pases, invocaciones y conjuros contra los seres infernales.
No está de más decir que los malos, como un nahual resultaba al final de cuentas ser el presidente municipal o un comisario o cualquier autoridad civil. De alguna manera se filtran asomos ideológicos de una tendencia religiosa con escenarios donde los buenos son los ministros del culto católico y los malos forman parte del gobierno, es decir son de raíz política y gobiernista y en otros casos los malos son comunistas, rusos o chinos.
“Santo” se volvió leyenda viva gracias a José G. Cruz y posteriormente por la serie de películas ridículas, en las que participaron “Capulina” y “Mantequilla” Nápoles y otros funambulescos personales que siempre atrajeron a niños y adultos.
El creador del mito fue un guionista, actor cinematográfikco e historietista nativo de Jalisco, formado en Estados Unidos y vuelto al país en los años cuarenta. Su influencia fue determinante, incluso se planeó una película, “El Enmascarado de Plata”, con el “Médico Asesino”, en 1952, filmada poco antes de que apareciera la revista, en septiembre de 1952, que fue el inicio de la consolidación del prestigio del “Hombre del Misterio”.
La paternidad intelectual y la relativa “inmortalidad” de Rodolfo Guzmán Huerta (1917-1984), hermano del también gran luchador de Tulancingo, Hidalgo, “Black” Guzmán” y su ascenso al parnaso de los luchadores, se deben al respaldo, más que nada a un mito que luego supo el luchador capitalizar siguiendo una presunta aura de mentiras no tan inocentes, imitado como pronto aconteció, sin tanta fortuna, por parte de Manuel del Valle y su intento por competir en el negocio de la historieta contra José G. Cruz con su revista Los Misterios del Médico Asesino y su fallido intento por guadalupanizar a Cesáreo (González) Manrique, que era el nombre profesional del luchador enmascarado conocido como el Médico Asesino.
Así aparecieron números del Cavernario Galindo, Blue Demon(Alejandro Muñoz Moreno) y “Black Shadow”(Alejandro Cruz); Rito Romero, Joe Conde, entre otros. Hasta Ricardo “el Pajarito” Moreno apareció como héroe en una revista que fue el canto del cisne para ese tipo de personajes.
Hay diversiones de apariencia inocua, pero ideológicamente tóxicas.
Cortesía: http://www.diariodelyaqui.mx y Ramón Iñiguez
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