André Roussimoff era un tipo normal al
que le había caído en suerte una extraordinaria jugada. En su momento
álgido llegó a pesar 272 kilos y medir 2 metros y 28 centímetros.
Nacido
en Francia de inmigrantes búlgaro y polaca, su tamaño lo convirtió en
una celebridad internacional, pero fue su tenacidad y su humanidad sin
complicaciones lo que le hizo grande: hoy en día aún sigue siendo
conocido como el amable gigante de la película La princesa prometida y
el incansable atleta que dominó la industria de la lucha profesional
estadounidense durante una década.
Dibujando a partir de antiguas
grabaciones sobre la vida de André, así como de las abundantes anécdotas
de sus colegas de Hollywood y del mundo de la lucha profesional
(incluidos Hulk Hogan, Billy Crystal, Robin Wright y Mandy Patinkin),
Box Brown recrea en André el gigante.
Vida y leyenda la primera
biografía esencial del legendario intérprete y luchador.
Muchos denostan la lucha libre americana —el pressing catch, como lo llamábamos aquí porque así lo llamaban en la televisión— porque no es verdad, porque está amañada y los golpes no son reales. El argumento cae por su propio peso en cuanto entendemos que el wrestling
no es tanto un deporte como un espectáculo. Una narrativa que se ha
desarrollado durante décadas en forma de saga, con personajes que se
enfrentan, se alian, cambian de bando, se traicionan, son derrotados o
triunfan. Con sus héroes y villanos —«técnicos» y «rudos» en el argot
del medio—, la lucha libre es lo más parecido que tenemos en el mundo
real a los cómics de superhéroes.
En André el gigante: vida y leyenda el artista americano Box Brown parte de esta idea desde el mismo prólogo para centrar su atención en lo que le interesa, y compara el wrestling
con los espectáculos de magia, donde también media un pacto con el
espectador: de la misma forma en la que un ilusionista jamás reconocerá
que lo que hace no es verdadera magia, un luchador nunca dirá en público
que los combates son pura pirotecnia. Lo más interesante de este cómic
es por tanto el contraste entre ese simulacro público y la vida privada
del protagonista, lo que sucedía fuera de las cámaras, que sólo era más
real que el espectáculo para él mismo. Para la sociedad, lo real era el
show.
Brown no podía haber escogido un
personaje más adecuado: André el gigante es, efectivamente, una leyenda.
Su cuerpo extraordinario lo convirtió en alguien que casi tenía verdaderos
poderes, pero además llevó una vida marcada por el nihilismo propio del
que sabía desde muy joven que iba a morir. Fue una persona bastante
hermética y reservada, que dejó que la leyenda fuera más real que su
vida, quién sabe si consciente o inconscientemente.
La personalidad de André está muy bien
reflejada en las páginas de esta biografía. Habla poco, y no accedemos a
sus pensamientos ni reflexiones más que a través de sus entrevistas o
los testimonios de aquellos que lo conocieron un poco. Da la sensación
de que no tuvo verdaderos amigos, sino compañeros de profesión con los
que correrse juergas constantes. No exagero si digo que en la mitad de
las páginas de libro André aparece bebiendo. Sin embargo no hay
demasiado drama. Brown, acertadamente, no se deja llevar por la lágrima
fácil, no sólo porque su estilo de dibujo, tan cercano al cartoon, lo desaconseje, sino porque en realidad admira a André y piensa que vivió una buena vida.
En ese show must go on
constante, entre bambalinas, André sufría cada vez más por su
acromegalia. Incluso llegaba a subir al ring con la espalda paralizada
por el dolor, sin que, por supuesto, el público se enterara de nada. Box
Brown no oculta la mayor sombra de la vida de André: su relación con su
hija y la madre de ésta, pero la aborda desde lo público, sobre todo,
en el momento en el que a través de la televisión se difunden las
declaraciones de la niña.
Otro punto a destacar, creo, es la forma
en la que se muestran los combates. No hay demasiados narrados
completos, pero son suficientes. Los cartuchos de texto sirven de
anotaciones a lo que muestran las imágenes, de manera que podemos saber
lo que pasaba y lo que realmente estaba pasando: sin los
textos, el combate sería totalmente real; con ellos, el simulacro se
hace evidente.
El culmen es el combate entre Hulk Hogan y André el
gigante, que sólo puede leerse en clave de épica: André se sacrifica
heroicamente, en el crepúsculo de su carrera —y de su vida— y se
convierte, a los ojos de la afición, en un villano, un «rudo», para que
Hogan se convierta en la nueva estrella y asiente definitivamente el wrestling
como espectáculo multimillonario. André el gigante consigue que
arranque una nueva era de la lucha libre que él ya no disfrutará, porque
es parte del pasado. Pero no hay tristeza en esto, ni para él mismo ni
para los lectores del libro.
André el gigante: vida y leyenda
me ha dejado sensaciones encontradas. En términos generales tengo que
decir que me ha gustado.
Brown es un dibujante fantástico, y el trabajo
es serio y bien documentado. Se nota su amor por la lucha y por el
personaje. Sin embargo, por otro lado también me ha dejado cierta
insatisfacción, me ha sabido a poco. Pienso que el tema y el
protagonista permitían mayor profundidad, y no sé si mayor densidad
narrativa —que no quiere decir, necesariamente, más explicaciones
textuales—. Es posible dibujar una biografía sin esa densidad,
lanzándose en brazos de lo gráfico para experimentar no tanto una
sucesión de hechos como sensaciones y sentimientos —me viene a la
cabeza, sin pensarlo demasiado, Arsène Schrauwen—, pero la
manera relativamente convencional que escoge Brown para esta historia
parece dirigirnos a un tratamiento más expositivo, más documental. Tal
vez así habríamos podido observar con más detenimiento el mundo de la
lucha libre por dentro, con todas sus sombras, pero en esto pienso que
el prólogo y las notas finales lo suplen sin lastrar la narración
central, que pone el foco en André.
Como contraprestación, la lectura es
ligera y divertida, y el dibujo de Brown puede recrearse en los espacios
y en los detalles, en pequeñas anécdotas que son muy significativas. Al
personaje lo conocemos más por sus acciones que por sus (escasos)
pensamientos públicos, y eso siempre es un acierto. Es un estupendo
tebeo, pero dado el evidente talento de Box Brown —uno de los artistas
más prometedores de su generación—, me quedo con la sensación de que
podría haber sido mejor aún. No pasa nada; tiene tiempo por delante para
llegar a donde quiera.
André el Gigante