La columna de este día está dedicada a un gran actor que se nos adelantó en el camino
Estimados amigos lectores de El Gráfico: Nos unimos a la pena de las familias de María Luisa Alcalá y de Alberto Rojas, quienes fallecieron el pasado domingo 21 de febrero. Ellos ya estarán siempre entre nosotros por su incontable trabajo.
Hoy quise dedicar la columna a este querido actor y popular comediante El Caballo Rojas porque su trabajo amerita un reconocimiento.
De alguna manera el cine lo unió a mi padre y tuve la dicha de conocerlo cuando yo era un niño en la filmación de la película Santo en el tesoro de Drácula, la cual filmó con El Santo en 1968 marcando ésta su debut cinematográfico. Interpretó a Perico, un simpático y miedoso joven ayudante del Enmascarado de Plata.
En 1984, después del lamentable fallecimiento de mi padre, tuve la oportunidad de integrarme (tomando su lugar) al equipo de beisbol de los cómicos, en el que conviví con él, además de con Pomponio y Kikaro, Chabelo, Vitola, Rafael Inclán, entre muchos comediantes más, en aquellos festejos de aniversario previo al partido de dos grandes equipos los días 1 de mayo, cuando se realizaba el clásico del beisbol entre Tigres y Diablos Rojos.
También tuve la oportunidad de tenerlo como invitado y entrevistarlo en mi programa de televisión Experiencias, con El Hijo del Santo, con motivo de la vez que se desvirtuó la película en la que él y mi padre trabajaron juntos, la cual se mutiló y exhibió como El vampiro y el sexo.
Dicho sea de paso, fue un delito absoluto que no me explico aún cómo las autoridades correspondientes permitieron esa barbaridad.
En dicha entrevista, Alberto Rojas comentó la enorme admiración y respeto que sentía por El Santo, a quien siempre recordaba con cariño.
A pesar de que no fuimos amigos, reconozco las cosas admirables y virtudes de El Caballo. . Sobresale en primer lugar el amor por su familia, su firme matrimonio con Lucero Reynoso, actriz que dejó su carrera profesional para ser su fiel compañera de vida y pilar importante a lo largo de su carrera.
En segundo lugar, su admirable tenacidad para trabajar, caracterizándose por ser un hombre siempre activo, tanto en el cine, en la televisión y en el teatro con un excelente don para improvisar en los escenarios.
Y en tercer lugar, su valor para alzar la voz defendiendo los derechos de sus compañeros y del cine mexicano, cuando los pseudo críticos catalogaban sus películas como churros y cine de ficheras.
Siempre se sintió orgulloso de ser uno de los afortunados actores mexicanos cuyas películas todavía se podían disfrutar en los más de cien cines de la Ciudad de México como el Manacar, el Ópera, el Majéstic, el Orfeón, el Carrusel, el Jalisco, entre muchos más y lograban llenar sus más de dos mil butacas.
Sus más cercanos y mejores compañeros fueron Jorge Ortiz de Pinedo, Lalo “El Mimo”, Alfonso Sayas, Rafael Inclán, César Bono y muchos de ellos lo acompañaron para darle el último adiós.
¡Hoy la comedia necesita que la hagan reír!
Buen viaje a la inmortalidad a María Luisa Alcalá y Alberto Rojas.
Nos leemos la próxima semana para que hablemos sin máscaras.
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