Fotos: Archivo Excélsior y cortesía Museo del Santo
CIUDAD DE MÉXICO.
Antes que realidad El Santo siempre fue una imagen. “Un héroe popular y un símbolo justiciero”, escribe el historiador Antonio Espinoza. “Se parecía más a Batman: un paladín enmascarado sin poderes sobrenaturales, pero con la convicción plena de que la justicia debe triunfar y que el bien siempre derrotará al mal”, acota Espinoza en su texto de sala para celebrar al popular luchador: Santo, el héroe enmascarado. A cien años de su nacimiento, exposición de pintura que se puede visitar hasta fin de este mes en el Museo de El Santo, en Tulancingo.
9seudónimos aproximadamente, utilizó antes de El Santo. El Hombre Rojo y El Murciélago II, entre otros
En 1942, el luchador Rodolfo Guzmán Huerta, sin saberlo, dio con la tecla. Desde su debut, en 1936, usó varios seudónimos, pero “cuando yo me inicié en la lucha había un luchador llamado El Malo. Para llevarle la contra me puse El Santo”, le cuenta a Carlos Henze en una entrevista que obra en los archivos del Servicio de Información de Excélsior.
Desde entonces, El Enmascarado de Plata se convertiría en un fenómeno social gracias a que sus hazañas arriba del ring fueron trasladadas a la historieta y a más de media centena de películas que “si no son de arte, sí tienen mucho entretenimiento”, le refiere el luchador a Henze, acaso consciente de la oposición que su popularidad generaba en otros ámbitos. “El Santo expone su teoría con más músculos torácicos que elocuencia”, apuntó Rosario Castellanos, poeta y editorialista de Excélsior.
La lucha libre televisada contribuyó a elevar su leyenda y pequeños muñecos de plástico con su figura, y la de sus enemigos, se convirtieron en favoritos de los niños, que cuando asistían a las arenas, junto con los grandes, hacían todo lo posible por tocar o ver de cerca a su ídolo.
Siempre salía de las arenas de lucha escoltado por la policía”, le cuenta El Pelón Suárez, amigo de El Santo, a Javier García, reportero de El Periódico de la Vida Nacional para un perfil publicado en febrero de 1984. Alta paradoja, sin la máscara nadie advertía su presencia, nadie lo molestaba. Con El Santo, hombre con la cara oculta, sin nombre ni apellido, el tránsito sufría algún trastorno.
Como dice Carlos Monsiváis en Los rituales del caos (Era, 1995), “El Santo: una fábula realista de nuestra cultura urbana; una vida profesional cuya primera razón de ser fue la carencia de rostro; una fama sin rasgos faciales a los cuales adherirse”.
cortesìa: http://www.excelsior.com.mx/ y Fernando Islas
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