El cine de luchadores era una de las grandes fuentes de entretenimiento en la primera mitad de los años setenta. Miles de niños vieron a El Santo o a Blue Demon, o a Mil Máscaras o al Huracán Ramírez, defender a la humanidad de las plagas y amenazas más extravagantes.
"¡Ese Mantecas!”, dijo la respetable señora, madre de familia, caminando por San Juan de Letrán, con todo y nietos, a unos pocos pasos de Fray Servando Teresa de Mier, a la altura del Callejón de Tizapán. Y José Ángel Mantequilla Nápoles, volteó y saludó educadamente a la mujer que lo miraba sonriente. “Es que una de sus mujeres vive allí en Tizapán, por eso muchas veces anda caminando por acá”, explicó, contenta, la abuela a los nietecillos. En los años 70, Mantequilla, cubano mexicanizado, era uno de los boxeadores ídolos de las multitudes, como lo era Vicente Saldívar, como ya lo era El Púas Rubén Olivares. Gozaban del favor popular, eran reconocidos y aplaudidos dondequiera que se parasen, aunque fuese en una atestada banqueta de la capital mexicana.
Saldívar, el Zurdo de Oro, vivía en los tempranos 70 el ocaso de su carrera: había sido una de las luminarias boxística de los años 60, pero a fines de 1970, después de 9 defensas, había perdido la corona pluma del Consejo Mundial de Boxeo ante el japonés Kuniaki Shibata. Tres años más tarde se retiraba, después de un intento infructuoso de quitarle el título a un brasileño, Eder Jofre.
El Púas Olivares era otro de esos muy, muy queridos por los mexicanos setenteros. La década anterior se había esforzado mucho, y llegaba a los años setenta con el título mundial de peso gallo. El resto de la década seguiría siendo popular y querido, y ni su paso a la división de peso pluma ni su serie alternada de victorias y derrotas —en 1974 ganó el campeonato y lo perdió meses después, en el mismo año— en la división de peso pluma halló a uno de sus grandes rivales, el cubano Bobby Chacón, con el que se enfrentaría varias veces a través de la década.
¿Y el Mantecas? Nápoles fue uno de los grandes personajes del boxeo mexicano. Como Olivares y Saldívar, se había ido ganando su lugar a lo largo de los años sesenta, en la división de peso welter: muy sonada fue su pelea contra el argentino Carlos Monzón, que ostentaba los títulos del Conejo Mundial de Boxeo y la Asociación Mundial de Boxeo. Pelearon en Francia, y uno de los organizadores era, nada menos, que el afamado actor francés Alain Delon. Nápoles perdió la pelea. Con acierto, Mantequilla se retiró en 1975, cuando la suerte comenzó a serle adversa. Pero su presencia fue tan legendaria, que dio para volverse un personaje literario –Julio Cortázar escribió un cuento a propósito de la pelea con Monzón- y le dio hasta para protagonizar una película de aventuras, de esas que emocionaban a los mexicanos, al lado de El Santo, el Enmascarado de plata. Al participar en Santo y Mantequilla Nápoles en la Venganza de la Llorona, de 1974, podía verse, por estrafalario que ahora pueda parecer el filme, el alto grado de estima en que México tenía al boxeador cubano que eligió este país para vivir.
LOS LUCHADORES, SUPERHÉROES
SETENTEROS. Y es que los luchadores estaban en otro nivel. En tiempos en que el cine internacional no promovía a los héroes de los comics, y Batman y Superman eran materia de las audiencias televisivas, las estrellas de la lucha libre eran lo más parecido a un superhéroe materializado en la vida real.
SETENTEROS. Y es que los luchadores estaban en otro nivel. En tiempos en que el cine internacional no promovía a los héroes de los comics, y Batman y Superman eran materia de las audiencias televisivas, las estrellas de la lucha libre eran lo más parecido a un superhéroe materializado en la vida real.
