Kasia Wyderko
Hacía más de un año que no iba a mi adorado México que hizo de mí lo que soy. Al tocar su suelo tras 12 largos meses de tortuosa espera, sentí cómo de pronto me envolvió una luz esplendorosa que irradia calidez, vitalidad y energía.
No quiero que suene a lugar común, pero no cabe la menor duda de que México es sinónimo de vigor y empuje, más que nunca. Tal vez porque llevo años instalada en una Europa cada vez más acartonada, petrificada, sin proyecto de vida.
Una vez más me dejó sin palabras la sabiduría del más universal de los íconos de la cultura mexicana, el Hijo del Santo, que desafiando al tiempo y al olvido mantiene intacta la leyenda de su padre y engrandece su propia figura a través de las enormes victorias que ha conseguido con o sin máscara. Siempre es una experiencia altamente emotiva encontrar a esta figura casi mística que cautiva con una mezcla excepcional de sencillez, erudición y carisma.
¡Qué fortuna la mía de poder asistir a una fascinante plática que ofreció el Santo en un salón de Polanco! Ataviado con una hermosa careta brillante de color plata, el superhéroe hizo hincapié en que la vida es una lucha, la de abajo del ring suele presentarse más dura que la de arriba. Con una elegancia insuperable, compartió con la audiencia la filosofía que siempre lo ha guiado y que le había inculcado su padre: nunca debes sentirte por encima de los demás, seas quien seas.
Tengo muy presente en mi memoria la escena de la que fui testigo hace unos años en París, la del Santo exhibiendo el arte de la lucha libre mexicana en el templo mundial de la cultura, el mayor y más prestigioso de todos los museos del planeta: el Louvre, que cada año recibe más de ocho millones de visitantes. La Ciudad Luz quedó hechizada ante uno de los mayores exponentes de México.
Otro encuentro con México lo tuve este verano a través de la plataforma Netflix. Me refiero evidentemente a la serie La casa de las flores, el tema estrella de todas las conversaciones en la CDMX. Me la eché en un santiamén disfrutando la presencia de la gran Verónica Castro, la señora de Las Lomas, y la magnífica actuación de Cecilia Suárez, quien da vida a la mujer que lo resuelve todo, Paulina. Por cierto, la serie pasa en 176 países, incluida Francia. Lo telenovelesco se mezcla con la tragicomedia y la pasión transgresora al estilo Almodóvar. ¡Imperdible!
A La casa de las flores se suma Luis Miguel, la historia del Sol, sin la que no es posible entender las pláticas que fluyen alrededor de las mesas en México y todo el mundo hispano. Me la zampé toda en unos cuantos días.
En el menú de mi visita a la capital mexicana no podían faltar encuentros con mis extrañables amigos de los tiempos universitarios en la vieja librería Gandhi de la calle Miguel Ángel de Quevedo. Los capuchinos servidos ahí saben a gloria, como en el pasado. Y como el olor de una magdalena mojada en té me trasladan de golpe a otra época, en la que devorábamos el conocimiento, no sólo académico. El efecto Proust era imparable.
Otro desplazamiento enriquecedor, impulsado por mis amigos, me permitió redescubrir el Mercado de Sonora, ya engalanado para celebrar las Fiestas Patrias. Entre la sinfonía tricolor, en medio de piñatas gigantes y hierbas para todo tipo de malestares, aparecen pulseras de Eleggua para abrir caminos. Me dieron varias, para regalar, porque regaladas hacen más efecto.
Cortesía: http://www.24-horas.mx y Kasia Wyderko
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