El cómic
y el cine llevaron a Santo, El enmascarado de plata a combatir en los lugares
más insospechados –del panteón de la ciudad de Guanajuato a la mítica
Atlántida, donde tuvo que hacer frente a enemigos aún más poderosos que sus
rivales en el ring. Pero ninguno de los argumentistas de sus aventuras
historietiles o fílmicas pudo imaginar la batalla que el legendario enmascarado
tuvo que librar, a principios de 1978, en el Segundo Juzgado Penal de la ciudad
de México: la defensa de su personaje, y en última instancia de su identidad,
que llevó a la cárcel al editor que había sido uno de los iniciales
constructores de su mitología.
El Santo
ya era El Santo cuando José Guadalupe Cruz, creador y editor de historietas,
tuvo la afortunada idea de convertir al luchador en héroe de papel. Antes de su
consagración en la pantalla grande, los episodios del cómic Santo, El
Enmascarado de Plata, imaginados por Cruz y realizados con la técnica mixta de
dibujo y fotomontaje por José Trinidad Romero, fueron el ámbito imaginario en
que el gladiador se transformó en icono imbatible y milagroso.
La saga
historietil de El Santo, editada por primera vez en 1952, circuló a lo largo de
dos décadas y en su mejor momento llegó a publicarse hasta tres días a la
semana. A mediados de los años setenta, José G. Cruz decidió rehacer los viejos
cartones del cómic y modernizar la figura de su protagonista.
El cuerpo
del fisicoculturista Héctor Pliego fue el soporte del nuevo Santo, que ahora se
presentaba portando una letra S sobre la máscara. El primer Enmascarado de
plata no toleró la suplantación y exigió castigo para la afrenta que el editor
había causado a su imagen. Se inició así el juicio penal en el que José G. Cruz
y Rodolfo Guzmán –el nombre civil de El Santo legítimo –, se disputaron la
propiedad de un personaje que radicaba en el mundo de las onomatopeyas.
El
demandado se negó a discutir con alguien que no daba la cara. El luchador
recurrió entonces a distintas tretas para no revelar su identidad ciudadana:
una vez compareció con el pelo rapado y escondiéndose tras unos enormes lentes
oscuros, y en otra ocasión fingió haberse lesionado del tabique nasal y se
envolvió el rostro en un vendaje entintado en violeta de genciana.
Fuente:
Fundación Televisa
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