Esto que les voy a compartir lo vi el pasado viernes, mientras íbamos circulando por una de las avenidas principales de Tijuana.
Como sucede en todas las ciudades, ver a "los niños de la calle" vendiendo chicles, limpiando parabrisas o pidiendo limosna y, lamentablemente, estén donde estén, regularmente los ignoramos, se vuelven invisibles a nuestros ojos, pues son parte del paisaje urbano y sólo logran llamar nuestra atención cuando realizan algo extraordinario y excepcional.
Se trata de dos jóvenes que me sorprendieron gratamente con su singular manera de ganarse la vida: estaban enmascarados, emulando los movimientos de sus ídolos, luchando en plena calle.
A estas alturas de mi vida comprobé que sigo siendo una persona sensible ante las injusticias y la pobreza, dos situaciones que me conmueven al máximo.
No sé si sus nombres son Juan y Pedro o Luis y Raúl... Eso es lo de menos, ellos son el bien y el mal; el rudo y el técnico y en sus sueños está el ser estrellas de la lucha libre. Me impactaron por su disciplina y sacrificio, porque yo sé lo que es portar una máscara por más de 8 horas continuas, sé lo que es rodar y caer en un cuadrilátero duro, sin colchonetas con la lona pegada a las tablas, sé lo que es caerte al cemento vil. Sé lo que significa el esfuerzo del entrenamiento y los deseos de triunfo.
Y a pesar de no conocer (gracias a Dios) el hambre, ni la miseria (aunque sí la humana), sé, igual que ellos, lo que significa soñar y ser perseverante.
A diferencia de estos niños, yo únicamente por gusto he tenido como techo el cielo, las estrellas y la luna. ¡Se ganaron mi respeto y admiración porque no roban, no se drogan, no se emborrachan, saben y están conscientes de que ese no es el camino correcto para cumplir sus sueños!
"El pavimento es su cuadrilátero, los automovilistas su público y el semáforo en rojo el inicio del próximo combate".
Nos leemos la próxima semana, para que hablemos sin máscaras.
El Hijo del Santo
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