¿Quién es mejor, Superman o El Santo? le preguntó un mexicano a otro.
Pues El Santo! respondió el interrogado, “no ves que él se enfrentó a
Las Momias de Guanajuato y las venció…y la Criptonita nunca le afectó!
Con todo y la comicidad que encierra la respuesta, efectivamente, El
Enmascarado de Plata doblegó a las momias en un film del año 70, y a lo
largo de su carrera la Criptonita nunca le afectó. Pero es mejor que
Superman porque además, perdura en el tiempo como la imagen de carne y
hueso que alguna vez pudieron ver, sentir, oler, durante sus
presentaciones en La arena México. El Santo, se convirtió en una figura
‘real’, que como explica la agregada cultural de ese país, Jackeline
Morán, “en el imaginario popular protegía a las clases menos favorecidas
y les resolvía sus conflictos”. “Si El Santo estuviera vivo, esto no
pasaría”, declaraba hace poco un paisano en relación a la inseguridad
que reina en tierra azteca. Así de fuerte es aún la presencia de Rodolfo
Guzmán —como realmente se llamaba—, en su tierra natal.
Sumado a la lucha por el año 34, este hombre moreno, de labios gruesos y
rostro regordete, marcadamente mexicano, nació en 1917 para marcar un
hito en ese terreno casi sagrado entre sus coterráneos, sin soñar en un principio que algún día sería conocido hasta en Egipto.
Oriundo de Tulancigo, Hidalgo, llegó a la capital a los 20 años como
todos, en busca de mejor vida, y rápidamente fue atrapado por la lucha
libre donde hacía sus demostraciones bajo el nombre de El Incógnito,
Demonio Negro o El enmascarado, aunque sin calzar en el ánimo popular.
Ese momento llegó por el 42, cuando su entrenador formó un nuevo equipo,
llamándolo a encarnar a El Santo, El Angel o El Diablo. El escogió ser
El Santo, y así, plateado y enmascarado, debutó oficialmente el 26 de
julio de ese año.
Con el tiempo, su personaje se perfiló, pasando de ser rudo a manejar la
técnica, cosa que el público valoró. Zyanya Bele, una admiradora,
sostiene que jamás algún luchador se le comparó. “Imitan a los gringos”,
aseguró.
Pero la llegada a la cima no fue nada fácil. Guzmán tuvo que alternar
sus presentaciones de fin de semana con la labor de carpintero, pintor
de brocha gorda y mecánico, hasta que la suerte le cambió, no así su
carácter sencillo y bonachón.
Detrás de esa máscara, había un ser humano de excepción. Franco Colombo,
otro luchador, refirió en una oportunidad cómo habiendo resultado
herido se trasladó hasta su vestidor, percatándose de que todos se
habían ido… lo habían abandonado. Solo El Santo permaneció allí para llevarlo al médico y, acompañarlo luego a su casa.
En otra ocasión, recibió a un hombre al que no conocía y que había acudido a solicitarle una función para recaudar fondos por su esposa enferma, pues carecía de dinero para tratarla. El espectáculo se dio, y al concluir, el desconocido se le acercó para arreglar cuentas, a lo que el personaje le aclaró:”Tengo hambre. Tráeme un refresco y una ‘torta’. Con eso me doy por pagado”.
En otra ocasión, recibió a un hombre al que no conocía y que había acudido a solicitarle una función para recaudar fondos por su esposa enferma, pues carecía de dinero para tratarla. El espectáculo se dio, y al concluir, el desconocido se le acercó para arreglar cuentas, a lo que el personaje le aclaró:”Tengo hambre. Tráeme un refresco y una ‘torta’. Con eso me doy por pagado”.
Tiempo después, y en señal de agradecimiento, el hombre le llevó queso y
galletas que el artista con suma humildad recibió. No en balde la vida
lo premió. Cada noche llenaba los coliseos donde se presentaba, porque
además, eran los espacios donde los más humildes desahogaban los
problemas familiares o económicos. Pero ‘el espectáculo del exceso’
tenía un sabor especialmente picante allá, donde la gente estaba tan
consustanciada con sus héroes que no dudaba en indicarle al luchador qué
movimiento debía aplicar para doblegar al contrincante: “Métele la
Wilsoooon, El tirabuzóooon!, gritaban sin parar, cuando no estaban
incitándolo a matar o picarle los ojos.
La lucha libre era el primer deporte nacional, y cada encuentro la
posibilidad de dar rienda suelta a la adrenalina, con todo lo que eso
implicaba. En un episodio sin igual, a El Cavernario, el más rudo
luchador, le lanzaron una culebra al ring. Él la tomó, la mordió, y la devolvió. Pero El Santo era de los buenos, de esos de los que la gente hace un mito, por lo que no fue raro el auge que alcanzó.
Su golpe de suerte, llegó en la década de los 50, cuando José Guadalupe
edita la historieta Santo, que pasó a venderse en razón de un millón de
ejemplares cada semana. Pero lo más grandioso, es que esa tira que solo
Kalimán igualó en fama, prácticamente fue su plataforma para llegar a la
pantalla grande, donde su popularidad creció refrendada por la TV, que
transmitía la lucha libre como uno de los principales entretenimientos.
El también mexicano Jorge Delgado, recuerda que mientras otros niños
tenían a Superman o a Los cuatro fantásticos, él aún tenía a El Santo.
Era mi ídolo”.
Aunque extrañamente Guzmán no interpretó su papel en el primer film
realizado en Cuba por el 58 —Los hombres infernales—, la figura del El
Santo caló, así es que el camino estaba trazado y Guzmán supo como
andarlo.
En primera instancia, se hizo de una imagen impecable, donde su propio traje tenía un valor inigualable. “Me propuse conservar la máscara contra viento y marea, pues era la máxima expresión de mi personalidad”. y
lo cumplió cabalmente. Durante uno de sus combates, Jack Blonfiel se la
arrancó, pero para su sorpresa, debajo tenía otra. Es más, creó el mito
de que si algún luchador se la zafaba, él moriría. La primera de esas
prendas estaba confeccionada en cuero de cerdo, lo que la hacía
insoportable de tolerar, según declaración del pobre Santo, que solo una
vez se la quitó, casi al final de su carrera, en un programa de
televisión.
A lo largo de los 52 películas que filmó, luchó contra todo lo que a los
productores se les ocurrió: criaturas infernales, locos, el crimen
organizado, con argumentos altamente fantásticos.
Las producciones sobre el Superman mexicano —que ya era famoso en toda
América—, calaron hasta en Europa, donde ninguna temática se le
comparaba. La llegada del color al cine, lo que hizo fue potenciar una figura que ya no necesitaba nada, sin
embargo, a partir de ese momento, se le comenzó a presentar en un
lujoso apartamento, con un hermoso convertible y rodeado de chicas.
La furia de los Karatecas fue su último film, pero un poco antes ya
había decaido en fuerza. Oficialmente se retiró en 1982, para dedicarse
al escapismo. Dos años después dejó de existir en cuerpo, pero no su
historia, después de todo, él venció a las Momias de Guanajuato!
Cortesía: http://www.panorama.com.ve y Patricia Barrios
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