El heredero de la leyenda recuerda una de sus batallas más épicas
Para cumplir sus deseos de escribir sobre historias de lucha libre,
hoy les contaré que cuando debuté, en el año de 1982, se pusieron muy de
moda los tríos dentro de este deporte, Surgieron muchos como Los
Misioneros de la Muerte, integrado por Negro Navarro, el Texano y el
Signo; o Los Tigres del Ring, conformado por Scorpio, Luis Mariscal y
Baby Face.
También destacaban Kato Kung Lee, Black Man y Kung Fu; Los
Fantásticos, así como Los Cadetes del Espacio —Ultramán, Solar y Súper
Astro—, Los Villanos y Los Hermanos Dinamita, entre muchos otros.
Yo jamás formé un trío estable con nadie, pero hice tercias con Black
Man y El Matemático; con Halcón 78 y Falcón, así como con los Brazos de
Oro y Plata. Éstos últimos eran buenos compañeros, pero de pronto se
pasaron al bando de los rudos formando el poderoso trío de Los Brazos,
junto con su hermano menor Juan Alvarado (q.e.p.d).
Tiempo después Los Brazos perdieron sus máscaras frente a los
Villanos y buscaron venganza; no les importaba quién estuviera frente a
ellos y yo fui uno de sus objetivos a vencer.
Así surgió una fuerte rivalidad con el Brazo de Oro, quien en cada
lucha trataba de humillarme. No contó con que El Hijo del Santo era un
joven con agallas y los suficientes tamaños para enfrentarlo, así que
después de muchas batallas Jesús Alvarado me retó a una lucha de
máscara contra cabellera, la cual tuve que aceptar porque quería
demostrar mi valía y el reconocimiento del exigente público del Toreo de
Cuatro Caminos.
Se llegó el día y el domingo 13 de enero de 1991, hace 25 años,
sostuve una de las luchas más difíciles en mi carrera enfrentando a un
experimentado y sanguinario rival. El Toreo de Cuatro Caminos estaba a
reventar, yo subí al cuadrilátero llevando como second a Gran Hamada;
Súper Porky acompañaba a su hermano.
Inició la lucha a ras de lona, pero Chucho se empezó a desesperar y
las rudezas no se hicieron esperar. Ni el réferi Bukles podía hacer nada
por detener a mi rival, quien se ensañaba conmigo rompiendo mi máscara y
sangrándome.
En esa primera caída hizo de mí lo que quiso y me ganó con un Power
Boom con toque de espaldas. Al dar inicio la segunda caída mi rival
estaba totalmente crecido, encaraba al público cada vez que se escuchaba
el grito de “¡Saaanto, Saaanto, Saaaanto!”.
Yo estaba con la máscara empapada y teñida de rojo por la sangre e
intentaba reaccionar sin lograrlo. Llegó la oportunidad y estrellé mi
rodilla en el rostro de mi rival, lo lancé fuera del ring y le apliqué
un certero tope que dio en su cabeza; ante el júbilo del público, le
pagué con la misma moneda estrellándole la frente en los postes del ring
hasta hacerlo sangrar copiosamente y acto seguido lo ‘rematé’ con un
Tope de Cristo y una “de a caballo” que resistió por unos segundos hasta
que finalmente pidió paz.
La tercera caída fue dramática. El Brazo de Plata intentaba colocar
una venda en la frente de su hermano para detener la hemorragia, pero
Gran Hamada se lo impedía. Nosotros continuábamos en un toma y daca
mientras que el público, al filo de sus butacas, gritaba emocionado
cuando intercambiábamos golpes, castigos y llaves. Ninguno se rendía.
Ni una efectiva plancha desde lo alto de la tercera cuerda a afuera
del ring, ni los intentos de otra llave “de a caballo” eran suficientes
para rendir a un enardecido Brazo de Oro que sólo quería despojarme de
la máscara.
De pronto, Jesús me levantó en lo alto para aplicarme un Súplex y al
intentar azotarme, amarré su pierna derecha con las mías y con mis
brazos inmovilicé su pierna izquierda quedando su espalda en la lona con
un Paquetito. Entonces El Bukles contó las tres palmadas.
Así, sorprendiéndolo, obtuve el anhelado triunfo. Ésta fue la
cabellera número 19 que gané. Ambos terminamos muy lastimados y perdimos
mucha sangre, al grado de que recuerdo fuertes mareos rumbo al
vestidor.
Por eso me enojo tanto cuando algunas personas dicen que la sangre en la lucha libre es pura falsedad.
Nos leemos la próxima semana, para que hablemos sin máscaras.
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