domingo, 13 de septiembre de 2015
“Jaime, el enmascarado de plata”
Yo no sé qué hizo Jaime, el de Josefa, la máscara de “Santo, el enmascarado de plata”, que de niño se ponía; tampoco sé cómo la consiguió: el asunto era que él, en nuestros juegos infantiles de barriada, personificaba al héroe de los “paquitos” con la careta de quien, por vocación de justicia, ocultando su rostro, en cada versión de sus historietas, siendo capaz de enfrentar al mismisimo demonio, ponía tras las rejas a lodrones y criminales de la peor catadura pero con la diferencia de que esta versión infantil del famoso personaje, es decir, la de Jaime, era de piel morena decente.
Yo, entre tanto, quería ser Tarzán, pero sentía vergüenza de salir a la calle en guayuco, húerfano además de selvas carentes de leones, tigres, cocodrilos, boas y y chimpances con los cuales llevar a cabo mis intrépidas aventuras, por lo cual, en los roles de nuestras parodias, siempre hice de vulgar “bandolero”, llevando en el cinto la chifladura de un revólver de palo montado con legítimas y mortales balas de ¡Pa¡ ¡Pa¡ ¡Pa!..., de calibre onomatopéyico y que dejaban a Galo, el de Conchita, jadeante y agonizando en el piso, “cruzando el umbral de la muerte” y con quien tenía la cortesía universal de cerrarle los ojos como se hace con el más natural de los muertos.
El hecho de que Jaime fuese siempre el enmascarado de plata, no solamente lo anunciaba su careta, también le daban esa categoría su corpulencia física y sus aptitudes para la lucha libre con llaves y agarrones de “me rindo”, volviéndose así irremplazable en la trama de las aventuras donde él, cayéndonos de improviso en el silencio natural de las noches del pueblo, después de una “reyerta a muerte” que por lo general tenía como sitio de encuentro el embarcadero de reses que había en el patio de la casa de la Niña Nené, como epílogo donde tenía que ganar la justicia, terminaba amarrando a “los forajidos” (y yo entre ellos), dejando así sin “ladrones” a la región.
“Jaime, el enmascarado de plata”, en los días de aquellos días y cuando la infancia es hasta el disfrute del miedo, fue la verdad más absoluta de un juego llamado vida; tanto así que ni para ir a la escuela, ni para bañarse ni dormir, se quitaba la dichosa careta atormentado por el desasosiego y la pesadilla de una misión para la que parecía predispuesto sin temer al peligro de los revólveres de palo de Tomas Ariel, de Galo, de Romelio, y al mío, cargados de desapacibles balas imaginarias en la parodia de un mundo de película que nunca nos llegó; pero donde él, siendo la encarnación figurada de la hosnestidad y la transparencia, jamás revelaría su rostro oculto en el misterio de su careta porque todos sabíamos quién era…
Entre los miembros de la pandilla infantil, “Santo, el enmascarado de plata”, no podía ser alguien distinto que no fuera jaime, quien protegido por su careta, honroso y ejemplar, en la interpretación de su papel, nos hizo creer que la legalidad era apenas el resultado de un sencillo y lógico proceso dialéctico.
Había que ver la cantidad de “crímenes y delitos” que “Jaime, el enmascarado de plata”, combatió. Galo hacía de cuatrero; Tomás Ariel, de matón; Romelio, de asaltante de caminos y, yo, un bandolero…, motivos más que suficientes para que él, “poseedor de fuerzas sobrenaturales”, según lo acordado, fuese quien ayudara a los desvalidos en las peores instancias de la vida…
Tiempo después, con el paso de los días y cuando crecimos, “Jaime, el enmascarado de plata”, nunca más fue “Jaime, el enmascarado de plata” sino simplemente Jaime, el de Josefa; Galo fue Galo; Tomás Ariel dejó sus “andanzas”; Romelio “se corrigió” y, yo, un escritor que descubre en las señales del tiempo, el niño que todos llevamos dentro, cargado de visibles valores, capaz de asombrarme otra vez viendo volar la hamaca de Leopoldo llevada por los cielos en medio del peor huracán que alguna vez azotara al pueblo…porque, como dijera Arthur Rimbaud: “Todo empezó y todo terminará con los niños”.
…Y mientras, “Jaime, el enmascardo de plata”, sepultado por la avalancha de los nuevos héroes, quién sabe dónde dejaría su careta justiciera, ahora no ajustada a la complejidad de una violencia con bandidos y ladrones que matan, asaltan y roban sin necesidad de máscara…
Cortesía: http://www.alhaurin.com Crónicas del otro Macondo -Historias para ganarle al olvido-
Walter E. Pimienta Jiménez.
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