Este fin de semana se cumplen 73 años del debut del máximo ídolo que ha tenido la lucha libre de nuestro país
El
domingo 26 de julio es una fecha muy importante, porque hace 73 años,
en 1942 y también en un domingo, Rodolfo Guzmán vivió uno de los
días más emblemáticos de su vida. Y quién mejor que él para contarles la
historia.
“Para
todos era un domingo como cualquier otro, lleno de sol, de descanso y
tiras cómicas a colores en el diario dominical. Sin embargo, ese día no
iríamos de paseo al campo a las afueras de la ruidosa ciudad como
regularmente lo hacíamos. Ese día yo no dejaba de ver el periódico ni el
reloj. No podía ocultar mi nerviosismo al leer el encabezado del diario
que decía: ‘¡Debuta un enmascarado que se hace llamar El Santo!’
“El
reloj marcó la hora, revisaba una vez más la pequeña maletilla para que
no se me olvidara nada y ahí estaban la mallas, el calzón, las
calcetas, la bata, las zapatillas y una máscara plateada que encerraría
mi rostro para siempre, aunque en ese momento yo no lo sabía.
“Cuando
subí al ring de la arena México alguien me grito: ‘¡Payaso!’, con una
fuerza que aún retumba en mis tímpanos. Mis nervios se aceleraron.
Siete enemigos tenía frente a mí en la campal: Murciélago Velázquez,
Lobo Negro, Bobby Bonales, Ciclón Veloz, Ed Pavlosky, Bobby Rood, y
Gorila Macías II. Ante ellos yo era un novato y veía en cada uno a un
contrincante que me haría
pedazos.
“Al
sonar el gong fue como un dulce despertar y me lancé contra uno y
contra otro. De pronto tenía a todos encima, pero lograba escabullirme y
así llegue al final teniendo frente a mí al campeón
Welter de la República: Ciclón Veloz, a quien habría de enfrentar a una lucha de dos a tres caídas.
“Impuse
mi estilo rudo y logré dominar a mi rival con una serie de rodillazos
al estómago que doblaron a mi enemigo y al ponerle las espaldas planas
los asistentes chiflaban, pero yo iba a mi esquina sonriente. Así
inicié el segundo episodio, pero recibí una lección al confiarme
demasiado y sólo sentía en mi pecho los topes y las patadas voladoras
del experimentado Ciclón, que logró vencerme. La rabia me carcomía los
huesos y el alma sintiendo un crudo deseo de venganza.
“Salí
a la tercera caída decidido a todo y empleé las armas prohibidas, le
piqué los ojos y lo golpeé con los puños sin descanso. La indignación
del público creció y exigía la descalificación mientras el réferi
Lomelín intervenía enérgicamente, pero yo con la cabeza perdida
seguía mi labor destructora y empuje al réferi, lo cual provocó que me
descalificara. Y perdí la lucha, pero gané con ello la atención del
público y de la prensa que me bautizó como ‘El salvaje hipócrita’. Los
encabezados decían: ‘¡No se recuerda un debut tan alharaquiento y
sensacional!’. Así dio inicio un destino maravilloso para mí que jamás
imaginé.
“El
aprendizaje duró años y años y en este lapso ocurrieron los sucesos más
sufridos, percances más terribles, humillaciones y sólo un espíritu de
sacrificio me mantuvo a flote.
“Cuando
fui preliminarista viví un calvario, me hacían menos los que estaban
arriba, me menospreciaban porque quería igualarles y superarles;
quisieron hundirme desde el primer momento con esos bautizos absurdos
que significaron mucho en mi futuro. Soporté injurias y golpes, pero
hoy puedo decir con orgullo que valió la pena”.
Estoy
seguro, como muchas veces lo comenté con mi padre, de que ese día jamás
imaginó lo trascendente que sería la noche de su debut en la historia
de la lucha libre mexicana y del mundo.
Estoy
seguro de que tampoco imaginó que llegaría a tener el éxito que tuvo y
estoy seguro que nunca pensó que la Empresa Mexicana de Lucha Libre,
ahora Consejo Mundial, jamás correspondería y pagaría por los grandes
llenos que hizo para la familia Lutteroth y mucho menos que serían los
primeros en voltearle la espalda a su continuador.
La
satisfacción que hoy tengo es saber que a pesar de todo esto he
llevado su nombre en alto y no sólo en México, sino en muchos países del
mundo. Nos leemos la próxima semana para que hablemos sin máscaras.
EL HIJO DEL SANTO
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