José G. Cruz: El hombre que desenmascaró al Santo
Cruz fue en gran parte el responsable de la leyenda del
Enmascarado de Plata.
El 31 de enero de 1917, en Teocaltiche, Jalisco, nació José
Guadalupe Cruz Díaz, mejor conocido como “el amo del arrabal”, uno de los
creadores de cómics nacionales más importantes y prolíficos de todos los
tiempos. Cruz fue un autor poco convencional, que se desempeñó como dibujante,
escultor, pintor, fotógrafo, editor de historietas, actor de cine, guionista de
cómics, películas y radioteatros, en los que también prestó su voz.
La vida de Cruz en provincia le ayudó a destacar en las
revistas antológicas de la época, como Paquito y Pepín, donde sus argumentos
con temas campiranos o de barriada (con todo y rumberas) le ganaron el favor
del público. Por la carga de trabajo que tenía, incluyendo su participación en
el cine de la época (donde colaboró con el polémico Juan Orol –de quien fue
amigo a lo largo de toda su vida adulta– y el destacado cineasta Chano Urueta)
Cruz comenzó a combinar sus dibujos con fotografías para tener listos sus
cómics con menos tiempo de trabajo. Poco a poco fue disminuyendo la cantidad de
dibujos en sus cómics, hasta prácticamente volverlos fotonovelas, siendo uno de
los pioneros del género, incluso antes que los “Fumetti” italianos.
“José G. Cruz es un profundo conocedor del hampa en México,
tiene mucha experiencia de la ‘movida del barrio’, como la llama él y escribía
unos argumentos preciosos”, indicó el cineasta Juan Orol, de acuerdo con
Escritores del Cine Mexicano Sonoro de la UNAM.
José G. Cruz, nombre con el que se volvió famoso, se
independizó de las grandes editoriales de la época y en los años cincuenta,
junto con Everardo Flores (fundador de la dinastía Flores, cuyos hijos y nietos
son dueños de editoriales de revistas actuales), fundó su propio sello:
Ediciones José G. Cruz. La editorial (ubicada en Polanco, entre las calles
Homero y Arquímedes) se ganó millones de seguidores que semana con semana
compraban sus historietas, casi todas guión del mismo Cruz, entre las que
estaban Carta Brava, Juan Sin Miedo, Percal, Tango, Gracias Doctor, Ventarrón,
El plebeyo, Tenebral, Adorable Espejismo, Adelita y las guerrillas,
Encadenados, El Valiente, Remolino, Dancing, Revancha, Niebla, Duke As, Señora,
y Sin Rumbo. Todas las historietas tenían argumentos sencillos dirigidos a las
clases populares, donde las historias se desarrollaban mayoritariamente en
barrios bajos o en pueblos típicos del interior de la república.
“En su perpetua urgencia de argumentos, Cruz no se detiene
ante el saqueo. Adapta toda clase de cuentos, novelas y leyendas, y traslada a
las viñetas varias películas de éxito”, así describen el trabajo del autor Juan
Manuel Aurrecoechea y Armando Bartra en el libro indispensable de la historieta
mexicana ‘Puros cuentos’”.
A pesar de que tuvo grandes y populares éxitos, el mayor hit
de Cruz fue el cómic Santo, el Enmascarado de Plata (por cierto, Cruz fue el
creador del famoso apodo del luchador, antes se le conocía como “Santo, El
Atómico”) que comenzó a editarse en 1952, y en el que el luchador posaba para
las fotos que aparecían en la historieta. A pesar de que el luchador ya era
famoso, el cómics le brindó una popularidad nacional impresionante, volviéndolo
muy conocido en todos los rincones del país y convirtiéndolo en el primer héroe
del pancracio con una historieta propia. Algo que después imitarían otros
luchadores, algunos de la mano del propio Cruz, como Black Shadow, Blue Demon,
Tinieblas o El Cavernario Galíndo.
El primer número del cómic del Santo, el enmascarado de
plata.
“Era un psicólogo nato, salía mucho de noche y observaba,
sacaba sus historias de la gente que conocía. Mucho tiempo después, en los años
sesenta, él se basaba más en libros y películas, hubo mucho cine que él
absorbió para plasmarlo en las historietas, y ya en los sesenta veía también
mucha televisión de Estados Unidos”, reveló Griselda Cruz, hija del José G.
Cruz.
Las ventas del cómic del Santo eran impresionantes, y lo
presentaban como un justiciero urbano. Además, cimentaron el mito que se formó
alrededor de su figura. Curiosamente, en el primer número de la historia
(ambientada en un punto indeterminado de los años treinta) vemos a un Santo
primigenio, que vive una aventura en la que es herido de muerte por unos
criminales, antes de perecer, logra llegar a su casa, donde se encuentra a su
pequeño hijo. Con su último aliento, Santo le pide a su vástago que siga la
tradición familiar de combatir el crimen. La historia da un salto a los años
cincuenta, y vemos a un nuevo Santo que se enfrenta a los criminales que
mataron a su padre, los derrota e inicia su leyenda. Con esto, el Santo se
convierte en un “héroe legado”, al estilo del Fantasma o Azrael, que según su
historia de ficción (y posteriormente en la vida real) sede la estafeta a otro
miembro de su familia cuando su estado físico ya no es óptimo.
