viernes, 10 de febrero de 2017

El mejor regalo











Hay hombres que con su lucha diaria nos enseñan que la vida no es fácil, pero hay que encararla con fe y coraje


LA GENTE iba y venia. Las personas subían y bajaban de prisa las escaleras que los llevaban a los diferentes pasillos que los conducían a los andenes. De pronto algo detenía su apresurado paso y caminaban más lentamente. El motivo era una interesante exposición de murales y vitrinas que exhibían a "Leyendas de la Lucha Libre Mexicana", la cual los cautivaba y entonces observaban con atención las imágenes de El Santo, Charro Aguayo, Cavernario Galindo, Tarzán Lopéz, Mil Máscaras y otros grandes luchadores que forjaron este bello deporte en nuestro país y a quienes se les rinde un merecido homenaje en la estación Metro Guerrero. 
Y ahí estaba también yo, en compañía de familiares y amigos, disfrutando, igual que todos, esta excelente y muy bien montada muestra de murales. En cuanto los usuarios me descubrían, se detenían para confirmar que sí era yo el verdadero Hijo del Santo: mujeres, hombres, niños y en general las personas se acercaban para tomarse una foto conmigo. 
“¿No se cansa de tomarse tantas fotos?”, me preguntó un policía. Mi respuesta fue sincera al decirle que me daba gusto que la gente quisiera estar conmigo y que me brindarán tantas muestras de cariño. 
Después de permanecer por casi 40 minutos ahí dentro, me dirigí también de prisa a las escaleras que me conducirían a la salida. Uno que otro usuario solitario caminaba cerca de mí y un señor llamó mi atención cuando intentaba subir la escalera.  Con la ayuda de un bastón metálico, él golpeaba el piso en busca de los escalones y entonces me detuve, lo tomé de brazo y le dije que me permitía ayudarlo a subir. 
El hombre, muy agradecido, se apoyó en mí y subimos juntos la escalera a la vez que yo iba platicando con él. Ya a unos pasos de la salida, me comentó con voz baja: “Su voz me parece conocida”. Le contesté un poco sorprendido: “¿De verdad?, ¿sabe usted quién soy?”.
El hombre se quedó pensativo, como intentando reconocerme por medio de mi voz y entonces le dije al oído “¿Sabe quién es el Santo? Soy su hijo... ¡soy El Hijo del Santo!”.
Su rostro esbozó una bella sonrisa y nos abrazamos. Entonces le pedí su celular para tomarnos una foto y de pronto dudo en entregármelo, así que llamé a un policía para que el señor tuviera la certeza de que no me lo iba a llevar su celular y finalmente nos tomamos no una, si no muchas fotos. 
Le prometí que publicaría la foto en mis redes sociales y le dije que le pidiera a sus familiares o conocidos que la vieran en mi Facebook o Twiter. Sin embargo, este señor a quien lamentablemente no pregunte su nombre, se merecía que le dedicara mi  columna de hoy en El Gráfico, porque este hombre me dio un enorme regalo el pasado domingo, sin él imaginarlo. 
“La vida no es fácil, pero hay un motor llamado corazón, un seguro llamado fe y un conductor llamado Dios”
Nos leemos la próxima semana, para que hablemos sin máscaras.
El Hijo del Santo

No hay comentarios:

Publicar un comentario