Foto: Especial
CIUDAD DE MÉXICO.
Sucedió en 2006. Bajarse del Metro Taxqueña, tomar el camión que llega hasta el Panteón San Lorenzo Tezonco. Un codazo del pasajero de al lado me despierta. Las primeras imágenes que aparecen ante mis ojos son criptas, cruces y el invisible silencio. Imagino que saldrán de un momento a otro murciélagos jalados por alambres, hombres lobo de peluche y mujeres vampiro de bellos rostros. No, no a esta hora.
1970Gabriel López Anguiano conoció al Enmascarado de Plata cuando tenía 23 años. Fue su guardaespaldas
Frente al panteón, en el número 5509 de la avenida Tláhuac, vivió El Santo hasta los años 80. Tres calles adentro espera un hombre de 59 años, de casi 1.80 metros de estatura, 95 kilos de peso, cabello encanecido, gafas que disimulan su poca visión y un bastón en su mano derecha. Es Gabriel López Anguiano.
En una de sus habitaciones tiene máscaras plateadas en las paredes, fotos, libros, pósters, diplomas, periódicos. Botas de lucha libre, capuchas multicolores. Y fotos de luchadores sin máscara: El Santo, El Hijo del Santo...
El encapuchado y José G. Cruz habían tenido problemas por las regalías de aquella revista de El Enmascarado de Plata. El guionista amenazó al héroe: “Ni le busques, porque te voy a matar”.
¡No mames!”, contestó Gabriel cuando un amigo –Héctor- le pidió que fuera guardaespaldas de su padre amenazado. “Sólo que mi papá es El Santo”.
Adscrito a la policía, Gabriel López acababa de tomar un curso por medio año en California. Artes marciales y uso de armas sofisticadas. “Pero si el Santo no necesitaba ayuda para romperles el hociquito a momias, secuestradores y doctores cerebro”.
Incrédulo, Gabriel aceptó aquel trabajo pactado sólo por un par de meses. Y fue el inicio de una mancuerna que duró 14 largos años, hasta la muerte del exterminador de las mujeres vampiro. Conocer su rostro, sus secretos, canciones y enemigos. Salir de aquella casona como chofer del licenciado Rodolfo Guzmán y, unas calles después, mirar por el retrovisor y encontrarse al enmascarado. Y viceversa. Salir de las arenas con El Santo en el asiento trasero y llegar a casa con un señor de gorra café a cuadros y un rostro tranquilo.
14años trabajó Gabriel López con Santo
Muestra una máscara de batalla que adorna la pared. De las últimas que utilizó el luchador en el cuadrilátero. Pocos se la han medido. “Póntela”, me indica al momento de descolgarla. Es mucha la tentación. Se consuma el sacrilegio. “¿Qué sientes?”. De pronto sube la adrenalina. Crece el valor. Le dan ganas a uno de salir corriendo de aquel sitio, aniquilar a aquellos lobos escondidos en las estaciones del Metro. Patearles el trasero a los corruptos disfrazados de vampiros.
2006La entrevista entre Gabriel López y Excélsior se realizó cuando el exguardaespaldas tenía 59 años. Un par de años después, moriría víctima de la diabetes
Gabriel me pide que me la quite antes de que me haga daño. “Cinco minutos, Gaby, cinco minutos”. Me la quita a regañadientes. Después imagino horrorizado lo que pasaría si aquella máscara y sus poderes caen en manos presidenciables o de diputados.
Las horas pasan como agua en aquel rincón secreto. Escuchar la voz del héroe desaparecido, ser entrevistado por el también olvidado Paco Malgesto. Recordar su gusto por aquella vieja canción, en la voz de Javier Solís: “En mii viiejo Saan Juuan/cuántooos sueeeños forjeé/Een miss noocheeess de infancia...”
La edad fue minando a Gabriel López, la ceguera parcial. La batalla contra la diabetes que lo venció en la tercera caída.
De todos modos, nadie me creerá que El Santo tuvo guardaespaldas.
cortesía: http://www.excelsior.com.mx y JC Vargas
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