El Santo, Blue Demon, Mil Máscaras, El Médico Asesino, el Rayo de Jalisco, son unos cuantos nombres que menudearon en el cine mexicano de los años sesenta y setenta como protagonistas de aventuras donde, en particular, El Santo y Blue Demon eran un dúo dinámico que conducían autos deportivos y poseían un equipo de telecomunicaciones que rebasaba cualquier modernidad real, y que, en los ratos que no estaban ganando campeonatos o combates cruciales en el ring, se dedicaban a pelear contra las fuerzas del mal.
No había enemigo imposible para los luchadores superhéroes, que habían trasladado su prestigio profesional a las películas. Incluso, El Santo era el protagonista de un cómic mexicano. La gran dupla Santo-Blue Demonganó muchas veces la cartelera cinematográfica, y como eran personajes queridos donde se fundía lo real y lo fantástico, no era raro que en los grandes cines de entonces, se programaran, al mismo tiempo, tres o cuatro películas en diferentes salas. Ir a ver “una de luchadores” era entretenimiento seguro, y para los propietarios de los cines, ganancia igualmente segura.
En los 70, los combates de El Santo fuera de la arena tocaron los terrenos de lo absurdo. Peleó contra científicos malvados y contra delincuentes con apariencia de gangsters, pero también contra La Llorona y Las Momias de Guanajuato, revividas inexplicablemente. Pero en los años 70 llegó a enfrentarse ¡hasta contra el cómico Capulina! Solamente le faltó combatir contra el profesor Zovek.
EL EXTRAÑO PROFESOR ZOVEK. En realidad se llamaba Fracisco Xavier Chapa del Bosque y en su tiempo lo conocieron también como El Houdini mexicano. En él se sumaba su destreza para esos peculiares actos de escapismo, ejecutados después de librarse de las ataduras de pies y manos, y por las ocurrencias por medio de las cuales mostraba su fuerza física, como jalar un automóvil con los dientes. El personaje era sumamente atractivo, pues pensar en su infancia, aquejada por la poliomielitis, y luego su transformación en “místico” y hombre fuerte, lo volvían sumamente popular. No fueron pocas las veces en que el Profesor Zovek, como se hacía llamar, mostró sus habilidades ante las cámaras de Siempre en Domingo, con un Raúl Velasco contentísimo de tener en su programa a lo que se parecía más, en el mundo real, al legendario Kalimán de las radionovelas y las historietas. En Siempre en Domingo detuvo con los dientes diez motocicletas, cargar un Safari —uno de los vehículos deportivos de la época— lleno de gente, o aguantar en el abdomen el peso de una camioneta combi.
En los sesenta había construido su fama pública, actuando, incluso, en el Palacio de los Deportes, zafándose de una camisa de fuerza. La televisión vino a aumentar su fama. En 1969, en el novísimo canal 8, en un programa llamado “Domingos Espectaculares”, hizo, ante las cámaras 8 mil 350 abdominales en 4 horas. Toda una hazaña para un personaje que aconsejaba la actividad física y el estudio de las artes marciales que en México eran una cosa aún muy, muy insólita.
La fama y la buena suerte le duraron a Zovek hasta 1972, cuando un error del piloto de un helicóptero ocasionó que el escapista muriera al soltarse de la cuerda que pendía del aparato, y con la cual pretendía descolgarse, como parte de un beneficio para el propietario de un circo amigo. Cuando lo velaron, en una de las funerarias más caras de México, llegaron miles a despedirse del Profesor Zovek. Algunos, contaron después los testigos, llevaban frasquitos que pasaban por el ataúd, como si quisieran llevarse “algo” inmaterial del profesor. Ni los rumores que afirmaban que él había entrenado a los “halcones” que atacaron a los estudiantes el Jueves de Corpus de 1971, bastaron para menguar aquel hilo contínuo de seguidores que iban a darle el último adiós.
Cortesía: http://www.cronica.com.mx
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