En un día como hoy, el Enmascarado de Plata dejó los cuadriláteros después de ganar la admiración de millones de personas y convertirse en toda una leyenda
Un día como hoy, 12 de septiembre pero de
1982, fue la última vez que El Santo, El Enmascarado de Plata, subió a
un ring a luchar profesionalmente. Fue hace 32 años y fue un domingo de
fiesta para la lucha libre mexicana; con un escenario abarrotado por
aproximadamente 20 mil aficionados que despidieron al más grande ídolo y
representante de la lucha libre mexicana.
Recuerdo que ese día, muy temprano, mi
padre ya se encontraba en el recinto luchístico en compañía de su mejor y
más grande compañero en el cuadrilatero, don Salvador Gory Guerrero,
quien llego un día antes de El Paso, Texas, para acompañar en su último
combate a su querido y fiel amigo.
También estaban presentes el legendario Huracán Ramírez y El Solitario, quienes formarían equipo con la Pareja Atómica.
Antes de la función, un gran número de
periodistas y reporteros buscaban obtener las declaraciones del
Enmascarado de Plata, quien en cada una de sus entrevistas confesaba
sentirse sumamente nervioso, casi igual o quizá más, que cuando debutó
como luchador profesional allá por el año de 1934 bajo el nombre de Rudy
Guzmán, enfrentando al Francesito Eddie Palau.
Con su inconfundible y singular voz
hablaba pausado y lleno de nostalgia de sus inicios como luchador
profesional y de cómo, en esos momentos, sentía cómo le temblaban las
piernas a causa del nerviosismo de subir al ring por última vez, igual
que aquella ocasión en la que se presentó por primera vez ante el
público en la ya desaparecida Arena Anáhuac.
También recordó aquel inolvidable domingo
26 de julio de 1942, cuando luchó por vez primera como El Santo y eligió
para su debut la burda máscara de piel fabricada por él mismo y el
color plata, inspirado en el personaje de la novela El hombre de la
máscara de hierro.
Con sus ojos llenos de lágrimas a causa de
la tristeza de decir adiós, agradeció a todos los promotores que le
dieron la oportunidad de presentarse en las diferentes arenas de México y
del mundo. Agradeció también el cariño y el apoyo que su fiel público
le brindó durante esos 40 años. Para mi padre fue una de las tardes más
felices, pero a la vez, más tristes de su carrera deportiva porque sabía
que sería la última vez que subiría a un ring a luchar, después de
haberse entregado en cuerpo y alma por tantos años a este bello deporte.
Llegó al fin el momento esperado por todos
los ahí presentes y bajo las notas musicales del mariachi entonando “El
Rey”, apareció entre la multitud El Santo con su radiante luz plateada,
abriéndose paso lentamente entre los miles ahí presentes. En el satín
de su brillante máscara se marcaban sus pómulos y en sus labios aparecía
una enorme sonrisa de satisfacción al ver que en el coso taurino no
cabía un alfiler; sin embargo, no podía ocultar la gran tristeza que
reflejaban sus ojos.
Subió al ring y fueron apareciendo cada
uno de sus amigos, Carlitos Suárez, Ismael Ramírez, mis hermanos, mis
primos y otros familiares. No podían faltar sus compañeros de profesión
Dorrel Dixon, Enrique Llanes, Bobby Bonales, Jaén Safon, Dientes
Hernández, Adolfo Bonales, Pepe Mendieta y muchos otros pilares de
nuestra lucha libre.
Bajo las notas de la nostálgica canción de
“Las Golondrinas”, mi padre tomó el micrófono y se dirigió al público
para decirles con voz entrecortada: “¡Adiós y gracias por todo su
cariño!” , mientras recibía una serie de reconocimientos de diferentes
organizaciones y el grito de ¡Santo!, ¡Santo!, ¡Santo! retumbaba una y
otra vez, todo esto entre las interrupciones de los rudos, que le
propinaban todo tipo de golpes y hacían sus clásicas marrullerías; el
cuarteto rival conformado por El Signo, El Texano y El Negro Navarro,
encabezados por El Perro Aguayo. Y así, dio inicio el sangriento
combate, el cual perdieron los rudos en tres caídas por descalificación.
¡El Santo se va con mucha tristeza, pero nos deja muchas alegrías!
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