Era casi inaceptable perderse la “Lucha Libre” un sábado a las 8 de la noche. Rayando el tiempo se escuchaba la voz matizada de teatralidad de Silvio Paulino: “Destrezas, agilidad, coraje, hombres por los aires, esta es la lucha libre. El deporte que ha cautivado las grandes multitudes”, y entre pelea y pelea se escuchaba el “aaaaaaaaaayyyyyyyyy, llamen la ambulancia” o aquel otro “le sacó chispas, chispas, chispas…”, todo esto equilibrado por la atildada voz de Alberto Tamárez en los comentarios, quien imprimía un momento de sosiego y reposo para el televidente cuya adrenalina había subido al máximo.
Mi mamá envió de Puerto Rico cuando vivía en la isla, un televisor enorme marca Phillips, con carcasa de madera y un sistema de tubos que para verlo había que encenderlo unos minutos antes, para dar oportunidad a que los tubos calentaran. Los sábados la casa de mi abuela se llenaba de mozalbetes del barrio a ver la lucha, cuando terminaba frente a la vivienda de la calle 4 número 45 se armaban dos o tres pleitos entre compañeros y amigos por discusiones relativas a la apreciación de ciertos episodios ocurridos en la lucha.
Para mis amigos y yo, el gran héroe era Jack Veneno, “el campeón de la bolita del mundo”, “El hijo de Doña Tatica” mientras que el antihéroe era Relámpago Hernández “La Gallina” a quien aborrecemos y estábamos dispuestos a picar en pedacitos bien diminutos.
La lucha libre era un “toque de queda” nacional, no había un solo dominicano que no fuera fanático de ese programa y que se levantara de su asiento a animar a su héroe cuando caía en desgracia o cuando castigaba merecidamente a uno de sus contrarios, es decir, al parecer todos nos sentíamos Jack Veneno o teníamos su fuerza o estábamos dispuestos a entregarle la propia —a la distancia— para que acabara con el villano.
Jack Veneno representaba lo bueno, lo mejor de nuestro ser nacional y era la encarnación pura del dominicano: Noble, solidario, aguerrido, valiente, dispuesto y sobre todo, patriótico.
Jack Veneno usaba una trusa que cortaba el hombro derecho, dejando ver su vello pectoral, de hecho una de sus peroratas era desafiar a su contrario diciéndole que él si era “un hombre de pelo en pecho”, lo que para el dominicano era muestra de valentía, el vestuario llevaba los colores de la bandera nacional sobre todo si la lucha era importante y el contrincante era un extranjero, eso identificaba su condición de patriota y hombre del pueblo además que era una clara nomenclatura de su genuina representación del país y de su gente.
Si en algún momento nos hubiesen preguntado quien era la representación de la República Dominicana, no habría forma de decir otro nombre que no fuera el de Jack Veneno. El campeón de la bolita del mundo acumuló, frente al dominicano, méritos suficientes para aumentar nuestra adrenalina al máximo, unida al orgullo que sentíamos de tener un dominicano tan universal y respetado en su actividad.
Jack Veneno luchó junto con El Santo, El enmascarado de plata, una gloria de la lucha libre mexicana y alrededor de quien se tejieron muchos mitos, junto a Blue Demon y mil máscara de los mejores pancracistas técnico de la lucha libre y luchó por el titulo mundial contra Rick Flair, campeón mundial y millonario norteamericano. Lucha que de algún modo representaba el eterno enfrentamiento contra el gigante del norte que había mancillado en dos ocasiones el suelo patrio y había encontrado en nuestro país una oposición valiente y decidida.
La foto tomada por Valentin Pérez Terrero durante los acontecimientos de Abril del 1965 y que mostraba a un moreno dominicano, puño cerrado, rostro contraído por la rabia enfrentando a un soldado del norte con un M1 en ristre, era rememorada cada vez que Jack Veneno daba una cuesta de espalda o un golpe contundente a aquel luchador americano, rubio, altanero y prepotente que intentaba invadirnos nueva vez tratando de vencer al héroe dominicano.
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