Hoy quiero compartir con ustedes una de mis inolvidables
aventuras al lado de mi padre y de su cinematografía, en cuyo mundo me
involucré desde que era un niño por la admiración que sentía por
aquellas películas y que, gracias a su apoyo, desde pequeño me permitió
participar en algunas de ellas.
Mi papá siempre nos invitaba a los Estudios Churubusco a la
premier de alguna de sus películas recientemente terminada. Nos
reuníamos familiares y amigos en aquellas salas de exhibición que se
encontraban dentro de los estudios y veíamos el estreno de Santo contra
la Invasión de los Marcianos, Los Jinetes del Terror o Santo en la
Venganza de la Momia.
Eran galas formales a las que mi padre invitaba a los medios de
comunicación, a los actores y actrices que participaban, al productor y
al director, entre otros. Obviamente, mi padre iba enmascarado y esto
nos alejaba de alguna manera de él, pues al ser anfitrión casi no estaba
con nosotros.
Era mucho más divertido cuando no llevaba la máscara y, a su lado,
junto con mis hermanos, íbamos a disfrutar del estreno para el público
en aquellos viejos cines como el Mariscala, el Jalisco y el Orfeón, hoy
lamentablemente desaparecidos; aquellas salas lucían repletas de fieles
aficionados y seguidores de El Enmascarado de Plata, que disfrutaban sus
películas tanto como nosotros.
Recuerdo muy bien que dejábamos el auto en algún estacionamiento
cercano a la calle Luis Moya y caminábamos al lado de mis padres hasta
llegar a la taquilla, donde regularmente había largas filas buscando un
boleto.
Nos compraban las tradicionales palomitas, tortas (ahora venden hot
dogs), dulces y refrescos para dar paso a la exhibición de Santo en
Operación 67 o Santo, El Enmascarado de Plata, en El Tesoro de
Moctezuma. A pesar de que algunas de ellas ya las habíamos visto en
privado, verlas por segunda vez no le restaba emoción.
Y así, inmerso entre ese su público y sin que nadie lo imaginara,
se encontraba Rodolfo Guzmán Huerta, acompañado por su familia como
cualquier padre mexicano, enfundado en un abrigo negro que lo cubría de
los pies hasta el cuello, con una boina afelpada, al estilo Che Guevara,
que le cubría la cabeza. Iba literalmente disfrazado por temor a ser
reconocido por alguno de aquellos cientos de amantes de sus películas.
Mi padre cautelosamente caminaba entre los pasillos observando
detenidamente al público y se sentaba cómodamente en algunas de las tres
mil 630 viejas butacas del cine, no era como hoy que son salas
pequeñas.
Él no sólo iba a disfrutar la película como un espectador
cualquiera; también estaba ahí para comprobar si la cinta en cuestión
era del agrado del público. Después de ver los cortos y aquel clásico
Noticiero Continental de Demetrio Bilbatúa, que seguramente muchos
jóvenes de hoy no saben de qué hablo, daba inicio la cinta.
La primera prueba había sido superada al ver la enorme sala llena;
todos eran familias dispuestas a disfrutar “la nueva película de El
Santo”.
¿Alguien de ustedes vivió esto?
Después vendría la segunda prueba, que era algo inusual dentro de
una sala cinematográfica y consistía en ver la reacción de los
asistentes, quienes regularmente, a la mitad de la cinta y en el clímax
de la película, empezaban a corear al unísono el grito de “¡Santo,
Santo, Santo!”, para que su ídolo llegara a bordo de su clásico auto
convertible al rescate de los débiles.
Si esto sucedía, la segunda prueba también había sido superada.
La tercera y última prueba también era inusual en los cines y
sucedía al final de la cinta, cuando la gente aplaudía cuando aparecía
la palabra “FIN”. Estas tres pruebas eran, desde su propio punto de
vista —por cierto, él era su mejor crítico porque les aseguro que no se
engañaba a sí mismo— las que le indicarían si había cumplido su misión:
divertir y entretener a los espectadores.
Él no buscaba premios de la Academia. ¡Jamás le preocuparon! Él
hacía cine para el que pagaba el boleto, no para el que criticaba cine
en las revistas y periódicos.
Entonces, mi padre salía sumamente satisfecho del cine y listo para
protagonizar su siguiente filme, ya que hizo 52 películas en un lapso
de 25 años aproximadamente. Qué ironía. ¿Sabían ustedes que hoy por hoy
las películas de El Santo son reconocidas mundialmente y se consideran
un género único del cine mexicano?
Nos leemos la próxima semana para que hablemos sin máscaras.
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