Una casa antigua nos abre la puerta y nos invita a conocer un lugar en el mundo: La Paz en Buenos Aires. Amplias habitaciones con grandes ventanas, largos pasillos y altos techos albergan una diversidad de objetos que se destacan por conjugar lo austero y lo grandioso, lo utilitario y lo decorativo, lo real y lo fantástico, lo material y lo trascendente. El pasado y el presente se ensamblan con la misma armonía y naturalidad, sin confrontarse, ni superponerse. Anima esta casa una familia numerosa de inmigrantes bolivianos, en la que también, sin conflictividad alguna, conviven intensamente tres generaciones (y hasta cuatro, circunstancialmente).
Si bien el título de la película alude a La Paz (Bolivia) en términos geográficos, no es descabellado significar el concepto de paz como un estado de bienestar. Una paz familiar que no parece ser vulnerada por nada ni por nadie: en los suburbios de Buenos Aires, para todos atravesada por las más diversas formas de tensión, de conflictividad y de violencia, esta familia vive y disfruta de la paz, naturalmente.
Al mismo tiempo, es la “lucha” la que pareciera dar sentido a la vida de esta familia que se sustenta a través de la costura. Erasmo Chambi, El Ciclón, es el jefe de esta familia y el protagonista del documental. Se trata de un sastre meticuloso y responsable que pasa sus días hilvanando un sueño: hacer de su hijo un gran titán. Sucede que en su país fue un legendario luchador de catch, de quien hasta existieron álbumes de figuritas, pósters y muñecos y si bien en Argentina nunca fue ni siquiera conocido, no puede olvidar su pasado glorioso ni resignar el deseo irreductible de ver a su hijo sucediéndolo en el ring. Con la misma meticulosidad con la que diariamente corta, cose y confecciona, prepara a su hijo para una importantísima lucha, producida y promocionada por él, muy esperada por la familia, amigos y por nosotros como espectadores. Este evento motoriza la trama del documental, así como también permite ese contrapunto delicado pero sostenido entre el pasado y el presente. El Ciclón resignifica la nostalgia en la búsqueda de una consagración definitiva como titán, como el mejor de los luchadores. Sin embargo este anhelo de victoria no lo hace ególatra ni exitista. Todo lo contrario: es paciente, modesto, tenaz, generoso, empático, amable y sabio. Esto se refleja en todas las relaciones que lo vemos entablar, tanto al interior de la familia como en su vida pública. Pero donde mejor desplegados se observan sus atributos es en las secuencias en donde enseña a su hijo cómo defenderse, cómo atacar, cómo responder a inesperados golpes, los últimos recursos. En fin, todo su saber.
Marcelo Charras logra entrar en esta casa y en el corazón mismo de esta familia, ocultándose detrás de una cámara atenta que observa detenidamente todo lo que sucede, y demostrando además (a través de los encuadres cuidados) el respeto con el que filma. Se vuelve inadvertido, construyendo planos de una sencillez abrumadora y de una belleza sublime, logrando una fotografía que le hace justicia a lo fotografiado: imágenes justas -ética y estéticamente- representan con fidedigna hermosura la forma en la que vive esta familia.
Siguiendo a Nichols, podemos pensar La Paz en Buenos Aires como un documental de observación, en el cual los hechos delante de la cámara se nos presentan como con cierta autonomía e independencia. La cámara (en manos del director del film), nos acerca a los personajes: los planos son mayoritariamente cortos, con poca profundidad de campo, delatadores de diversas texturas, y cálidos colores que nos permiten adentrarnos en esa casa, y casi tocar esas manos que cosen trajes, remeras y máscaras. Y además son planos pacientes que respetan el tiempo de los personajes y de las situaciones dadas. En este sentido, el montaje, también en manos del director, contribuye a potenciar la impresión de realidad y de autenticidad temporal invisibilizándose y borrando las marcas de enunciación. Se adapta a los requerimientos estéticos y narrativos: acompaña el tiempo de los personajes (pausado, poco apabullado) y de las situaciones (algunas aparentemente aquietadas, sedentarias; otras más vertiginosas, sobretodo arriba del ring).
El documental de observación nos ubica, a nosotros los espectadores, en una butaca bastante similar a aquella en la que nos sentamos cuando vemos una ficción. Suspendemos la duda. Hacemos un pacto narrativo en el cual nos comprometemos tácitamente a confiar en la veracidad de esos hechos que están sucediéndose en la pantalla y a creer en esas personas-personajes. A medida que transcurren los minutos empezamos a identificarnos y aquerenciarnos con esta familia, de una manera similar a como lo hacemos con personajes ficticios. Creemos. Aquí, como en la ficción la cuarta pared nos ilusiona por un rato, nos sentimos espías con acceso sin mediaciones a la historia, portadores de una suerte de omnisciencia y de control sobre lo que estamos viendo. Marcelo Charras logra registrar momentos especialmente significativos para los personajes y para la película, y dotar a los tiempos muertos propios de la cotidianeidad de una vitalidad total y de una belleza magnetizante. El ring en el patio de esta casa, mixtura de tendedero de ropa y escenario de lucha de titanes, sintetiza la perfecta amalgama de cómo se conjugan al interior de esta familia lo real y lo fantástico. A través de la observación de Marcelo Charras conocemos todo un mundo de costumbres, quehaceres, valores, reflexiones y hasta una cosmovisión de la existencia que se manifiesta en los silencios, en las palabras, en la quietud y en los movimientos de esta familia que brilla en la austeridad de La Paz en Buenos Aires.
Sinopsis
Erasmo Chambi es un inmigrante boliviano que sobrevive en
los suburbios de Buenos Aires dando espectáculos de lucha libre en clubes de
barrio. Carga a cuestas un ring precario hecho con sus propias manos. En su
país fue un luchador legendario, existieron álbumes de figuritas, pósters y
muñecos de su personaje “El Ciclón”, que hoy son solo reliquias en un cajón
olvidado. En estos días entrena a su hijo para que sea su sucesor.
Ficha técnica
Guión, Dirección y Montaje: Marcelo Charras. Director de Fotografía: Guido Lublinsky. Director de Arte: Fernando Charras. Sonido: Javier Farina. Productores: Daniel Werner-Marcelo Charras. Productor Ejecutivo: Daniel Werner. Origen: Argentina. Duración: 70’. 2013.
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