Como es costumbre de este su servidor, doy las gracias a mi buena amiga la Dra. Janeth Peñafiel por enviarme la columna de nuestro común amigo El Hijo del Santo, para compartirla con todos ustedes.
Estimados amigos de El Gráfico: Antes de iniciar esta columna
quiero expresar mi profunda tristeza por el fallecimiento de un querido
compañero y amigo de mi padre y también mío, Raúl García Salazar, mejor
conocido como El Greco, quien dejó de existir el pasado viernes 29 de
noviembre y de quien les platicaré próximamente en este espacio.
No sé si ustedes estén enterados de que en mi familia Rodolfo
Guzmán no fue el único luchador y por eso hoy quiero recordar a un gran
ser humano y a uno de los mejores gladiadores mexicanos que triunfó y
abrió el camino para su gremio en Estados Unidos.
Orgullosamente puedo presumir que fue uno de mis tíos consentidos:
Miguel Wenceslao Guzmán Huerta, quien nació en Tulancingo, Hidalgo, un
28 de septiembre de 1916 y quien al igual que mi padre llegó a la ciudad
de México siendo un niño.
Inició su carrera en 1934 bajo la supervisión de los profesores
Mario Gutiérrez y Ramón Romo, en aquel histórico Casino de Policía.
Miguel Black Guzmán, conocido también como “El indio de
Tulancingo”, debutó en la desaparecida Arena Anáhuac contra Héctor El
asesino Norman, a quien derrotó en aquella ocasión. La vida para él
tampoco fue fácil y en su peregrinar por las arenas chicas recibía 2
pesos, dos bolillos y un café como sueldo. ¡Imagínense!
Mi tío vivió con nosotros los últimos años de su vida, ya retirado
totalmente de este bello deporte. Según la versión de mi querida hermana
mayor, fue en 1959 cuando mi tío Black Guzmán había luchado en Acapulco
contra el Demonio Rojo y minutos después se le reventó una úlcera en el
esófago.
Eso le provocó el desprendimiento de una parte de los intestinos y
por tal motivo vomitó una gran cantidad de sangre. Así que fue
trasladado de urgencia a México, acompañado por mi padre, en un avión
particular.
La operación en el Hospital de Gastroenterología fue exitosa; sin
embargo, era impresionante ver una herida que le partía el cuerpo en
dos, ya que iba del esófago, pasando por el estómago, hasta la columna
vertebral (aproximadamente 20 centímetros), lo cual marcaba el
irremediable y lamentable final de sus 18 años de exitosa carrera
deportiva.
Durante ese tiempo conquistó a los aficionados de muchos
cuadriláteros del mundo, quienes ya no pudieron disfrutar de su gran
técnica ni ver sus poderosas “piernas de acero” para aplicar a sus
rivales las “tijeras en ocho”. Esas “tijeras” las heredé de mi tío, son
un sello en mis contiendas y muy conocidas por todos los aficionados.
Nuestro amado tío se desempeñó como gerente general de Muebles del
Santo, una mueblería propiedad de mi padre ubicada en la avenida
División del Norte. Mucha gente recuerda esto.
Las consecuencias de la operación y su enfermedad gastrointestinal
jamás le permitieron ser aquel hombre sano y deportista que siempre fue y
debido a ello subió excesivamente de peso.
Nos dijo adiós para siempre hace 42 años y fue la primera pérdida
de un ser querido que sufrí, un primero de diciembre de 1973, día en que
dejó de existir.
Lo extraño con profunda nostalgia porque cuando yo era un niño
“Pichín” (como cariñosamente le decíamos en casa) fue mi compañero de
juegos, mi confidente y un hombre que me enseñó a vestir y a ser un
caballero con las mujeres.
¡Black Guzmán es uno de los inolvidables pilares de nuestra lucha libre y siempre lo recordaremos!
Nos leemos la próxima semana para que hablemos sin máscaras.
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