miércoles, 10 de septiembre de 2014

Huracán Ramírez


Yo vivía en México en el período 1990-1992 cuando, un buen día, llegó de visita un amigo boliviano y me preguntó qué amistades había hecho a mi paso por la enormísima capital mexicana. Le contesté sin dudar un momento que era amigo del Huracán Ramírez. ¿El luchador? El mismo, Daniel García. Me miró con ese aire sorprendido de quien esperaba que un agregado cultural comiera una vez por semana con Octavio Paz o hubiera cultivado una bella amistad con José Luis Cuevas o Cantinflas. Lo miré y procuré desengañarlo de a poco, para que entendiera la importancia de la lucha libre en la cultura mexicana.
Mi amigo entendía que algunos luchadores usaran cabellera, pero ¿Por qué esa devoción por la máscara y por ocultar la identidad? Esto le había ya preguntado al Huracán y él me había dicho que la máscara era el inicio de esa noble mentira que funda el mito, la leyenda. ¿Sentía algún cambio en su persona cuando se ponía la máscara o cuando se la quitaba? Pues claro que sí: la máscara tenía una vibra especial.
Aun así, el amigo se maravillaba de mi interés por algo tan ajeno a las preocupaciones de un literato como era la lucha libre, pero entonces le advertí que la lucha libre en México no se limita al ring o a la arena, sino que permea la estructura social y llega incluso a la política, porque eran los tiempos de esplendor del diputado Súper Barrio, quien había apadrinado a Súper Humanidades, y si el primero tenía el honor de asistir a las reuniones del Congreso Nacional con máscara y capa, el segundo se complacía en asistir a la UNAM con el atuendo característico del luchador, que en México pasa por usar máscara y apostarla contra cabellera. Y las luchas eran un tributo de sangre, como aquella vez que Murciélago Velásquez le arrancó los testículos a Merced Gómez en el ring y se los comió crudos. Otros dicen que un ojo, pero allá ellos.
En fin: agregué que en México no hay varón con las glándulas bien acomodadas que no quiera echarse un tiro con el adversario o el amigo; le dije que era tierra de hombres recios, que evitaban insultarte y preferían guardar silencio, pero si tu ofensa subía de calibre, te despachaban a la otra vida.
Mi buen amigo se interesó en la lucha libre y me pidió que se lo presentara al Huracán a la brevedad posible. Concerté una comida con el campeón pero, a último momento, me fue imposible asistir y entonces procuré que mi invitado fuera conducido a la casa del Huracán, situada en Villa Coapa, Distrito Federal.
Aquella noche me llamó Huracán por teléfono y me dijo por todo comentario: Híjole, qué amigos que tienes. Resulta que mi invitado había repetido frase por frase la larga perorata que le hiciera sobre la lucha libre y su inserción en la estructura social mexicana, su importancia ritual y su prestigio, que llegaba incluso a la política. Seguramente sus ojos observaban, mientras hablaba, las fotografías del Huracán con Cantinflas y con otras celebridades que conoció a lo largo de su vida, así como su bella colección de cachimbas, algunas de ellas talladas con su efigie enmascarada, que eran un atributo del personaje creado por él:
Eran cientos, quizá un millar de piezas únicas, irrepetibles, que el Huracán coleccionaba incluyendo unos narguiles bellos y esbeltos como huríes.
Pero ¿por qué me decía que me cuidara de esos amigos? Porque el invitado le había advertido que un personaje como el Huracán necesitaba una biografía. El Huracán le contestó que precisamente nos habíamos consagrado a ese proyecto, grabando un buen rollo de cassettes que contenían la vida y milagros de Daniel García. “Pues en eso anda Ramón”, le advirtió el Huracán y entonces el amigo replica: “No pues, yo le hablo de gente seria, por ejemplo, este servidor.” El Huracán lo escuchó y calló porque uno de los valores más firmes de su carrera como deportista era precisamente la lealtad, la sinceridad, la claridad en la mirada y en las intenciones. El Huracán no era para dobleces ni medias tintas. Qué amigos tienes, Ramón: ése fue su único comentario sobre el asunto.
Cierro los ojos y vuelvo a escuchar su frase admonitoria: Ya sabes lo que arrancó en el ring Murciélago Velásquez, ¿eh? Como no escribas mi biografía, no vaya yo a hacer lo mismo.
Cortesía de: Ramón Rocha Monroy y www.lostiempos.com

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