viernes, 1 de diciembre de 2017

Jamás perdí mi máscara





Muchos sólo hablan por hablar y en esta columna explico lo ocurrido hace 32 años con Aristóteles II



Estimados amigos de El Gráfico:  Si de algo me enorgullezco es de ser un hombre respetuoso, agradecido y honesto. Lo he sido desde niño porque eso fue lo que aprendí de mis padres. 




Esto viene al caso porque  muchos de mis detractores afirman que yo perdí una lucha de máscaras contra Aristóteles II.  Si esto fuera cierto,  esa misma noche  me hubiera quitado la tapa que con tanto respeto y honor porto.
 Esa lucha se realizó un mes de noviembre de hace 32 años y aquí les platico la verdadera historia, en la que  ¡no perdí la máscara! 
Fue un miércoles 27 de noviembre de 1985, en Acapulco. La función se realizó en la Plaza de Toros Caletilla y fue  denominada “Torneo Ruso de la Muerte”, con 16 máscaras en juego;  por orden de eliminación en una campal, subirían ocho luchadores y escogerían a un compañero.  
Al final del torneo la pareja perdedora se enfrentaría máscara contra máscara. Los participantes fuimos: Atlantis, Black Shadow Jr., El Matemático, Kendo, Águila Solitaria, El Arquero, Dr.O'Borman, Blue Panther, Espanto Jr., Fuerza Guerrera, Corto, Shu el Guerrero, Rey Cobra, León Chino, Aristóteles II y El Hijo del Santo. 
Al final de la campal, Aristóteles y yo quedamos como compañeros y, obviamente, jamás nos acoplamos.  Perdimos todos los encuentros que fueron a una sola caída.
Los perdedores  seguían en la apuesta y los ganadores salían y salvaban su tapa. Así que él y yo, al no haber ganado, llegamos a la final, en la que nos  enfrentaríamos en  una lucha de dos  a tres  caídas sin límite de tiempo,  máscara contra máscara. 
Existieron tres errores que causaron confusión. 
Primer error: En el programa se anuncian ocho  luchas a una caída cuando  fueron cuatro  (porque eran de parejas). 
Segundo error: No se especificó en el cartel que la lucha final sería a dos de tres caídas. 
Así que cuando subí contra el ídolo acapulqueño, éste tenía a la mayoría del público de su lado y estaba crecido. Me golpeó sin piedad y me aplicó un castigo con “espaldas planas”;  el réferi contó apresuradamente y perdí la caída. 
El público festejó al máximo cuando el réferi  dio por terminada la caída y exigía que me despojara de mi máscara; sin embargo, yo me quedé tranquilo en mi esquina porque sabía que faltaban dos caídas más. 
Tercer error: Llamé al comisionado en turno y al señor Héctor Valero Meré, quien era el promotor del evento, y les reclamé la actitud del réferi. Éste estaba en  estado inconveniente (por ética y respeto no diré su nombre), así que  pedí que lo cambiaran por otro  y la respuesta fue un rotundo no, bajo el argumento de que  la gente armaría un gran escándalo. 
Pero el escándalo ya se había armado desde que perdí la caída,  ya que el público enfurecido gritaba: “¡Fraude, fraude, fraude!”  y me exigían que me  quitara la máscara. 
Yo permanecí tranquilo en mi esquina esperando el anuncio de la segunda caída y le dije  al comisionado que estuviera cerca del ring observando al réferi. 
Si yo hubiera perdido, el mismo Aristóteles hubiera ordenado  que me despojara de la tapa, pero jamás lo hizo,  ya que él sabía que la lucha aún no terminaba y como todo un profesional salió a combatir en la segunda caída,  la cual perdió.  
Ya empatado el encuentro la gente se calmó y dimos una tercera caída sangrienta y llena de dramatismo, la cual gané gracias a mi coraje, capacidad y confianza en mí mismo.
Hoy muchos de mis compañeros, que aún viven y me conocen, no me dejarán mentir y saben que digo la  verdad. Lamentablemente,  muchas de mis víctimas que perdieron su máscara claramente en el ring la siguen usando sin ningún respeto por el público y por la lucha libre. ¿Nombres? Ustedes los conocen. 
Por último, a todos aquellos irresponsables villamelones que pululan en redes sociales,   que seguramente ni siquiera habían nacido  y que afirman que perdí, les aconsejo que investiguen antes de hablar por hablar. 
Nos leemos la próxima semana  para que hablemos sin máscaras.
El Hijo del Santo

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