Como todos los Viernes deseo agradecer a mi buena amiga la Dra. Janeth Peñafien por enviarme la columna de nuestro común amigo El Hijo del Santo...
El pasado jueves 15 de enero asistí a la alfombra roja
de la película Creed, corazón de campeón, dirigida por Ryan Coogler y
protagonizada por Sylvester Stallone y Michael B. Jordán.
Ésta es la séptima parte de la saga de películas en la que aparece
el personaje de Rocky Balboa, pero con la genialidad de que Stallone lo
interpreta con su edad actual, lo que hace que la historia sea más real.
No les voy a
platicar de qué se trata, pero sí les comentaré que esta historia narra
lo que nos sucede a todos los seres humanos y no sólo a los
deportistas. Yo me identifiqué muchísimo con las edades de ambos
protagonistas, pues he vivido al máximo esas etapas de mi vida: la
primavera, el verano y, hoy por hoy, disfruto al máximo del otoño.
Me identifiqué primero con el joven
“Adonis Johnson”, hijo del famoso boxeador “Apollo Creed”, quien decide
seguir los pasos de su padre, a pesar de que nadie cree en él.
Cuando somos jóvenes, en la etapa de nuestra primavera, queremos
comernos el mundo no a pedazos... ¡entero! Creemos que todo es fácil y
que jamás tendremos obstáculos ni penas; sin embargo, muchas ocasiones
nuestra historia personal no es en su totalidad color de rosa (como
sucedió en mi caso), pues a pesar de ser hijo de familia, de gozar del
amor y apoyo de mis padres, pensé que ellos jamás morirían y que siempre
estarían a mi lado.
Cuando los perdí, muy joven por cierto, viví en carne propia el
sufrimiento y lo doloroso que es la muerte de un ser querido. A pesar de
ello no dejé de soñar y de tener ilusiones en la vida, entrené siempre
al máximo y combiné mis estudios con el deporte hasta alcanzar cada una
de mis metas en la vida; disfruté en todos los sentidos y también al
máximo mi etapa de ‘verano’.
Pero al llegar a la edad madura en mi vida, me pregunté con cierta angustia: ¿qué sucederá ahora?
Muchas veces me hice este cuestionamiento cuando pasé de joven a
adulto. Y en esta parte me identifique con el personaje de Rocky Balboa,
un boxeador retirado que logró éxito en el deporte con base en
esfuerzo, perseverancia y decisión, pero que ahora atiende su negocio y
vive una vida más apacible alejado del boxeo.
No es mi caso literalmente hablando, ya que no me he retirado de la
lucha libre, pero seguramente, como ya lo he mencionado antes, ese día
habrá de llegar.
Recuerdo con agrado un comentario que me hiciera mi terapeuta
cuando yo me cuestionaba sobre mi futuro y el día que me retirara de la
lucha libre.
¿Saben que me contestó? “¡Te pones a trabajar!”, me dijo. “¿Cómo?”,
le respondí con indignación. “¡Yo siempre he trabajado!”, pero ella
sonrió y me hizo comprender lo afortunado que he sido a lo largo de mi
vida al decirme lo siguiente: “Durante más de 30 años has viajado a
infinidad de lugares, luchando en un ring, llevando tu personaje al
mundo, disfrutando cada lugar y relacionándote con personas del pueblo,
que son tus fans y te dan su cariño, conociendo gente importante,
inteligente, recibiendo el aplauso por tu desempeño y todavía te pagan
por hacer lo que más te gusta”.
Entonces comprendí que se refería a que éste era el momento ideal
de ejercer mi carrera universitaria, de atender mis negocios, de
emprender otros nuevos, de experimentar en otras áreas de desarrollo
porque también, como cualquier deportista, hay un límite que no ponemos
nosotros sino el tiempo y nuestro cuerpo.
“La vida nos regala día a día nuevas oportunidades y sólo depende de nosotros tomarlas o dejarlas ir”.
Vean esta emotiva película en la que el Consejo Mundial de Boxeo,
organismo que está bajo la guía de Mauricio Sulaimán, también tiene una
presencia fundamental. Se las recomiendo
ampliamente.
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