Rodolfo Guzmán inmortalizó a El Santo, y cumpliría este 23 de septiembre cien años de vida
Envuelta en hilos de plata, su máscara encierra magia y tradición. Un héroe de carne y hueso convertido en sinónimo de lucha libre.
El Santo, un mito que surgió en los cuadriláteros y perdura en la memoria colectiva, como parte de la cultura mexicana y cuyo portador cumpliría este sábado 100 años de existencia.
A Rodolfo Guzmán Huerta le cambió la vida el día que su enfundó la incógnita plateada, hoy reconocida en el mundo, fueron cuatro décadas de azotarse profesionalmente, una vida eterna ligada a los costalazos.
Defendió su máscara hasta que él mismo se la despojó poco tiempo antes de morir. Alcanzó la fama desde los años 50, era una especie de portador de la justicia que hacía el bien y desaparecía mágicamente, una escena infaltable en las decenas de películas que protagonizó, aliado a la tecnología futurista, con reloj en mano, era un ser poderoso nacido de la ficción pero real y muy humano.
En 1952, mutó en personaje de historieta, ya era un héroe terrenal y adquirió tintes extraordinarios con la publicación semanal “Santo, El Enmascarado de Plata ¡Una aventura atómica!”, editada por José G. Cruz y que llegó a vender miles de ejemplares semanales.
El cine le tenía reservado un lugar especial, cercano a lo kitch, pero incomparable. Todavía hoy sus películas son objeto de culto alrededor del mundo. La pantalla grande lo inmortalizó en 1958, protagonizó 52 largometrajes en las que batalló contra todo tipo de enemigos: Hombres lobo, mujeres vampiro y extraterrestres, sus favoritos.
LA CUNA. Tulancingo, Hidalgo vio nacer al futuro enmascarado de plata, el 23 de septiembre de 1917.
Fue el quinto de siete hijos y llegó a la Ciudad de México en los años 20, cuando su familia se asentó en el Centro Histórico, la calle Belisario Domínguez atestiguó parte de su infancia, una época en la que el beisbol y el futbol americano atraparon su atención, después llegaría la lucha.
A la par de su trabajo como obrero en una fábrica textil, aprendió lucha libre junto a sus hermanos Miguel y Jesús en el Casino de la Policía. El primero debutaría como Black Guzmán y Jesús como El Pantera Negra.
Algunos, los afortunados, tuvieron el honor de llamarlo profesor, fue un hombre honesto, trabajador y responsable, dotado de un carisma que lo transformó en leyenda.
LECCIÓN DE VIDA. José Luis Velero citó en el libro “El Santo, historia de una máscara” que corría el año de 1935, cuando el futuro ídolo dio sus primeras maromas en la vieja arena Peralvillo Cozumel. Fue una lucha en mano a mano, a una caída; su rival, Eddie Palau, descalzo y sólo con un calzoncillo negro se estrenó Rudy Guzmán.
Fue el primer paso en un andar interminable por las viejas arenas de la ciudad: La Roma Mérida, la Anáhuac, la Afición, el Ring, la Platino, la Trianón, la arena Gallos, la arena Titán, la Estrella, la Roma Piedad, la Providencia, templos donde enfrentó a pistoleros de la calaña de Dientes Hernández, Jack O’Brien, Hércules Flores, Octavio Gaona, el Lobo Negro, el Cavernario, Tug Wilson, el Sordomudo Rattan y Relámpago Tillman, todos ellos ayudaron a que emergiera un rudo de una personalidad arrebatadora.
Parecía listo para la gran empresa. Se armó de valor y pidió una oportunidad en la vieja arena México, donde lo programaron sin máscara, fue grande la osadía y la realidad lo regresó por donde había llegado, con el orgullo lastimado y la ilusión golpeada.
Siguió su vida, unos días como pintor, otros en la carpintería. El destino lo volvió a sorprender cuando el Murciélago II lo acogió como el dueño de sus hazañas sobre el ring.
En su historia, Chucho Lomelí tiene un lugar imborrable, fue su sombra hasta que logró convencerlo de enmascararse, pero no había dinero para equiparse, así que él mismo tomó aguja e hilo y se las ingenió para de alguna forma fabricar hacer su primera máscara, era de cuero, tan dura como asfixiante pero su aliada de cara al futuro.
Y el día llegó. La cita con el destino estaba marcada para el domingo 26 de julio de 1942, seis días antes la programación pegada en la oficina de la empresa den la colonia Doctores, le confirmó que volvería al ring de donde su inexperiencia lo echó tiempo atrás.
El Santo protagonizó el final de una batalla campal y se ensañó en un encarnizado combate con Ciclón Velóz. El debutante explotó ante los castigos de su enemigo, le picó los ojos, lo golpeó sin descanso, el referi Lomelí trató de detenerlo, imposible, fue una golpiza brutal, la gente pedía su descalificación, pero el rudo golpeó al tercero sobre el ring, quien decretó ganador a Ciclón Velóz.
El misterioso personaje de máscara plateada y mallas azules se esfumó del ring en medio de una apoteósica bronca, esa noche nació la leyenda de plata.
Cortesía: http://www.elgrafico.mx/ y Gabriel Cruz