El cómic contaba historias en las que los villanos eran gánster,
al más puro estilo del cine de Juan Orol, asesinos y ladrones citadinos. Por
eso, cuando la historieta se volvió muy popular, los estudios de cine
intentaron adaptar la esencia de sus aventuras gráficas en la pantalla de plata
en las primeras películas de luchadores, inicialmente sin el Santo pero si con
guiones de Cruz, que escribió el piloto de El Enmascarado de Plata, una película
protagonizada por el Médico Asesino.
El viejo Santo sede su máscara en el primer número del cómic
El editor y escritor, probablemente influenciado por las
modas de la época e intentando dar más variedad a los guiones de las
historietas, poco a poco cambió el tipo de villanos de las aventuras del cómic
del Santo, enfrentándolo con momias, vampiros, brujas, y demás seres
sobrenaturales, e incluso algunos tan extraños como el Hijo de King Kong o
personajes de soporte, como Bobby (un niño que lo acompañaba en sus aventuras)
o Argo, un extraterrestre amigable. El cine siguió la tendencia y también
comenzó a usar malévolos seres de ultratumba como las némesis del luchador.
“Él platicaba que, en su niñez, la gente de los Altos de
Jalisco hablaba todas las noches de historias fantásticas, de muertos, de
aparecidos, cosas que no existen (bueno, según yo), y que ésa fue su niñez, eso
lo influenció mucho para después plasmarlo en todo lo que hizo”, señaló la hija
del autor.
El éxito de la revista –que alcanzó a Centro y Sudamérica–
se mantuvo por décadas, incluso publicándose dos veces por semana, hasta que en
los años setenta, inesperadamente, Santo y José G. Cruz se enfrentaron en los
tribunales. Supuestamente el conflicto inició cuando El Santo no pudo asistir a
una sesión fotográfica para el cómic, por sus incontables compromisos de
trabajo, Cruz lo sustituyó por un actor en mejor forma, algo que molestó
enormemente al luchador, quien decidió llevar sus historietas a otra editorial.
Al enterarse, Cruz se enfureció y le gritó al Santo: “Tú no te has dado cuenta
de que el nombre soy yo, no tú, tú eres… ¡un mono con una máscara!”.
El conflicto llegó a las vías legales, donde Santo acusó a
Cruz de abuso de confianza, y exigía más pago de regalías por el uso de su
nombre, debido a que aseguraba que “recibía una miseria” por las historietas, o
el fin de la publicación, alegando que el nombre “Santo” le pertenecía. Cruz,
por su parte, exigía que se le reconociera como el creador del personaje, al
que dotó de una personalidad que no tenía el luchador hasta que apareció en sus
cómics, y por tanto no pagar nada al luchador.
El nuevo Santo tenía un cuerpo mejor trabajado.
En realidad, Cruz tenía mucho de razón: Santo antes de
llegar al mundo del cómic, era un rudo sin demasiada técnica, eso sí, muy
entregado en sus peleas, que no siempre alcanzaba las luchas estelares por su
peso. Y su personalidad popular, incluyendo la del cine, se basó completamente
en los guiones del editor de cómics, que lo mezcló con el cine fantástico, de
terror, de superhéroes y de espías, amalgamando de manera exagerada todos esos
subgéneros de cine de serie B en sus historias.
Durante el juicio, Santo se enteró que José G. Cruz tenía
registrado su nombre y el título de la revista desde hace mucho tiempo, por eso
pudo seguir publicando la revista con un nuevo Santo (el fisicoculturista
Héctor Pliego) y contrademandar al Santo, exigiendo el pago de la mitad de los
ingresos de las películas del luchador. A lo largo de los conflictos legales,
Santo logró que cerrarán durante algunos días la editorial de José G. Cruz, e
incluso que encerrarán al editor dos días en la cárcel, en venganza el editor
hizo lo que ningún otro villano (con excepción del villanísimo Jacobo
Zabludovsky) logró: desenmascarar al
Santo.
Cruz filtró una foto del Santo sin mascara y dio a conocer
su nombre real (Rodolfo Guzmán Huerta) al popular periodista deportivo Antonio Ortiz Izquierdo –quien
escribía para la revista sensacionalista Vedetes y deportes–. Muchos diarios de la
época, como el Diario de México, y el programa de televisión Operación
Convivencia, se hicieron eco de la imagen y la reprodujeron, acabando con el
misterio del enmascarado de plata, además de darle seguimiento al juicio.
El editor continuó lanzando semana a semana el cómic del
Santo, lanzando reediciones de las viejas historias que público desde los años
cincuenta, pero sustituyendo al Santo original por Héctor Pliego, a quien
vistió con un nuevo uniforme: una máscara plateada con una “S” enmarcada con un
círculo negro en la frente, un cinturón, un cuchillo, y le retiró las mallas,
además de resaltar el fornido físico del ex-Míster México 1969.
En la década de los ochenta, por culpa de la crisis del
papel que también acabó con la poderosa Editorial Novaro, Cruz dejó de publicar
cómics, vendió los derechos de sus publicaciones a la familia Flores y se
retiró a vivir sus últimos años a Beverly Hills, California, donde una de sus
últimas frases antes de morir fue: “Creo que la amistad no vale nada”.
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